La Lima, Honduras. Emerson vende bananos al borde de una polvorienta calle en La Lima, en el norte de Honduras, pero espera dejar de hacerlo pronto y migrar a Estados Unidos. Cree que el presidente electo, Joe Biden, lo dejará llegar.
Después de que dos ciclones dañaron su vivienda y su escuela cerrara por la pandemia, el joven de 18 años cree que ya no hay mucho que hacer por aquí.
“Tenemos la esperanza de que cambie, que nos beneficie” la salida de Donald Trump y la llegada del demócrata Biden, el 20 de enero, dice Emerson López desde el barrio Buen Samaritano, en la periferia de La Lima, 180 km al norte de Tegucigalpa y colindante a San Pedro Sula, punto de partida de otras caravanas de migrantes que desde el 2018 han intentado llegar a Estados Unidos.
Tras las políticas restrictivas de la administración saliente, muchos de los cerca de 9,5 de habitantes de Honduras creen que ahora se abren caminos. Una nueva caravana de migrantes fue convocada para el 15 de enero. "Si llegan con bien, la mayoría de los que estamos aquí vamos a tomar la decisión de irnos después", agrega Emerson.
La Lima, con 90.000 habitantes, muestra signos de la destrucción que dejaron los ciclones Eta e Iota en noviembre. Las inundaciones causadas alcanzaron Buen Samaritano, al igual que varias comunidades del productivo valle de Sula, corazón de la economía del país.
Las tormentas tropicales y el encierro por la covid-19 en el 2020 costaron a Honduras, uno de los países más pobres de Latinoamérica, unos $5.000 millones, según cálculos del gobierno, alrededor de una quinta parte del producto interno bruto (PIB) del país.
Los cultivos de banano de la empresa transnacional Chiquita, en los alrededores de La Lima, quedaron devastados.
¿Cuál futuro?
La casa de Emerson, donde vive con sus padres y cuatro hermanos menores, quedó sin techo. Y sin escuela, cerrada por el coronavirus, perdió las esperanzas de graduarse en informática.
Con ese panorama, “tendría que tomar la decisión de irme, ¿cómo voy a conseguir trabajo sin experiencia y sin la edad suficiente?”, manifiesta.
Martha Saldívar, una vecina de Emerson, también se alista para marchar hacia Estados Unidos.
“Se ha oído que Biden va a quitar el muro (que Trump ordenó levantar en la frontera con México) y habrá que hacer la lucha” para llegar hasta allá, afirma la mujer de 51 años, frente a su vivienda, aún rodeada de escombros y sin un pedazo de techo.
Desde diciembre abundan en redes sociales convocatorias para la “Caravana 15 de enero 2021”, que tiene previsto salir de la ciudad de San Pedro Sula e ir sumando en el camino a guatemaltecos, salvadoreños y mexicanos atraídos por el “sueño americano”.
Muchos hondureños quieren ser parte del más de un millón de compatriotas que viven en el exterior -la mayoría en Estados Unidos-, un poderoso recurso para el país, que en el 2020 recibió de ellos el récord de casi $6.000 millones en remesas, más del 20% del PIB. Las remesas representan un 14% del PIB de Guatemala y un 16% en El Salvador.
Pero Esteban Rosales, pastor de un templo pentecostal de la zona afectada por las inundaciones, intenta convencerlos de que se queden.
“Miembros de la iglesia han considerado irse. Uno, como pastor, los motiva para que no, que la lucha continúa. Dios permitió que sigamos vivos para que siguiéramos adelante”, comenta.
Trabas para el sueño
Desde octubre del 2018 han partido más de una docena de caravanas desde Honduras, al menos cuatro de ellas integradas hasta por 3.000 personas. Pero han chocado con los controles migratorios en la frontera de Estados Unidos, y cada vez más son frenadas por las autoridades de México y Guatemala.
El Gobierno de Guatemala advirtió de que los extranjeros que ingresen a su territorio tendrán que presentar una prueba negativa de covid-19 y documentos en regla.
En tanto, el consulado de México en San Pedro Sula aseguró que su gobierno "no promueve, ni permitirá el ingreso irregular de caravanas de personas migrantes".
Como recordatorio de las dificultades, semanalmente llegan varios vuelos con deportados a Centroamérica, aunque su número disminuyó el año pasado por la pandemia.
Pero Cecilia Arévalo, de 54 años, quien vive en California hace dos décadas y volvió recientemente a visitar a familiares en la periferia de San Salvador, espera que “con Biden las leyes de migración en Estados Unidos cambien y sean más humanas”.
A 15 kms al sur, en Santo Tomás, Cristian Panameño comparte el optimismo.
“Pienso que con este nuevo presidente, las cosas para un migrante que llega sin papeles cambie, porque con Trump estamos jodidos”, dice este mecánico de 42 años, quien tras ser deportado ha ahorrado para tratar de migrar por segunda vez.
“Yo si llego a los Estados Unidos aspiro a que me den chance de trabajar”.