Londres. A orillas del río Wye, en la frontera entre Inglaterra y Gales, Pat Stirling, consultor en huellas de carbono, arroja al agua una botella de plástico atada a una cuerda para tomar muestras con un objetivo: salvar el afluente de un desastre ecológico.
“El río se está deteriorando. El siguiente paso es su muerte parcial y luego acabará completamente muerto”, explica Stirling a la AFP.
El Wye, que recorre 250 kilómetros desde su nacimiento en el centro de Gales hasta su desembocadura en el estuario de Severn, atraviesa la campiña ofreciendo un impresionante paisaje.
Otros 250 voluntarios toman muestras en otros puntos del río, alentados por el reciente reconocimiento, que atribuyen a su labor, de que existe un problema de contaminación causado principalmente por el estiércol procedente de las granjas avícolas vecinas.
En 2020, los bañistas empezaron a notar que las piedras del fondo, normalmente lisas, se estaban poniendo “pegajosas”, explica Stirling.
‘Un olor horrible’
El número de pájaros e insectos ha disminuido y los pescadores han notado que los peces tienen menos peso. También ha desaparecido el ranúnculo de agua, una planta con flores que antes plagaba el río.
Los habitantes creyeron en un principio que era culpa de una planta de depuración vecina.
Pero un estudio reciente evidenció que el problema puede estar en el gran número de explotaciones avícolas que se instalaron a orillas del río en los últimos años.
Según los activistas, hay 20 millones de aves en la región repartidas en más de 760 explotaciones. Los pollos son enviados a la fábrica agroalimentaria de la zona, gestionada por Avara Foods, proveedora de los supermercados Tesco en Reino Unido.
Stirling empezó a investigar después de que, estando un día cerca del río, sintió un “olor horrible” e identificó una “sustancia realmente repugnante” en el agua. Las muestras apuntaron a sustancias de una granja cercana.
Excremento
El excremento de las aves de criadero contiene elevados niveles de fósforo. Buena parte acaba en el Wye y daña la calidad del agua.
Paul Wither, científico de la Universidad de Lancaster, alertó en 2022 de que los niveles de fósforo en el río eran “casi un 60% superiores a la media nacional”.
En mayo, el organismo Natural England, que asesora al gobierno británico, revisó a la baja la evaluación de la calidad del agua en esa zona.
Para Stirling, esa entidad no habría reaccionado sin la presión de activistas y “científicos ciudadanos” como él.
Señales positivas
Las autoridades deben actuar con urgencia y activar los “resortes” adecuados, afirma.
Algunas señales apuntan en la buena dirección. En una carta enviada a los agricultores este mes, Avara Foods dijo que los contratos se modificarían para que ya no se pudiera vender estiércol en la zona del río.
El objetivo es garantizar que “para 2025 nuestra cadena de suministro no sea parte del problema”, señala la misiva.
Aunque no es un “contaminador directo”, Avara Foods “reconoce el efecto potencial” de sus actividades y quiere contribuir a “mitigar el impacto de su cadena alimentaria”, dijo la compañía a la AFP.
Según Stirling, la reacción de Avara está relacionada con una demanda en Estados Unidos contra el gigante alimentario Cargill y otros productores avícolas, en la que las empresas fueron consideradas responsables de la degradación del Illinois.
Por ahora, Stirling y su equipo de voluntarios seguirán con sus pruebas para poder cambiar las cosas: “Estamos obteniendo resultados gracias al ruido causado por la publicación de estos datos”, afirma.