Caracas. Los venezolanos ven impotentes cómo se les pudre la comida y enfrentan una carrera contrarreloj para salvar lo que les queda en las refrigeradoras de casas y restaurantes, debido a un apagón nacional que completó tres días este domingo.
Vicente Fernández no ha abierto la congeladora de su apartamento desde el jueves por la tarde, cuando un daño inédito dejó sin electricidad a 22 de los 23 estados del país y Caracas.
“A mi casa no ha vuelto la luz ni un minuto, todo debe estar podrido”, dice resignado este comerciante de telecomunicaciones mientras pide un racimo de bananos “bien verdecitos” en el mercado capitalino de Chacao, que funciona a media luz, con varias carnicerías, pescaderías y negocios de lácteos cerrados o con las neveras vacías.
Fernández, de 54 años, optó por comprar solo lo necesario para cada día, con un agravante: los comerciantes de Chacao solo aceptan pago en dólares o en efectivo, muy escaso en Venezuela, donde la mayoría de las transacciones se realizan en puntos electrónicos.
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Tras convencer al vendedor de transferirle el dinero a una cuenta bancaria, el hombre muestra su cansancio. “¡Que nos manden los marines de una vez!”, expresó, refiriéndose a una posible intervención militar estadounidense para sacar del poder al presidente Nicolás Maduro.
Al igual que las medicinas y otros bienes básicos, el acceso a alimentos es muy limitado en el país petrolero por la escasez y su alto costo, debido a una hiperinflación que el Fondo Monetario Internacional (FMI) proyecta en 10.000.000% para el 2019.
La comida se ha convertido así en uno de los bienes más preciados en medio de la crisis, con un salario mínimo que apenas da para dos kilos de carne. Muchos han perdido peso.
“Ahora no importa lo caro, sino comer. Toca salir de esta locura. Este gobierno no sirve para nada, se robaron el dinero para mantener la infraestructura”, denuncia Fernández.
Traa admitir la gravedad de la emergencia, que atribuye a un “sabotaje” de Estados Unidos y la oposición para derrocarlo, Maduro anunció que este lunes comenzará una distribución masiva de alimentos, agua y gasolina, y ordenó asistencia especial a hospitales, donde ONG reportan muertes de pacientes por falta de energía.
Alimentos, muy preciados
En una mesa de su restaurante en otro mercado de Caracas, Libia Arraiz espera que no se le dañe la comida que tiene refrigerada. Dice que si la luz no vuelve, el lunes perderá carne, pollo y pescado para una semana.
“íAy, Dios mío! Tendré que sacarla y regalarla porque venderla, imposible; o repartirla entre la familia para que no se pierda todo”, afirma la mujer de 60 años, con los ojos húmedos.
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Por lo pronto, con sus colegas del mercado preparan desayunos y almuerzos comunales. Cada uno aporta lo que puede, para salvar algo como “estrategia de supervivencia”.
“Esto es obra de las manos peludas que están metidas en el país. La gente de la oposición dice con descaro que todo esto es necesario para que puedan tomar el poder, pero nos afecta a todos”, asegura Libia, quien culpa del “sabotaje” al jefe parlamentario Juan Guaidó, reconocido como presidente interino de Venezuela por más de 50 países liderados por Estados Unidos.
“Y dice que vienen cosas peores, que nos tiene otra sorpresa. Esta gente no tiene conciencia, son terroristas de verdad”, añade la mujer, aludiendo a advertencias de Guaidó de que vienen “días difíciles” con un posible desabastecimiento de gasolina.
Un cerdo de 80 kilos llega ante la sorpresa de muchos a la carnicería donde trabaja Henry Sosa, quien se lo llevará a su casa en la vecina Guarenas, donde el suministro de energía es intermitente como en otros lugares del país.
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Mientras destaza el animal, cuenta que perdió la mitad de la mercancía. “No quedó ni para regalar, ¡quién se va a comer esa vaina podrida!”, dice Sosa, interrumpido por un grito de júbilo: “¡Llegó la luz, carajo!”, diluido de inmediato al volverse a cortar el servicio.
La crisis ha sido aprovechada por algunos para hacer dinero extra. En el sector acomodado de El Cafetal, en Caracas, un camión vende pequeñas bolsas de hielo a $3, que vecinos como María Ribas pagan con remesas que les envían familiares desde el exterior.
Unos 2,7 millones de venezolanos salieron del país desde el 2015, según la ONU.
Otros, como María Mendoza, se apresuran a vender papayas y sandías que pronto se dañarán. Se olvida de la ganancia y las da al costo, “al menos para no perder toda la inversión” por culpa de “este sabotaje y bloqueo de Estados Unidos”.
Mientras compra el hielo, Ribas justifica todos estos “sacrificios” en lo que para ella es la realidad venezolana. “Estamos como en la época medieval”.