Roma. Ofician funerales, visitan a los enfermos y, muy a menudo, son ancianos. Los curas están pagando un alto precio por el coronavirus en Italia, un país muy castigado por la pandemia.
“El cura siempre está cerca de la gente. Para lo mejor y para lo peor, esa es su razón de ser”, declara monseñor Giulio Dellavite, secretario general del obispado de Bérgamo (norte).
La ciudad lombarda y su provincia son las más afectadas por la pandemia, que azota duramente a Italia. Y los párrocos, la mayoría de avanzada edad, tampoco se libran.
De los 67 curas italianos contagiados y fallecidos desde el comienzo de la pandemia, más de una veintena han muerto en la diócesis de Bérgamo, incluyendo un obispo, según un balance publicado el miércoles por el diario del a conferencia episcopal italiana, Avvenire.
Los sacerdotes están particularmente expuestos, pues visitan a los enfermos y ofician funerales en presencia de los familiares más cercanos del fallecido.
Pese a los riesgos, Don Giuseppe Locatelli, el párroco de Albino, no quiere renunciar a su labor. “Debo reconocer que los curas están en segunda línea. Los médicos y los enfermeros están en primera línea, con los riesgos que asumen cada día. Nosotros asumimos menos riesgos”, afirma.
"Nuestros párrocos mueren porque no calculan los riesgos", añade monseñor Dellavite.
El padre Giuseppe Berardelli, párroco de Casnigo, cerca de Bérgamo, era uno de ellos. "Al no saber que el virus era tan peligroso, continuó con su trabajo, yendo a las casas a celebrar funerales. Y cuando resultó infectado, tampoco paró inmediatamente", cuenta Gianbattista Guarini, de 49 años, estanquero de la localidad, al noreste de Bérgamo.
Giuseppe Berardelli falleció en la madrugada del 16 de marzo a los 72 años, en el hospital de Lovere.
El padre Locatelli cuenta que fue a “bendecir el cuerpo de un hombre en su lecho de muerte”. “Fui porque era una situación especial. Allí estaba su mujer y su hijo, discapacitado, en silla de ruedas. Estaban solos”.
"Los curas caen enfermos y mueren como los demás, quizá más que los demás, si bien ahora mismo es muy difícil aventurarse en ese tipo de recuento estadístico”, señala Avvenire en el balance que publicó el miércoles.
La víctima más joven, el padre Alessandro Brignone, de 45 años, era párroco en la diócesis de Salerno, en Campania, al sur de Nápoles.