París. Muchos países han empezado a suavizar las medidas ordenadas para atajar el coronavirus, pero el temor a que esto provoque una “segunda ola” de contagios crece en la mente de muchos.
Varios países europeos, una decena de Estados de Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda iniciaron su salida del confinamiento, alentados por una desaceleración de los contagios y decesos de la pandemia, que ya causó no obstante más de 240.000 muertos en todo el mundo.
Y es que, si bien el confinamiento evita que el número de personas infectadas se dispare, también hace que solo una mínima parte de la población esté en contacto con el virus y, a raíz de ello, se inmunice potencialmente.
De este modo, según el Instituto Pasteur, menos del 6% de los franceses se habrían contagiado del nuevo coronavirus para el 11 de mayo, cuando Francia empezará a levantar el confinamiento.
Sin embargo, en los lugares más afectados, las tasas de infección tampoco son muy altas, como en Nueva York, donde solo el 21,2% de la población habría generado anticuerpos, según los estudios.
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¿Una segunda ola en otoño?
Al no contar todavía con ningún tratamiento ni vacuna, la vuelta a la actividad y la reanudación de los desplazamientos se traducirá inevitablemente en un aumento de los contagios.
Varios estudios de modelización realizados en varios países concluyen que una segunda ola es "muy probable", y que podría tener lugar "a finales de agosto como muy pronto" y "como muy tarde en otoño", según la viróloga Anne Goffard.
Robert Redfield, un alto responsable estadounidense de salud pública, afirmó temer que el próximo invierno se produzca un episodio "aún más difícil que el que acabamos de vivir" si un rebrote del coronavirus coincide con la gripe estacional.
El virólogo Christian Drosten, consejero del gobierno alemán, también advirtió que una segunda ola podría ser más potente que la primera.
En cambio, Pierachille Santus, profesor de neumología en Milán, vaticinó una segunda ola "probablemente menor que la primera" gracias al mantenimiento de las medidas de control, con cerca de un 30% menos de pacientes y enfermos "menos graves".
También hay quien apunta que el nuevo coronavirus podría ser sensible a factores meteorológicos, como lo son otros virus respiratorios.
Sin embargo, aunque varios experimentos en laboratorio “indiquen una reducción de la supervivencia del SARS-CoV-2 en altas temperaturas”, nada garantiza que en el mundo real suceda lo mismo, advirtió un grupo de expertos consultados por las Academias de Ciencias de Estados Unidos.
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Varias olas pequeñas
Para mantener el virus bajo control, se podrá recurrir a mantener medidas como el distanciamiento social, el lavado frecuente de manos o el uso de mascarillas.
Así, por ejemplo, si Francia abandonara el confinamiento sin mantener ese tipo de medidas, el balance final podría ser de 200.000 muertos, frente a unos 165.000 si se mantiene el distanciamiento físico o unos 85.000 si este se combina con el uso de mascarilla, apuntó un estudio realizado por Public Health Expertise.
Asimismo, las autoridades podrían cortar las cadenas de transmisión con controles más estrictos de los focos de contagio.
En este sentido, Didier Pittet, jefe de servicios de prevención y control de infecciones en los Hospitales Universitarios de Ginebra (HUG), destacó la importancia de "tener las máximas capacidades de detección", de aislar a las personas positivas y de poder "realizar una investigación del entorno" de estas últimas.
Tomando esas medidas, "tendríamos una sucesión de pequeñas olas" de contagio, explicó.
Para alcanzar ese objetivo, las autoridades deberán vigilar la tasa de reproducción del virus, que mide el número de personas contagiadas por cada persona infectada.
Sin medidas de control, se calcula que esa tasa es de 3,3. El desafío radica en mantenerla por debajo de 1 para que el número de nuevos casos siga disminuyendo.