Hasta hace cierto tiempo, cuando a algunos niños de La Carpio les preguntaban dónde vivían, les daba vergüenza revelarlo a causa de los estereotipos que se han construido en torno a quienes habitan en esta comunidad costarricense.
Hoy, muchos de ellos no solo entienden que no hay motivos para sentirse apenados por vivir en esa zona, sino que, además, se sienten orgullosos de su lugar de origen.
Parte de las razones de este cambio se debe a que han encontrado un espacio arquitectónico donde se reúnen varios días a la semana para instruirse sobre música, arte en general, deporte y hasta dibujo arquitectónico.
Todo se remonta al año 2011, cuando se estableció el Sistema Integral de Formación Artística para la Inclusión Social (Sifáis), que inició ofreciendo lecciones a alrededor de 50 jóvenes de la comunidad para que aprendieran a tocar instrumentos de percusión, flauta, guitarra y violín.
Una particularidad de esta iniciativa era que las clases se impartían en la llamada Cueva del Sapo, uno de los lugares considerados como más peligrosos de La Carpio.
Con el paso del tiempo, se fueron añadiendo más cursos y surgió la necesidad de construir un edificio.
Después de un largo camino, en agosto del año pasado el inmueble fue inaugurado bajo el nombre de Cueva de Luz, que forma parte del Centro de Integración y Cultura de La Carpio. El sitio ya no sería una "cueva del crimen", sino una obra dedicada al arte y a la educación. Hoy cuenta con 640 estudiantes.
“El edificio se ha convertido en el ícono de la comunidad. Ahora efectivamente entienden por qué le llamamos Cueva de Luz, porque se desprende una energía maravillosa y ahí la gente se transforma positivamente, tanto los visitantes como los vecinos”, dice emocionada Maris Stella Fernández, presidenta del Sifáis.
Características del edificio
El inmueble está hecho en un 95 % de madera laminada y consiste en dos naves o cuerpos unidos por una rampa y una escalera central, explica el arquitecto Alejandro Vallejo, codirector de la empresa Entre Nos Atelier, encargada del diseño.
La edificación se basa en un sistema estructural con columnas, ubicadas en serie cada 80 centímetros.
Las naves tienen cuatro pisos –de alrededor de 110 metros cuadrados cada uno– y el espacio es bastante abierto. Según Vallejo, fue diseñado bajo esquemas sostenibles que favorecen la iluminación natural y la ventilación, pero aún resta perfeccionarlo en esta materia.
Justamente, hay planes de construir un edificio híbrido donde habrá un espacio para que se reúna la comunidad, con áreas para practicar deportes como baloncesto y conducción de patinetas. También se cultivará una huerta: Brisas de Luz. Sin embargo, para alcanzar estos objetivos, necesitan recaudar recursos suficientes.
"A partir de un edificio, ya se ha ido generando una especie de autologística de la comunidad, y el Sifáis está empoderándose para seguir desarrollando edificios que, de alguna forma, empiecen a mejorar la calidad de vida", expresó Vallejo.
Alicia Avilés, líder de la comunidad e impulsora del proyecto junto con Maris Stella Fernández, cuenta que incluso vecinos que no se atrevían a poner un pie en el lugar hoy lo visitan y se han integrado.
En el Sifáis trabajan 192 emprendedores sociales, quienes imparten los talleres. Además, laboran 200 voluntarios; una parte de ellos son vecinos de La Carpio. A su vez, se atienden a 36 niños en un centro educativo Montessori.
Embellecer un barrio a punta de pincel
Una situación similar a la narrada previamente se vive también lejos de nuestras fronteras, en Puebla (México).
El barrio de Xanenetla, donde habitan unas 10.000 personas y que era conocido por sus episodios de violencia, ha vivido una metamorfosis de la mano del arte.
“Los taxis no se atrevían a entrar”, le cuenta un vecino de la zona a la agencia EFE.
El entorno ha cambiado. ¿De qué manera? A punta de pintura y pincel.
Fundada por dos arquitectos hace nueve años, la organización sin fines de lucro Colectivo Tomate empezó a trabajar en el barrio en 2009 y desarrolló una estrategia para vivificar este lugar.
La iniciativa se basó en la creación colectiva de murales que retratan la historia de las familias en las fachadas de sus viviendas.
Los artistas que participan, tanto nacionales como internacionales, visitan la zona, conversan con las familias y estas manifiestan qué les gustaría que dibujaran.
Luego, el encargado de la obra elabora un boceto, que previamente debe recibir el visto bueno de los miembros del hogar.
Así se han plasmado decenas de diseños ligados a las creencias religiosas de las personas, a su profesión, a historias del barrio, o bien a seres queridos ya fallecidos… Las posibilidades de diseño son innumerables.
Esta semana se inauguró la Ciudad Mural en Xanenetla, en la que se pueden contemplar 75 obras de arte.
El trabajo de este grupo de artistas reavivó la economía del pueblo y le otorgó una identidad que trasciende a la delincuencia que una vez lo definió.