En el centro de Roma, decenas de jóvenes sacerdotes con sotana bailan al alegre ritmo de los tambores mientras las monjas desfilan recitando oraciones por megáfono, seguidas por miles de italianos de a pie.
Esta manifestación, celebrada en mayo, busca reafirmar la firme oposición de la Iglesia católica al aborto, que es legal en Italia desde 1978, aunque en la práctica muchos ginecólogos se niegan a practicarlo.
El personal de salud puede invocar la objeción de conciencia, por lo que en la práctica decenas de hospitales y clínicas no ofrecen a las mujeres la posibilidad de abortar.
No existe una lista oficial de establecimientos que los realizan y las disparidades geográficas son importantes.
"Como resultado, una persona va al hospital sin saber si el médico que tiene delante lo hará o no", explica a la AFP Eleonora Mizzoni, de 32 años, activista pro-aborto en Pisa (Toscana, centro).
En momentos en que el derecho al aborto se tambalea en Estados Unidos medio siglo después de su legalización, Italia es la prueba de que, incluso cuando el aborto es legal, el ejercicio de ese derecho puede resultar extremadamente difícil.
El 67% de los ginecólogos de la península son objetores de conciencia, según los últimos datos del ministerio de Salud de 2019. Esta cifra se eleva al 80% en cinco de las 20 regiones de Italia.
Martina Patone, una italiana de 35 años, contó a la AFP que hace ocho años llamó a una decena de hospitales para realizarse un aborto, sin éxito, antes de recibir ayuda de una asociación.
Recuerda que tuvo que explicar a una enfermera cómo funciona la píldora abortiva y hacer cola a las 6 de la mañana para poder inscribirse en una lista de espera.
"Pensaba que ir al hospital sería fácil, pero no lo fue", dice Patone, que califica de "absurdo" que las mujeres sigan teniendo problemas para ejercer su derecho al aborto.
El ejemplo más extremo es el de la pequeña región de Molise (sur), donde durante 40 años un solo ginecólogo practicaba abortos, por lo que tuvo que posponer dos veces su jubilación por falta de un sustituto.
"Los que acompañamos todos los día sabemos lo difícil que es abortar en Italia", dice Eleonora Mizzoni, que forma parte de una asociación de acompañantes voluntarios que ayudan a las mujeres que desean abortar.
Hace cinco años, su asociación Obiezione Respinta (Objeción denegada) creó un mapa interactivo en línea en el que las mujeres pueden alertar sobre los lugares en los que corren el riesgo de que se les deniegue su petición.
En el sitio web, una mujer cuenta cómo, tras esperar durante horas en un centro de Caserta, cerca de Nápoles, el ginecólogo le pidió que se vaya con una escueta explicación: "Soy objetor, adiós".
Otra mujer de Pistoia, en Toscana, cuenta que un ginecólogo le recetó un medicamento para la fertilidad cuando pidió la píldora del día después.
A una italiana de Foligno, en Umbría (centro), se le negó tratamiento tras un aborto pese a que tenía dolor y fiebre. La ley establece que los objetores no pueden negar atención previa o posterior a un aborto.
Valentina Milluzzo, siciliana de 32 años, murió de sepsis en 2016 durante su quinto mes de embarazo después de que los médicos se negaran a intervenir cuando uno de sus gemelos murió en su vientre.
Según Leah Hoctor, directora para Europa del Center for Reproductive Health, Italia es un caso particular en Europa, en donde la tendencia general en las últimas décadas ha sido más bien levantar los obstáculos al aborto.
"Para poder abordar, los pacientes se enfrentar a una carrera de obstáculos (...) debido al rechazo generalizado de la atención y a la abdicación total del Estado. Es inaceptable", dijo a la AFP.
El Consejo de Europa ha condenado en dos ocasiones a Roma sobre este tema, sin que esto se traduzca en el más mínimo progreso.
Los objetores de conciencia invocan su fe católica, mientras que la Iglesia se muestra intransigente sobre el aborto, calificado recientemente de "asesinato" por el papa Francisco.
"No podemos obligar a un médico a matar", dice Lorena, una mujer de 60 años, madre de 12 hijos, durante una manifestación contra el aborto.
La Asociación Italiana de Ginecólogos y Obstetras, que no respondió a las solicitudes de entrevista de la AFP, afirma que su misión es "luchar contra la cultura de la muerte" y "promover el respeto de la vida humana en su totalidad, desde la concepción hasta la muerte natural".
Según muchos militantes pro-aborto, la objeción de conciencia se ha convertido en una cuestión de conveniencia personal más que en una posición moral.
Michele Mariano, el único médico de Molise que practica abortos, declaró el año pasado al diario La Repubblica que "quienes practican abortos no hacen carrera".
Es difícil resistir en un país con una baja tasa de natalidad, donde la mayoría de los médicos de hospital son objetores, donde el aborto no forma parte de la formación básica de los médicos y donde la educación sexual en las escuelas no es obligatoria.
Además, algunas farmacias se niegan a vender la píldora del día después, aunque sea ilegal.
La política también juega un papel, con intentos de limitar al acceso al aborto en algunas regiones controladas por partidos de derecha, que tienen estrechos vínculos con la Iglesia.
Piamonte, una rica región del noroeste controlada por una coalición de extrema derecha, anunció en abril que daría 4.000 euros a 100 mujeres que se plantearan abortar por motivos económicos para que lo reconsideraran.
Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, la abolición del derecho al aborto no ocupa un lugar destacado en la agenda política de la derecha.
Y los activistas pro-aborto, que quisieran mejorar la actual legislación, temen abrir la caja de Pandora: "Nadie se atreve a volver a poner sobre la mesa la ley sobre el derecho al aborto por miedo a que reabrir el tema suponga un deterioro" de los textos en vigor, resume Mirella Parachini, ginecóloga.
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