Teherán. El cuestionamiento público, tan inédito como limitado, de la obligación de que las mujeres lleven el velo en Irán ha hecho resurgir un dilema social que preocupa a la población desde hace décadas.
Basta con preguntar a algunas habitantes de Teherán para constatar hasta qué punto está dividida la sociedad sobre la cuestión del velo islámico.
Fatemeh, un ama de casa que porta chador, una gran tela negra que cubre todo el cuerpo y no muestra más que el rostro, considera que “solo una pequeña minoría es hostil y protesta” contra el velo.
Por su parte, la periodista Hanieh, quien lleva un fular azul ajustado, asegura que “nunca” se quitará el velo en su país y da a entender que protege a las mujeres de la impudicia masculina, un argumento defendido por los poderes públicos.
Por el contrario, Samar, una dentista que deja que su cabellera rizada se escape del pañuelo que cubre su cabeza, piensa por el contrario que “unas cuantas mechas de pelo” no pueden “provocar nada en nadie”.
El 2 de febrero, la policía iraní anunció el arresto de “29 personas que perturbaban el orden social” después de que se publicaron en redes sociales imágenes aparentemente tomadas en Teherán en las que se veía a mujeres con la cabeza descubierta enarbolando sus pañuelos.
Tras las detenciones no surgieron nuevas fotos.
La República Islámica de Irán es el único país del mundo que impone el velo a todas las mujeres, ya sean iraníes o extranjeras, musulmanas o no.
Tras los esfuerzos de la dinastía Pahlavi (1925-1979) para prohibir el velo, en un intento de modernizarse, este se convirtió en un símbolo de la revolución de 1979, que acabó con la monarquía.
Uso y controversia
Ante el rechazo de muchas mujeres, el nuevo poder tuvo que ir imponiendo su uso obligatorio de forma gradual.
En la década de 1980 se desarrolló una política de coerción para generalizar el “buen hijab”, con brigadas de mujeres vestidas de negro que recorrían las calles para corregir a quienes no cumplieran la norma.
La definición de “buen hijab” no es nada precisa. Según la acepción más común, las mujeres deben ponerse el velo en el espacio público y llevar ropas amplias y más o menos largas.
En los años 1990 las mujeres empezaron a jugar con las normas y, actualmente, en los barrios acomodados de Teherán al chador suelen sustituirlo unos pantalones y una especie de fular de colores que a menudo se resbala sobre los hombros.
Desde que el moderado Hasán Rohaní fue elegido presidente, en el 2013, la policía de costumbres ha desaparecido prácticamente de las calles.
El domingo, los servicios de Rohaní hicieron público un informe de hace cuatro años que muestra que la sociedad está dividida en lo que respecta al hijab (velo) y que llega a la conclusión de que la coerción es inútil en este sentido.
Su publicación se interpretó como un intento de responder a los ultraconservadores, que no dejan de criticar el aperturismo del presidente.
“De forma general, todo el mundo ha cambiado y hay que olvidar los discursos y posiciones de hace 20 o 30 años”, manifiesta Hamid Reza Jalai, profesor de Sociología en la Universidad de Teherán.
Para sus más férreos detractores, el velo está vinculado con la opresión patriarcal, en tanto que sus defensores señalan que su generalización permitió a muchas familias apegadas a una práctica tradicional del islam pudieron enviar a sus hijas a la escuela o al trabajo.
Pero esta emancipación “estaba condicionada al permiso del marido o el padre”, matiza Nasrin Sotoudeh, abogada encargada de la defensa de una de las mujeres recientemente detenidas.“Actualmente ciertos empleos, sobre todo en justicia, están condicionadas al porte del chador”, recuerda.