Necoclí, Colombia. Las lluvias tropicales inundaron el campamento migrante donde miles aguardan para cruzar de Colombia a Panamá, pero no ahogaron la solidaridad con la que los migrantes haitianos tienden una mano a los venezolanos que también buscan el sueño americano.
“Ellos le traen comida a los niños, nos traen ropa y zapatos (...) saben lo duro que es esto”, dijo a la AFP Jhoan Rieras, un venezolano de 31 años que llegó al puerto de Necoclí, en el noroeste de Colombia, hace una semana. Él avanza por el camino que otras decenas de miles han seguido en lo que va del año para cruzar hacia Centroamérica.
Pero Jhoan encontró la puerta cerrada: las únicas dos navieras que atraviesan el golfo de 60 kilómetros que los separa de la frontera se niegan a vender tiquetes a los venezolanos, quienes huyen de la prolongada crisis de la otrora nación petrolera. Según los policías que custodian el puerto, la restricción obedece a la negativa del gobierno panameño a recibir venezolanos. No obstante, dicho país no ha emitido ninguna orden oficial al respecto.
Entretanto, unos 60 venezolanos pasan sus días en el precario campamento que levantaron en la playa de este pueblo caluroso y con escasez de agua potable. Esperan a que se levante el supuesto veto o por un cupo en las embarcaciones clandestinas, las cuales cobran unos $200 dólares por hacer el trayecto que legalmente costaría $40.
Con la ayuda del traductor de Google, los venezolanos redactaron una pancarta que explica su situación y pide ayuda en un creole roto. El mensaje caló entre los miles de haitianos que viajan con dólares ahorrados durante sus estancias en Chile o Brasil, adonde habían emigrado tras el terremoto de 2010 que dejó unos 200.000 muertos en su país.
“Los venezolanos desgraciadamente no tienen la posibilidad y el derecho de comprar tiquetes. La mayoría de los haitianos aquí tienen la suerte de tener dinero, de tener más de posibilidades económicas”, explicó en francés Bobsam, un profesor de idiomas haitiano de 41 años que hace el viaje en compañía de su novia y su hijo de ocho meses.
Al salir el sol, sus compatriotas se acercan para darle los buenos días a sus vecinos de campamento.
“Es muy difícil para los venezolanos porque hay muchos que se mueren de hambre”, se preocupa Estephane Thelamour, otro haitiano de 45 años que emprendió el viaje desde Sao Paulo, en Brasil, el 17 de agosto.
Estar en la calle o tirarse al mar
Aunque la oferta de botes clandestinos es amplia, Bobsam la descarta por “miedo” a ahogarse durante la travesía que se hace en la madrugada. A principios de año, doce migrantes murieron en un naufragio en la zona. Pero para los venezolanos, el riesgo vale la pena.
"Aquí es más duro estar en la calle que tirarse al mar", comenta Rieras. Junto a sus compañeros de campamento pasó la noche tratando de secar las pertenencias que las lluvias estropearon.
Un acuerdo entre los gobiernos de Colombia y Panamá limitó el tránsito a un máximo de 650 migrantes al día. Antes de embarcarse hacia la dura travesía de varios días a pie por la selva fronteriza del Tapón del Darién, los haitianos ceden algunas pertenencias, dólares y pesos a los venezolanos.
Los fondos se recogen en dos alcancías: una para billetes y otra para monedas.
"No nos va a alcanzar para comprar tiquetes, pero entre todos completamos y nos vamos", sostiene Rieras, quien asegura que su familia es perseguida por el gobierno de Nicolás Maduro por la lucha anticorrupción de su padre, un exsupervisor de obras públicas de la ciudad de Maracaibo.
En el campamento ya circulan las noticias que vienen de Estados Unidos: autoridades de ese país están deportando a los migrantes que llegan desde México.
“Yo sinceramente para atrás no voy”, afirmó Rieras, quien espera que la alcancía se llene con fondos suficientes para alquilar un bote ilegal.