Monterrey. A fuerza de adversidades, Joseph entendió que por ahora es casi imposible llegar a Estados Unidos. Por eso, como otros haitianos, intenta hacer una vida en México, pero entre trámites, dificultades para conseguir trabajo y maltratos, la moral decae.
El retiro de los campamentos de migrantes en ambos lados de la frontera entre México y Estados Unidos, el pasado viernes, está lejos de ser el final de la crisis que desató el arribo de decenas de miles de haitianos desde agosto. Ciudades como Monterrey (noreste) reciben cada vez a más personas que escapan de la pobreza y la violencia de su país o de la mengua de oportunidades en las naciones adonde habían emigrado años atrás.
“Los haitianos tenemos el sueño de llegar a Estados Unidos porque allá hay mejor vida para nuestras familias, pero Migración no deja pasar a nadie, por eso estamos aquí”, dijo a la AFP Joseph Yorel, de 34 años, en un albergue de Monterrey que en la última semana se desbordó. Con su esposa de 29 años y un hijo de siete meses, Joseph debe pensar bien cada paso que da.
De momento ha decidido seguir adelante con su solicitud de refugio y permanecer en México, sin una perspectiva de futuro clara. ”No sé otros, pero si yo encuentro un trabajo para vivir en México, para mantener a mi familia, tengo que quedarme. Si lo encuentro, no tengo problema para seguir aquí”, señala el hombre junto a cientos de compatriotas que se amontonan bajo carpas con sus escasas pertenencias.
Desbordados
Joseph y su familia llegaron a México desde Chile, tras cruzar una decena de países, incluidos Colombia y Panamá, en cuya frontera, inhóspita y peligrosa, permanecen unos 19.000 haitianos intentando seguir el viaje a pie. Varios miles también se encuentran en la mexicana Tapachula (fronteriza con Guatemala).
Joseph refiere que “hay mucha gente que dice que si encuentra trabajo se quedará en Nuevo León, cuya capital, Monterrey, es una de las más industrializadas de México. ”Mi primo (salió del albergue) todo el día para encontrar dónde trabajar. Al fondo hay una empresa, pedí trabajo, pero me dicen que no hay”, agrega, señalando un edificio.
Con la ayuda de abogados voluntarios, los migrantes gestionan sus solicitudes de refugio en este lugar de acogida. Ante la gran demanda, el trámite puede demorar meses. ”Tienen una semana que empezaron a llegar a este albergue. El martes pasado eran de 800 a 1.200; hoy la cifra es de 1.600 a 1.720 haitianos atendidos al día, más 300 centroamericanos”, comentó a la AFP José Salinas, vocero de Casa Indi.
Salinas espera que arriben migrantes de Ciudad Acuña (México) y Del Río (Texas), donde estaban los campamentos retirados voluntariamente el viernes. Pese al hacinamiento, no se han reportado contagios masivos de covid–19. ”Puedo decir que me quiero quedar acá, pero tal vez termine en Estados Unidos. El que sabe es Dios”, afirma Vladimir, haitiano de 29 años, quien omite su apellido y viaja con su esposa y una hija de tres años.
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Más martirio
Los haitianos temen correr la suerte de otros compatriotas deportados a Haití, sumido en la pobreza y el caos político. Algunos migrantes subsisten con las remesas que les envían familiares desde Estados Unidos, pero ese dinero es insuficiente y deben recurrir a la caridad.
Con temperaturas que llegan a 32 grados centígrados, pasan el tiempo hundidos en la incertidumbre, algunos apenas con una cobija para amortiguar la dureza del suelo. Para refrescarse, beben agua de recipientes que dispuso el albergue y se organizan en fila para recibir la comida. Ajenos a esta realidad, los niños pasan el tiempo jugando fútbol o saltando cuerda. Se sienten vulnerables. Denuncian haber sido víctimas de la delincuencia y de abusos de autoridad, por lo que evitan salir de noche del refugio.
A un migrante que declinó dar su nombre, asaltantes le robaron $200 que le había girado un pariente; a otros los han despojado de celulares. ”No podemos salir a cenar, los policías de aquí son muy malos. Con los mexicanos no sé, pero con nosotros los extranjeros la Policía muy mal”, manifestó Joseph.
Entre finales de agosto y comienzos de setiembre, autoridades mexicanas disolvieron por la fuerza caravanas de migrantes que pretendían avanzar desde Tapachula hacia la frontera con Estados Unidos, lo que fue condenado el lunes por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). “Tenemos miedo por la Policía”, afirmó el haitiano que pidió el anonimato.