San José. Osvaldo Martínez respira profundamente el aire de la montaña y prosigue su ronda como ‘bäsublukima’, el guardabosques de la comunidad indígena Nairi-Awari en Costa Rica. Su trabajo es cuidar parte del pulmón del mundo, labor que hasta el príncipe Guillermo de Inglaterra reconoce. Lo hace no solo porque así lo dicta su dios Sibú, sino también porque integra el programa estatal Pago por Servicios Ambientales (PSA), que reconoce económicamente a quienes protegen el bosque, lo reforestan o cuidan recurso hídrico.
“Nuestra labor beneficia, no solo a mí y a los indígenas, sino a las futuras generaciones. Que vean cómo protegemos la naturaleza”, dice Martínez, en su uniforme de guardabosque y desde su punto de reunión, una choza de madera y hojas secas. Los PSA, instaurados en 1997, recibieron en octubre el premio Earthshot de la Royal Foundation inglesa que impulsa el príncipe Guillermo y fueron reconocidos en la pasada cumbre climática COP-26 con 20 millones de dólares en donaciones de organismos internacionales.
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El ‘bäsublukima’, de 30 años, vigila que el escenario natural con el cual han convivido por siglos siga intacto, virgen. Su trabajo se encuadra en el rubro “protección de bosque”. El gobierno les paga anualmente 58 dólares (¢37.000) por hectárea cuidada. O como los 509 miembros de la comunidad Nairi-Awari prefieren decir: “les reconoce”. En 2021 se les pagó por 4.294.4 hectáreas.
En sus turnos de cuatro días a la semana y horas ilimitadas, Martínez y otros 15 guardabosques están pendientes de taladores y cazadores ilegales, a quienes han correteado en varias ocasiones, por lo que la Policía los entrenó. Además, están pendientes de que no se contaminen los ríos. Martínez transita por horas a través de terrenos con caminos apenas visibles en la tierra y con la amenaza de depredadores como jaguares. Las incesantes picaduras de mosquitos, en la húmeda y calurosa zona, le son imperceptibles.
Rodeado de bosques y con un horizonte verde, los puntos cardinales parecen iguales para quien no creció en esta comunidad que se comunica en cabécar, su lengua nativa. Jaime López y Florita Martínez, también indígenas y miembros de la Asociación de Desarrollo, que gestiona los fondos recibidos, explican que para ellos la conservación no es negocio sino filosofía de vida.
”Queremos proteger el bosque, que había disminuido. Para nosotros es como la vida, es un pulmón. Nuestro dios lo dejó en las reglas que tenemos que cumplir. Transmitimos la protección de generación en generación”, dijo López. ”El bosque es nuestra farmacia, nuestra ferretería, nuestro espacio sagrado. No conservamos el bosque porque se ve bonito. Para nosotros es salud, felicidad”, comentó Martínez.
En el 2020, según el Fondo Nacional de Financiamiento Forestal (Fonafifo), entidad que fiscaliza el programa, entre las siete etnias indígenas que existen en Costa Rica protegieron 12.564 hectáreas de bosque. El PSA “ha sido una manera muy efectiva de dar valor a la naturaleza y de beneficiar a distintas personas propietarias de bosque, tanto en territorios indígenas como propietarios privados”, dijo a la AFP la ministra de Ambiente y Energía, Andrea Meza.
De este programa de protección también se benefician 587 empresas y personas naturales, que en el 2020 cuidaron de casi 20.000 hectáreas. En ese grupo está el matrimonio de los sexagenarios Pablo Barquero y Lidieth Zúñiga, quienes, en Caño Negro de Limón, tienen suscritas 19.4 hectáreas de las 21 que poseen. ”Nos pareció interesante la oportunidad de obtener recursos sanos, porque así cuidamos el bosque y recibimos un incentivo que para nosotros es importante”, comentó Pablo.
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Según Jaime López, entre los años 80 y 90, fueron despojados de 2.000 hectáreas por el “hombre blanco” o ‘sikua’, que se apoderó de parte de sus territorios con engaños a sus abuelos y padres, quienes no sabían de leyes. Ni siquiera hablaban español. Él mismo lo aprendió a los 15 años. Así que, con los fondos que reciben de PSA, los Nairi-Awari recompran esos terrenos y los incluyen en su área de protección.
”Desde el 2004 estamos en el proyecto, pero desde el 2010 pensamos mejor en qué invertir. Lo importante era recuperar territorio y ya compramos 980 hectáreas”, que incluyeron en el programa. Aún esperan recuperar otras 1.000.
También han adquirieron áreas para habitar y facilitarle la vida a varios Nairi-Awari, pues hay familias que residen a siete horas a pie dentro de la montaña y subsisten de la naturaleza, en chozas y sin servicios básicos. ”A ellos los sacamos del bosque y los acercamos donde hay más acceso a educación, servicios y empleo. Lo hemos hecho con 40 familias”, aseguró López.