“La muerte vendrá sobre alas ligeras al que perturbe la paz del faraón”, advertía un escrito grabado sobre una de las paredes de la tumba del último gobernante de la dinastía XVIII en Egipto. Ignorar el aviso le costaría la vida a quienes lo hicieran, desencadenando una serie de tragedias divinas de las que no podrían escapar.
El 4 de noviembre se cumplieron 100 años desde que el arqueólogo británico Howard Carter y su mecenas, lord Carnarvon, abrían por primera vez en más de 3.000 años la tumba de Tutankamón, un evento que no solo marcaría un punto de inflexión en el estudio y el interés popular por el Antiguo Egipto, sino que además daría pie a una de las leyendas más populares.
Lo cierto es que nunca se han encontrado registros de la frase con la que inicia este artículo. El cuidado con el que Carter exploró la tumba, oficio al que le dedicó 10 años catalogando cada objeto y apuntando cada detalle, demostraría que la supuesta advertencia sería tan solo uno de los innumerables inventos que rodearon a la histórica excavación.
Pero esto no fue suficiente para frenar los rumores al respecto. La primera referencia oficial a la supuesta maldición del faraón aparecería en diciembre de 1922, apenas un mes después de realizado el descubrimiento. El autor de dicho texto fue el corresponsal de The New York Times, a quien el equipo de Carter le brindó acceso exclusivo a la tumba para que realice un artículo.

“El día en que se abrió la tumba y el grupo encontró estas serpientes doradas en las coronas de las dos estatuas (que resguardan el lugar) hubo un incidente interesante en la casa de Carter”, narra el texto.
“El arqueólogo contaba con un canario que aliviaba su soledad. Mientras cenaba con su equipo hubo una conmoción en la terraza. El grupo salió corriendo y encontró a una serpiente, similar a las que vieron en las coronas de las estatuas, que había capturado al canario. Mataron a la serpiente, pero el ave murió, probablemente por el susto. El hecho impactó en los trabajadores locales, quienes lo interpretaron como una advertencia hecha por el espíritu del faraón para que no siguieran violentando la privacidad de su tumba”, concluye.
Tanto Carter como The London Times, diario británico al que le había vendido la exclusividad sobre el hallazgo, se esforzaron por desmentir dicha historia.
Era cierto que un canario de Carter había muerto debido a una serpiente, pero había sucedido antes de que el arqueólogo encontrara la entrada a la tumba del faraón. Además, no había sido el único animal del inglés con ese destino, otras mascotas entre las que se cuenta un burro habían caído víctimas de mordeduras de serpientes en el pasado.
“Fue el London Times quien consiguió un contrato en exclusividad con su excavador, Howard Carter, pudiendo presentar la información desde una única línea editorial. Eso, por un lado, supuso que The Times pueda ofrecer información privilegiada, cercana y muy detallada que animó a los lectores y seguidores del fenómeno del descubrimiento. Por otro lado, sin embargo, también supuso que periódicos como The New York Times tuviesen que inventarse historias y anécdotas, lo que contribuyó al crecimiento de esta leyenda arqueológica y, entre otros, al surgimiento de la famosa historia de la maldición de Tutankamón”, comenta al respecto Antonio Javier Morales, profesor de Egiptología de la Universidad de Alcalá y director del Middle Kingdom Theban Project en Deir el-Bahari, a El Comercio.

La maldición alcanza al lord
Según la leyenda de la maldición, todos los que entraran a la tumba estaban condenados a un trágico final.
Esta historia se vio reforzada cuando en 1923, un año después del descubrimiento, George Edward Stanhope Molyneux Herbert, conocido como lord Carnarvon, financista del proyecto, falleció en singulares condiciones.
Años atrás, lord Carnarvon había sufrido un accidente que había comprometido sus pulmones, lo que llevó a que su médico le recomendase trasladarse a un lugar con clima más cálido, al menos durante el crudo invierno británico.
Esto lo llevó a pasar largas temporadas en Egipto y, eventualmente, permitió el descubrimiento de la tumba de Tutankamón.
En marzo de 1923, lord Carnarvon fue picado por un mosquito en la mejilla y pocos días después, mientras se afeitaba, cortó la picadura, provocando una infección que devino en una septicemia. El debilitado cuerpo del mecenas no soportó la neumonía que siguió a la infección.
El 5 de abril, en la madrugada, murió en su habitación del hotel Savoy en El Cairo. Según la leyenda, al momento de su muerte hubo un apagón masivo en la capital egipcia que se resolvió a los pocos minutos. Además, al mismo tiempo, a 3.500 kilómetros de distancia, en su casa en Londres, su perra Susie comenzó a aullar antes de morir repentinamente.
Claramente no existe evidencia sobre aquel supuesto apagón en la ciudad y, mucho menos, sobre el desafortunado desenlace de la mascota.
Pero poco pareció importar, la maldición había cobrado a su primera víctima en el imaginario popular. Y esta se vio alimentada cinco meses más tarde, cuando el coronel Aubrey Herbert, medio hermano del lord Carnarvon, falleció.
Más víctimas
Según la prensa de la época, especialmente la británica que se mantenía obnubilada por la fantasía de la maldición, para 1930 al menos 30 de las personas que habían participado en el descubrimiento de la tumba habían muerto producto de la maldición.
Entre ellas se contaba, por ejemplo, el deceso de Arthur Mace, quien dio el último golpe para abrir la entrada a la tumba; sir Douglas Reid, quien radiografió a la momia del faraón; la secretaria de Carter, quien sufrió de un infarto al corazón; o un profesor canadiense que había estudiado la tumba junto a Carter y falleció de un infarto cerebral.
Lo cierto es que apenas 8 de las 28 personas que ingresaron por primera vez a la tumba habían muerto para esa fecha. El propio Carter, quien debía ser el principal objetivo de la maldición, sobrevivió 17 años más después del descubrimiento y falleció a los 64 años producto de un posible cáncer linfático.