París. Llegó “temblando”, pero salió “tranquilo”. Éric Boone fue la primera víctima a la que escuchó una comisión que investiga la pederastia en la Iglesia católica en Francia. Un fraile dominicano lo agredió sexualmente en los años 80, cuando tenía entre 12 y 15 años, en un convento de Toulouse (sur), donde estudiaba hebreo. La Comisión Independiente sobre los Abusos Sexuales en la Iglesia (Ciase, por sus siglas en francés) desde 1950, presidida por Jean–Marc Sauvé, debe presentar un informe de cientos de páginas, que concluye dos años y medio de trabajo.
Un ‘acto de memoria’
Boone, de 49 años en la actualidad, reconoció que “no puedo decir que no haya un día en el que no piense en ello. Es profundamente destructivo”. Boone describió el proceso de control puesto en marcha por su agresor, “un conocido teólogo”, “brillante”, treintañero, quien frecuentaba su familia hasta que “pasó a la acción”.
“Incapaz de hablar”, permaneció en silencio durante unas tres décadas, pero, recientemente, este trabajador de la educación católica se confió a sus allegados y denunció los hechos, “conmocionado” por una carta del papa Francisco sobre los abusos en 2018. Éric tiene su esperanza depositada en el informe de la Comisión Sauvé, que incluirá todas las audiciones de las víctimas.
“Será como un monumento, como un acto de memoria. Son escritos que permanecerán y ya nadie podrá decir que no era verdad (...). Hará que mi propia historia forme parte de una historia más amplia”. El hombre no espera, a continuación, el “consuelo” de la Iglesia, sino una “conversión profunda”, que actúe, que “se reforme a partir de esta realidad”, incluso en el terreno teológico.
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‘Tortura diaria’
“No está escrito en mi rostro, pero es una tortura casi diaria. Hay que reconstruirse con el tiempo”, explica Marie–Claire Silvestre, de 63 años. ¿Su agresor? Un sacerdote, que además era su tío y que ya falleció.
“Una persona que admiraban mis padres, mi abuela” y los feligreses, que perpetraba “tocamientos” y “violaciones” a su sobrina en “la cocina y el presbiterio” en un pueblo, donde pasaba las vacaciones. Según Silvestre, uno de sus hermanos y una de sus hermanas también fueron víctimas de sus agresiones. El primero se suicidó en 2004 y la segunda murió a causa del alcoholismo.
“La Comisión Sauvé es muy importante para mí”, para ellos y para “todas las víctimas que jamás podrán hablar”. En la página web de la comisión, que ponía a disposición un formulario para cada víctima, la mujer inscribió los nombres de sus hermanos.
Marie–Claire no denunció el caso, puesto que empezó a hablar de las agresiones mucho tiempo después de los hechos. En la búsqueda de información, intentó recientemente en vano hallar otras víctimas y solicitar a la diócesis eventuales archivos sobre el sacerdote, sin éxito. “¿Es normal que en los años 1960 fuera trasladado más de cuatro veces?”, se pregunta.
Esta exauxiliar de enfermería confiesa el dolor que le produjeron las dudas de sus allegados: “Estás segura, ¿no fue un sueño? ¡Eras muy pequeña!”. Su historia la “plasmó” en un libro que se publicó en primavera.
Ella espera de la Comisión Sauvé, ante la que habló en setiembre del 2020, que ponga “la verdad sobre la mesa”. ¿Y de los responsables católicos? “Está en sus manos”, afirma la mujer, sin hacerse muchas ilusiones. “No están preparados para cambiar de sistema”.
Culpabilidad e infierno
A sus 82 años, Jean–Marie, quien prefiere no revelar su apellido, asegura que no tiene ningún reclamo personal. Si participó en la comisión, fue porque le importa “que la Iglesia ponga fuera de juego a los pederastas”. “¡Tolerancia cero!”, pide este hombre que fue agredido primero por un amigo de la familia a los “siete u ocho años” y, a continuación, por un religioso capuchino, “entre los 11 y 14 años”.
No denunció estos hechos, de los que no habló durante mucho tiempo y que olvidó parcialmente. Muy marcado por “el dominio de la Iglesia a través de la culpabilidad”, denunció la “mecánica” que padeció: “el secreto que se instala; la comedia del consentimiento”. “El depredador te hace cómplice voluntario y posiblemente culpable al decirte: ‘Deberías haberme frenado’”.
Estas agresiones sucedieron en los años 1950 en Vendée, una región del oeste de Francia “muy católica”, donde “todo lo que era el despertar de la sexualidad en los chicos adolescentes era pecado mortal y una condena en el infierno”. “Quiero que la Iglesia reconozca esta extrema violencia” que “arruinó mi infancia”, que asuma que “estos actos son crímenes más que pecados”, que dé nuevas directrices a los clérigos” o que “conceda un verdadero lugar a las mujeres” en su gobierno.
Pero, sobre todo, que “no pase página”.