Puerto Lempira, Honduras. Cuando salió de las profundidades del mar Caribe, Ernesto McLean ya no podía caminar: la pesca de langosta sin equipo adecuado lo dejó con lesiones permanentes, como a miles de buzos en la remota región de la Mosquitia hondureña, donde una semana atrás murieron 27 pescadores y lancheros en un naufragio.
“Me pegó un mareo, un dolor en el estómago y cuando salí del agua intenté pararme (en la lancha), pero me paralicé desde las piernas hasta el pecho”, relató este indígena de 44 años, en esta región del departamento oriental de Gracias a Dios.
La población de indígenas misquitos, unas 100.000 personas, no sale del asombro por el naufragio del 3 de julio que dejó 27 muertos y seis desaparecidos, atribuido a la sobrecarga de la embarcación “Capitán Waly”.
El presidente de la asociación de buzos de la Mosquitia, Oswaldo Echeverría, lamenta que los pescadores expongan su vida bajando a las profundidades con máscaras y tanques de oxígeno en malas condiciones.
La operación comienza con personas que alquilan botes en los puertos caribeños de La Ceiba y Roatán, y contratan buzos en las empobrecidas comunidades de Gracias a Dios, con los que salen a alta mar a pescar langostas, explica Echevarría.
El 5 de noviembre del 2004, la Asociación de Misquitos Hondureños de Buzos Lisiados (AMHBLI) y otras organizaciones pidieron a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) intervenir para que el Estado supervise las condiciones de la pesca submarina en la región.
Denunciaron que son objeto de explotación laboral, miles han sufrido discapacidades físicas graves e irreversibles y muchos han muerto.
Según aseveraron, algunos son obligados por sus patronos, a veces a punta de pistola, a descender a hasta 40 metros de profundidad sin equipo adecuado en busca del crustáceo.
En el 2004, el Ministerio de Salud calculó que había 9.000 buzos en la Mosquitia, de los cuales 4.200 habían quedado lisiados como consecuencia del “síndrome de descompresión” provocado por bajar a grandes profundidades.
Según Echeverría, los capitanes de los barcos pagan $3 por cada libra (460 gramos) de langosta. Los que más capturan logran hasta 400 libras, otros apenas 40, en los 15 días en que se aventuran en el mar.
La mayoría de la pesca se exporta a Estados Unidos.
La temporada va del 1.° de julio al 28 de febrero, porque el resto del año hay veda para proteger las especies.
Lo ideal sería “otorgar financiamiento para que los buzos puedan comprar sus propias embarcaciones” y dejar de depender de los contratistas, expresa Echeverría.
El precio de la pesca
McLean se mueve con muletas o en un carrito que le donaron para ganarse la vida como “zapatero remendón” desde 1998, cuando quedó discapacitado. “Estoy sin casita, (unos amigos) me dan donde pasar las noches” en Puerto Lempira, cuenta. “Estoy en una mala situación”.
Cincuenta horas después de salir del agua lo llevaron a una cámara hiperbárica, que permite revertir los efectos de la descompresión en las articulaciones, huesos y tejidos musculares, pero en las primeras 24 horas.
Otro que camina con muletas es Jaime Lemus, de 60 años. "Fracasé en el 2004, estaba buceando en el fondo, a 120 pies (36,5 m) de profundidad, y tengo todos estos años luchando sin ayuda", se queja.
Jaime sobrevive transportando pasajeros en la laguna de Caratasca con una canoa que le alquilan por $8 al día. “Hago un viaje por día, a veces no sale nada”, lamenta. Tampoco llegó a tiempo a la cámara hiperbárica.
La encargada de la cámara en el hospital de Puerto Lempira, la fisioterapeuta Danyra Tylor, indica que entre 15 y 18 buzos son atendidos al mes por descompresión, pero deben seguir un tratamiento de tres meses a un año para recuperarse.
“Es gente demasiado pobre que no tiene cómo mantenerse y termina abandonando” los ejercicios y el tratamiento, añade.
La Mosquitia es un paraíso de bosques inexplorados en la biosfera del río Plátano, junto con vastas extensiones de llanuras de pinares donde habitan comunidades que sobreviven sin electricidad ni agua potable, comunicadas únicamente por caminos y una telaraña de ríos navegables.
Presencia del narcotráfico
A fines del siglo pasado llegaron a la zona narcotraficantes que con avionetas y embarcaderos clandestinos se apropiaron de la región, que era tierra de nadie, cuenta Norvin Goff, líder de la organización civil Mosquitia Unida.
Los narcotraficantes han convertido la región en un puente de la cocaína que llevan hacia el mercado estadounidense.
Un misquito de 34 años, que se identificó con el seudónimo de Carlos Matute, relata que los narcotraficantes lanzan fardos de cocaína al mar cuando son sorprendidos por las autoridades.
Pobladores locales los recogen y los venden a traficantes a pequeña escala.
También se hallan avionetas incineradas y lanchas abandonadas en atracaderos clandestinos.
Goff encabeza un movimiento para expulsar a los narcotraficantes, que han llegado a acaparar unas 100.000 hectáreas de tierra.
“Tenemos amenazas constantes de esa gente”, deplora el dirigente, quien gestiona con el gobierno la contratación de profesores, médicos y enfermeras para mejorar las escuelas y el hospital de Puerto Lempira, la cabecera departamental de Gracias a Dios.