Managua. “Veníamos caminando en la marcha cuando empezaron a disparar desde arriba, la gente se corría, buscaba refugio, pensé que nos íbamos a morir todos”, dice Andrés Donato, un campesino que logró huir y correr hasta la Catedral, donde pasó la noche refugiado junto a más de 1.000 agricultores que apoyaron la manifestación.
Varios campesinos luego se armaron de valor y volvieron armados con palos, machetes y morteros a defender a los manifestantes que habían quedado atrapados en la balacera, pero uno de ellos cayó muerto con un disparo en la cabeza, relata el campesino Yerlin Marín.
“La gente del Gobierno empezó a disparar, entonces nuestra gente empezó a lanzarles morteros” artesanales, cuenta Wilfredo Zamora.
Las muertes han invadido de rabia, dolor, llanto, angustia y miedo a los nicaragüenses, que cierran sus puertas temprano por temor a ser agredidos o asaltados por estos grupos.
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“Pensamos que Daniel (Ortega) era un buen presidente, pero es igualito al exdictador (Anastasio) Somoza”, lamenta Julieth, en alusión a la dictadura somocista que fue derrocada por la revolución sandinista de 1979.
“Esto terminará en una guerra porque él (Ortega) no quiere ceder”, dice su prima Jenny, quien considera que los empresarios deberían declarar un paro nacional para presionar la salida del mandatario de 72 años.
“De un paro podemos sobrevivir porque entre los mismos vecinos nos ayudamos, pero de una guerra no, porque estamos desarmados”, opina Jenny.
Ataques similares han sufrido desde abril otras ciudades del interior del país como Masaya, León, Matagalpa y Chinandega, –antiguos bastiones del sandinismo, que ahora abogan por un cambio democrático–.
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Sin embargo, “no hay revolución sin muertos”, admite con resignación uno de los manifestantes que se mantiene atento detrás de una de las tantas barricadas que fueron levantadas en el centro de la capital, y que esconde su rostro como muchos otros por temor a represalias.
“Yo miré a varios muchachos caer tirados (heridos con balas) en los pies, las manos, el estómago y en la cabeza. Por la forma que les pegaban se ve que son gente preparada, francotiradores”, dice molesto.
Cerca de la su trinchera está la sede de la Policía Nacional, donde varios obreros construían altos muros.
“Vivimos en zozobra viendo pasar las patrullas (de policía) para hacer desastres, se escuchaban tiros, gritos de la gente”, dice nerviosa doña Soledad Martínez, de 63 años, y entra en llanto, porque dice, teme que a su familia sea atacada, como ocurrió durante la dictadura somocista.
“Solo Dios sabe lo que va a pasar, a veces hasta da miedo hablar porque a uno lo mandan a matar”, dice la mujer.
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Ataques de paramilitares
Según denuncias de organismos humanitarios, los grupos armados han implantado el terror en los últimos días en Managua y otras ciudades nicaragüenses. Disparan sin control contra la población de los barrios, asaltan, secuestran y torturan a los jóvenes,
Amnistía Internacional (AI) denunció el lunes que las autoridades usan grupos paramilitares, las llamadas “turbas sandinistas”, para reprimir las protestas ciudadanas.
Los obispos nicaragüenses condenaron este jueves la represión “de parte de grupos cercanos al gobierno” y anunciaron que mientras el pueblo “continúe siendo reprimido y asesinado” no reanudaron el diálogo que aceptaron mediar entre Ortega y la oposición.