Interés Humano

Personaje del 2020: Médicos de América Latina se llevan las palmas por su ardua lucha contra la covid-19

Trabajadores de la salud relatan los desafíos de su labor y los esfuerzos realizados durante la crisis sanitaria más compleja del último siglo

Santiago. En un año marcado en todos los ámbitos por la pandemia del coronavirus, el Grupo de Diarios de América (GDA) quiso reconocer la labor de la comunidad médica y de los miles de trabajadores sanitarios que sacrificaron sus intereses personales y sus vidas familiares por atender a los pacientes que llegaban con una enfermedad nueva y, por lo tanto, de consecuencias desconocidas.

Estos testimonios representan los esfuerzos y la invaluable labor que han realizado durante la una crisis sanitaria que ha remecido la economía, la política y la vida en sociedad como la conocíamos.

María Paz León Bratti es especialista en Medicina Interna e Inmunología. Ella fue quien atendió primero al llamado paciente cero de Costa Rica, y tras ese contacto, que fue en su consultorio privado, ella también se contagió. Actualmente, es la coordinadora de las unidades covid-19 del Hospital México. (La Nación/Costa Rica/GDA/La Nación/Costa Rica/GDA)

Era un miércoles de marzo. La especialista costarricense en Medicina Interna e Inmunología, María Paz León Bratti, recibió en su consultorio privado a un colega suyo, por un problema alérgico. “Venía febril y cuando lo examiné tenía una franca neumonía”, recuerda. Ni la mascarilla era obligatoria, ni se hablaba del distanciamiento físico y las noticias de la enfermedad eran solo del extranjero.

“Me contó que venía llegando al país. Estaba desaturado, le recomendé antibióticos y que se vigilara, pero a ninguno nos pasaba covid por la cabeza”, recuerda.

A los pocos días ese paciente sería identificado como el “caso cero” en Costa Rica y después como un “super diseminador” porque en el hospital donde trabajaba como ginecoobstetra contagió, sin saber que tenía la enfermedad, a decenas de personas.

León Bratti también se contagió en la primera atención al “paciente cero”. Se autoconfinó durante cuatro semanas y no desarrolló una enfermedad grave.

Su paciente y colega falleció en abril. Fue de las primeras víctimas mortales por causas relacionadas a la covid.

Nueve meses después, León Bratti sigue vinculada al combate a la pandemia y coordina las unidades que atienden a estos enfermos en el Hospital México, donde llegó el “paciente cero”.

Para Alberto Félix Crescenti, de 67 años, director del Servicio de Atención Médica de Emergencias (SAME) de la Ciudad de Buenos Aires, la pandemia ha sido el desafío más complejo de su larga carrera. “Fue algo absolutamente inesperado a nivel mundial”, aunque agrega que el equipo que conduce, tanto en recursos humanos como materiales, estaba listo para hacerle frente a la covid-19.

Alberto Crescenti dirige el servicio de atención de emergencias de Buenos Aires, principal foco de la pandemia cuando el virus llegó al país. Está al frente de un equipo de 1.300 profesionales, choferes, operadores telefónicos y pilotos de helicóptero. Dirigió en terreno traslados con medidas de bioseguridad de casos sospechosos de covid-19, evacuaciones de geriátricos y monitoreo de pacientes por telemedicina. Foto: Ricardo Pristupluk (RICARDO PRISTUPLUK/La Nación/Argentina/GDA)

Y aunque los casos mermaron, hubo un gran número de pérdidas humanas.

Pese a las dificultades, Crescenti cree que el equipo se ha fortalecido: “Lo positivo es tener un sistema como este, integrado por profesionales de excelencia. Es un equipo sufrido, con mucha entrega y mucha mística. Cuando te enfrentas a algo desconocido, hay que tener lo que se necesita para enfrentarlo, porque el miedo está, uno piensa en la familia, pero acá nadie flaqueó”.

La microbióloga Natalia Pasternak se volvió una de las voces centrales de la campaña de la comunidad científica brasileña contra la desinformación sobre la pandemia que salía del gobierno de Jair Bolsonaro. Durante el año fue una comunicadora científica de inaudita intensidad, con la urgencia de alguien que sabe que ese trabajo salva vidas.

“La principal dificultad de difundir ciencia durante la pandemia fue la avalancha de desinformación generada por fuentes oficiales y que justo por ello tienen credibilidad, como el gobierno federal y el Ministerio de Salud”, cuenta Pasternak.

Escribió posts y grabó videos destacando la importancia de medidas básicas para impedir la propagación del coronavirus, al tiempo que creó eventos

virtuales de información científica sobre el Sars-CoV-2 que reunieron algunas de las mentes científicas más brillantes de Brasil. “No es suficiente refutar a las autoridades. Es necesario demostrar cómo funciona el proceso científico, es decir, como se hace la ciencia”, aclara.

“Cada persona que lleva la mascarilla puesta, que ha dejado de creer en la cloroquina y confía en las vacunas me hace pensar que ha merecido la pena”, dice.

Ivalu Arcelia Carmona Campos es médico urgencióloga y está orgullosa de pertenecer al personal de salud que combate la pandemia. Y su entrega en estos nueve meses de batalla sanitaria en México le valió la condecoración con la medalla Miguel Hidalgo, en Grado Cruz. La urgencióloga no se ha contagiado, aunque sí padeció un trastorno de angustia. Su esposo, de la misma profesión, sí se contagió, y estuvo delicado.

La infectóloga Ivalu Arcelia Carmona fue condecorada con el reconocimiento Miguel Hidalgo, porque instauró que los pacientes se comunicaran a través de videollamadas. Foto: Germán Espinosa (GERMAN ESPINOSA/El Universal/México/GDA)

La doctora Carmona, madre de una niña de 10 años, comenta que entre las cosas más difíciles está el impedimento de visita de los familiares a los enfermos, porque las personas no se pueden despedir de sus seres queridos. Por eso celebra que se hayan implementado medidas de las que ella fue promotora, como las llamadas telefónicas o videollamadas.

“Uno es el medio de comunicación. Muchas veces presto mi teléfono y si el paciente está estable me retiro… pero cuando están graves estoy presente, ante cualquier duda de un familiar. Es cuando me ha costado mucho trabajo porque hablando con el familiar se me quiebra la voz, es muy difícil explicarles enfrente del paciente que está grave, pero a veces es lo que uno quiere, lo pide, hablar con un familiar porque no sé si después de intubarme voy a salir adelante o no”, dice.

Lo más doloroso de la pandemia, dice el infectólogo Jorge Panameño, ha sido “ver pacientes que fallecían, otros que estaban en el suelo esperando una cama. Ver a los colegas clamar por equipo para protegerse, saber de los trabajadores de la salud muertos en el cumplimiento de su deber porque les faltó equipo para protegerse, o atención una vez enfermos”. El médico salvadoreño recuerda también el costo emocional que significó la muerte de familiares y colegas.

Habla de las dificultades que el personal de la salud ha tenido en El Salvador, donde “no pudimos unir esfuerzos, por más que intentamos, con el sistema de salud estatal, para poder aportar la experiencia que los años de ejercer nos han permitido acumular” a lo que se sumó la falta de camas hospitalarias, tanto en el ámbito público como en el privado. “Tuvimos que ingeniarnos en coordinación con otras disciplinas como la enfermería y la terapia respiratoria para dar atención a domicilio”.

Pese a las carencias y al sacrificio de postergar a su propia familia para poder atender, reconoce algo positivo en la atención a sus pacientes, al ver que “se recuperan después de pasar periodos especialmente críticos, y vuelven con sus familias”. Y destaca que hoy la experiencia acumulada “nos ha servido mucho para colaborar aún más”. “Con esta enfermedad cada día aprendemos algo nuevo, pasarán muchos años antes de poder manejar todos los aspectos que involucra”, sostiene.

Un video recorrió WhatsApp y Facebook. Tenía información real, verificada. Era el infectólogo Juan Carlos Celis, jefe del Departamento de Enfermedades Infecciosas del Hospital Regional de Loreto, compartiendo las lecciones aprendidas en Iquitos y señalando cómo la estrategia dictada desde el Ministerio de Salud no era la más adecuada, menos para localidades tan lejanas como las de la Amazonía.

El infectólogo Juan Carlos Celis es jefe del Departamento de Enfermedades Infecciosas del Hospital Regional de Loreto, ubicado en la Amazonía peruana. (El Comercio/Perú/GDA/El Comercio/Perú/GDA)

“Respondimos lento, tarde y, muchas veces, mal. Es una crisis de salud pública que ha puesto en crisis todo lo demás, incluida la ciencia (…) Nos hemos sometido a una especie de miedo, susto y desesperación que nos ha hecho flexibilizar el rigor del que normalmente alardeamos en la ciencia”, dice.

Reconoce que en esta pandemia se pudo hacer mucho más. “Por desesperación y premura me dediqué solo a atender y no a sacar, más rápido de lo que yo hubiera querido, una enseñanza. Era una situación nueva y no nos dimos cuenta de que no estábamos haciendo bien en administrar medicamentos con desesperación. Por eso mi posición es firme: no estoy de acuerdo con quienes dicen que no hay tiempo. Por el contrario, creo que no tomarnos nuestro tiempo nos ha hecho mucho daño”, reflexiona.

Astrid Jerez Pinilla es una enfermera clínica especialista en alivio del dolor y cuidados paliativos que pasó de tener pacientes ambulatorios a trabajar tiempo completo con hospitalizados por covid-19 en el Hospital Barros Luco Trudeau (Santiago de Chile). En ese centro médico de alta complejidad, que atiende a 1,3 millones de personas, se instaló la primera Unidad de Cuidados Proporcionales (UCP) para este tipo de pacientes en el sistema público chileno.

“Esto marcó un desafío personal enorme, porque además de recibir las capacitaciones a nivel institucional, volví a estudiar y repasar protocolos. Todo esto, con una sensación de miedo y angustia, porque no sabía a lo que me iba a enfrentar y por mis hijos, de 2 y 4 años”, dice.

Una vez que pudieron poner en pleno funcionamiento la UCP pudo “interiorizar a mis colegas en el mundo de los cuidados de fin de vida”.

“En este período fue donde empecé a ver lo más duro de la pandemia: la soledad de la muerte. En nuestro equipo, para humanizar la atención y acompañar a quienes se encontraban en su fase final, establecimos —mediante el uso de tecnología y llamadas diarias a los familiares—, un puente con ellos, entregándoles información oportuna. Incluso se permitió que los más cercanos —bajo estrictas medidas de seguridad y siempre que se pudiese— visitaran a los pacientes”, relata Astrid.

“Esto creo que ha sido lo más agradecido por las familias y, en lo personal, uno de los aspectos más positivos de esta pandemia, porque sentí que efectivamente era un aporte en ese servicio y porque acompañamos a las personas, desde su llegada al hospital, hasta su último suspiro”.

María Graciela López, infectólogo pediatra, presidenta de la Sociedad Venezolana de Infectología y profesora de postgrado de Infectología Pediátrica, dice que pese a las carencias –reforzadas por la crisis interna que Venezuela arrastra hace años– la pandemia consolidó su vocación. “El haber tenido la oportunidad de estar aquí y atender a los pacientes venezolanos en esta pandemia ha sido una bendición. Yo no cambiaría estar en ninguna parte del mundo”.

María Graciela López, infectóloga pediatra, trabaja como especialista en el Centro Médico Docente La Trinidad, uno de los centros privados en la capital que ha atendido en los últimos meses a numerosos pacientes de covid-19. (GDA/El Nacional/Venezuela/GDA/El Nacional/Venezuela)

“Nuestro sistema de salud está desmantelado, con una capacidad de respuesta disminuida; hay desabastecimiento en varios rubros importantes, que no son solo medicamentos; sin hablar del personal de salud, que es cada vez menor en el sector público y con unos sueldos que no permiten la subsistencia; con una infraestructura deteriorada y sin servicios básicos”, comenta.

Para la doctora López, ha sido muy doloroso ver familias que se hospitalizaron y no salieron completas porque falleció alguno de sus miembros e insistió en la afectación en el aspecto psicológico y psiquiátrico. Agregó que fue muy triste palpar la soledad de muchos adultos mayores ya que sus “hijos y familiares cercanos están fuera del país”.

López destaca el trabajo de las agencias internacionales y de ONGs que han facilitado muchos de los equipos de protección de los trabajadores de la salud, y resalta lo satisfactorio que ha sido el trabajo en equipo, ayudado por la tecnología.

Y aunque por momentos parezca que hay una salida pide no bajar la guardia. “Hemos vivido el impacto de esta enfermedad. Es imposible olvidarla”, subraya.

Créditos: Ángela Ávalos, La Nación (Costa Rica); Alejandro Horvat, La Nación (Argentina); Renato Grandelle, O Globo (Brasil); Perla Miranda, El Universal (México); Mariana Belloso, La Prensa Gráfica (El Salvador); Bruno Ortiz Bisso, El Comercio (Perú); Max Chávez, El Mercurio (Chile); y José Gregorio Meza, El Nacional (Venezuela).

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