Erbil, Irak. En su invernadero, Delband Rawandouzi acaricia los brotes verdes que se convertirán en robles y que espera revivan el bosque kurdo en el norte de Irak, donde las guerras, la tala ilegal y los incendios hicieron desaparecer uno de cada dos árboles.
A sus 26 años, esta senderista y escaladora tiene un objetivo ambicioso: plantar un millón de robles en cinco años.
El roble es un árbol resistente al frío, intenso en invierno en Kurdistán, con raíces lo suficientemente profundas como para superar la sequía y que pueda vivir durante siglos.
“En el otoño del 2020 plantamos 2.000 robles. Fue un experimento piloto”, dijo esta nativa de Rawanduz, a 60 kilómetros al norte de Erbil, la capital del Kurdistán iraquí. “El próximo otoño, le seguirán 80.000 más”, agregó.
Para replantar este árbol emblemático de los bosques iraquíes, Delband Rawandouzi movilizó a la población y ahora senderistas y pastores locales traen de sus viajes a la montaña bellotas que Delband planta en dos invernaderos financiados por una facultad privada de Erbil.
El Ministerio de Agricultura, que identificó las áreas para reforestar, le indicará cada otoño dónde plantar.
Cada árbol estará bajo el patrocinio de un donante particular, por 1.000 dinares iraquíes, menos de 70 centavos de dólar.
Reforestación y clima
“La amenaza climática es enorme, así que este proyecto no se trata solo de plantar árboles. Nuestra acción frente a los desafíos climáticos es crear nuevos hábitos plantando árboles”, explicó Delband.
Estos argumentos convencen cada día a más personas, kurdos de Irak o de la diáspora, o incluso a expatriados que viven en este enclave, considerado un remanso de paz en el corazón de un Oriente Medio desgarrado por la violencia.
Es el caso de Intira Thepsittawiwat, una mujer checa de 50 años que vive en Erbil y ha decidido apadrinar 500 árboles.
“Es mi pequeña contribución a la naturaleza de Kurdistán”, expresó tras una caminata en las montañas que le hizo ver los daños.
“Desde el 2014, Kurdistán ha perdido el 20% de su vegetación, y el 47% en comparación con las cifras de 1999”, según las autoridades locales.
La cifra representa la desaparición de más de 8.000 km² de bosque natural o artificial. Y también supone la desaparición de la protección contra la erosión del suelo y la pérdida de agua, según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura).
Los responsables son los bombardeos, la tala ilegal por parte de familias pobres en busca de leña o por agricultores sin escrúpulos, así como el pastoreo incontrolado y el desarrollo urbano, a menudo anárquico.
Solo en el verano del 2020, mientras Kurdistán era bombardeado regularmente por fuerzas aéreas turcas, se destruyeron 20.000 hectáreas de tierra, “la mitad de las cuales se encontraban en áreas protegidas con una rica biodiversidad”, incluyendo bosques, informa la ONG PAX, que se basa en imágenes de satélite.
Según la FAO, Irak tiene actualmente solo 8.250 km² de bosque; es decir, alrededor del 2% de su territorio.
La mayoría de los bosques semidesérticos del país se encuentran en el Kurdistán, a lo largo de la frontera norte con Turquía y en la cordillera de Zagros en la frontera con Irán.
Hawker Ali, de 35 años, se unió al proyecto de un millón de robles porque cree que la urgencia climática es apremiante.
"No es como la epidemia de covid-19 para la que los científicos pueden encontrar una vacuna. Para el cambio climático, todo el mundo debe participar para reducir las amenazas y sus consecuencias", dice a la AFP, regando los brotes de roble joven en los invernaderos de Erbil.
El gobierno de Irak anunció hace unos días que había ratificado el acuerdo de París sobre el cambio climático, una cuestión más que vital en uno de los países más cálidos del mundo.
Nueva política climática
Pero para el especialista en medio ambiente Ahmed Mohamed, exjefe de la autoridad de sensibilización al medioambiental, Kurdistán necesita revisar su política climática.
En primer lugar, aboga por desarrollar el transporte público y reducir el uso de los dos millones de coches que circulan por esta región autónoma de cinco millones de habitantes.
También pide dejar de tirar botellas de plástico de un solo uso y, sobre todo, educar a la población.
“A la gente de aquí le encanta salir al aire libre, todos los fines de semana van de picnic y todos tienen una casa en las montañas, pero la mayoría no se dan cuenta de la importancia de la naturaleza y de los desastres climáticos que se avecinan”, lamentó.