Faltaban diez minutos para que terminaran las clases cuando sonó la alarma contra incendios en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas, ubicada en Parkland, Florida. Eran las 2:30 p. m. del miércoles 14 de febrero, un día de San Valentín que transcurría, hasta ese momento, sin mayores contratiempos.
Camila Padilla, una costarricense de 16 años que estudia en ese instituto, respondió al llamado de la alarma, así que tomó su bulto y salió sin prisa del salón, donde estaba recibiendo clases de Español. La joven y sus compañeros pensaron que se trataba de un simulacro de rutina, uno más de los que se llevan a cabo usualmente en su colegio.
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Sin embargo, al salir de la clase se encontró con personas que gritaban que alguien estaba “tirando balas” en el centro educativo. Así que decidió irse al auditorio, el lugar más seguro y cercano que encontró en el poco tiempo que tuvo para refugiarse.
Allí se quedó junto con unos 70 estudiantes y cinco teachers en medio de la confusión al desconocer lo que realmente estaba ocurriendo.
“En el auditorio estábamos sentados y luego nos empezaron a gritar que nos agacháramos, porque sí era verdad que había alguien disparando en la escuela. Ahí fue cuando empecé a escribirle a mi mamá mensajes para que no se preocupara. Escuché disparos a la distancia, pero me puse a escuchar música, porque no los quería oír”, relata la estudiante, quien es oriunda de Cartago y vive desde hace tres años en Estados Unidos.
A los 10 minutos de estar en el auditorio, escuchó a los profesores que estaban cerca de ella comunicarse mediante walkie-talkies y fue cuando cayó en cuenta de la magnitud que estaba tomando el ataque. Al mismo tiempo, se estaba comunicando por Whatsapp con sus compañeros del grupo de danza del colegio, al que ella pertenece.
“Podía escuchar lo que estaban diciendo por los walkie-talkies y empecé a llorar, porque sonaba muy feo. Todos mis compañeros también estaban muy asustados”.
El ataque fue perpetrado por Nikolas Cruz, de 19 años, un exalumno que fue expulsado de ese instituto el año pasado. En total, 17 personas fallecieron en el ataque. El tiroteo es número 18 en una escuela en lo que va del año y es catalogado como uno de los más mortíferos desde el 2012.
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Camila salió del colegio dos horas más tarde con el resto de estudiantes.
“Nos sacaron en fila y tuvimos que salir corriendo con las manos arriba, para que supieran que no teníamos pistolas”.
Angustia y tristeza
Tatiana Cerdas, la madre de Camila, quien también es costarricense, afirma que cuando su hija le avisó sobre lo que estaba sucediendo sintió una enorme preocupación y acudió a buscarla.
“Cuando Cami me escribió lo que estaba sucediendo fue demasiado angustiante. Luego me dijo que le habían dado permiso de salir del colegio y me fui de inmediato. Pude parquear el carro como a milla y media del instituto. Cuando empecé a caminar en medio de los carros, vi a los papás todos con el celular en la mano, a policías con ametralladoras en medio de la calle y ambulancias. Tenía que ser una película, algo que ve uno en televisión, pero que cree que le va a pasar a uno. Una pesadilla”, asegura Tatiana.
Aunque sabía que estaba fuera de peligro, la joven cuenta que el dolor la embargó cuando se enteró que dos de sus amigas fallecieron. Afirma que una de ellas fue de las primeras víctimas que murió.
“En la noche fue muy duro, porque no encontrábamos a una de las amigas, entonces nos estábamos mensajeando entre los compañeros y posteando en Internet si alguien la había visto y fue hasta después que nos dimos cuenta que estaba en el hospital y que no había sobrevivido. Ella estaba afuera del edificio, fue una de las primeras a la que le dispararon”, narra.
La escuela permanece cerrada y no se sabe cuándo volverán las clases. El ataque acabó de forma abrupta con la normalidad del instituto. De un día para otro, Camila y sus compañeros cambiaron sus cuadernos y lapiceros por velas y flores. Hoy jueves no se levantaron temprano para ir a clases, más bien se alistaron para asistir a tres vigilias.