Santiago. La visita del papa Francisco a Chile siempre iba a ser tensa, pero ha encontrado un nivel de oposición sin precedentes con varios ataques incendiarios contra iglesias católicas antes de su llegada el lunes y protestas de chilenos hartos de abusos sexuales de sacerdotes y de maniobras para ocultar los casos.
Francisco llega a un país donde en torno al 60% de la gente se declara católica, pero la Iglesia ha perdido la influencia y autoridad moral de las que disfrutó debido a escándalos sexuales, a la secularización y a un clero desconectado de la realidad.
El Papa intentará revertir esa tendencia durante su visita de tres días, que inicia su programa el martes con una serie de visitas protocolarias a Iglesia y Estado. Después hará un viaje de otros tres días a la vecina Perú.
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En Chile tiene previstos encuentros con migrantes, indígenas mapuche y víctimas de la dictadura militar entre 1973 y 1990. Está por ver si recibirá a sobrevivientes de abusos sexuales. No hay una reunión agendada, aunque esos encuentros no suelen anunciarse con antelación.
La Iglesia chilena se ganó un respeto generalizado durante el régimen del general Augusto Pinochet porque habló contra las violaciones de derechos humanos del Ejército, pero empezó a perder prestigio en 2010 cuando las víctimas de un carismático sacerdote con contactos políticos hicieron públicas sus acusaciones de que las había besado y manoseado.
Los líderes locales de la Iglesia habían ignorado durante años las quejas contra el reverendo Fernando Karadima, pero se vieron obligadas a abrir una investigación oficial después de que las víctimas hicieran públicas sus denuncias y la fiscalía chilena abrió una investigación.
El Vaticano condenó en 2011 a Karadima a una vida de “penitencia y oración” por sus crímenes, pero la cúpula de la Iglesia no ha recuperado la confianza de los chilenos tras haber ocultado los delitos de Karadima durante tanto tiempo.
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“El caso Karadima creó una herida atroz”, dijo el embajador de Chile ante la Santa Sede, Mariano Fernández Amunategui. Él y otros dentro del Vaticano hablan abiertamente de una Iglesia chilena “en crisis” como resultado, una llamativa admisión del precio que se ha cobrado el escándalo en una Iglesia con tanta influencia política que ayudó a frenar las leyes que legalizaban el divorcio y el aborto hasta hace poco.
El desencanto de los chilenos ha afectado incluso a su opinión sobre el Papa. Un sondeo reciente de Latinobarómetro, una respetada encuestadora regional, concluyó que Chile es el país con menos aprecio por el primer papa latinoamericano de la historia, en comparación con otros 18 países de América Central y del Sur. Incluso entre los chilenos católicos, solo el 42% aprueba el trabajo del Pontífice, frente a la media regional del 68%.
“El grave error de la Iglesia católica en el caso Karadima no fue que el caso existiera, algo que la Iglesia no podía evitar porque ocurrió, sino la forma en la que reaccionó la Iglesia”, indicó Marta Lagos, de Latinobarómetro.
“Los líderes de la Iglesia chilena confiaban en que el Vaticano diera su veredicto... no querían ser ellos los que acusaran a Karadima. Por el contrario, en cierto modo hubo una tapadera y ocultamiento del caso”.
Francisco, que ha insistido en que tiene “tolerancia cero” para los abusos, reabrió las heridas del escándalo en 2015 cuando nombró obispo de la diócesis sureña de Osorno a uno de los protegidos de Karadima. Las víctimas dicen que el obispo Juan Barros conocía los abusos pero no hizo nada, una acusación que Barros rechaza.
La semana pasada, The Associated Press reportó que Francisco había dicho a los obispos chilenos que el Vaticano estaba tan preocupado por los efectos del escándalo que tenía previsto pedir a Barros y otros dos obispos formados por Karadima que renunciaran y se tomaran un año sabático. Pero el plan se truncó y Francisco siguió adelante con el nombramiento de Barros a Osorno, donde la controversia ha causado una agria división.
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Varios católicos preocupados de Osorno han viajado a Santiago de Chile, donde han celebrado pequeñas protestas en los últimos días.
Por otro lado, un puñado de iglesias de la capital chilena han sufrido actos vandálicos, entre advertencias de los agresores de que Francisco sería su siguiente blanco. Nunca antes se había registrado semejante violencia y oposición antes de una visita al extranjero de Francisco. De hecho, la última vez que hubo oposición seria a la visita de un papa fueron unas protestas sin incidentes por los costes del viaje de Benedicto XVI a Gran Bretaña en 2010.
Uno de los panfletos dejados en el lugar de una iglesia incendiada defendía la causa de los mapuche, una comunidad indígena que combatió a los colonos españoles durante tres siglos y que todavía tiene facciones radicales que reclaman la devolución de tierras ancestrales, entre otras cosas. Francisco viajará el miércoles a territorio mapuche para oficiar una misa “por el progreso de los pueblos” y comerá con representantes mapuche.
El cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, dijo hace poco que la situación de los indígenas es un tema que interesa especialmente a Francisco.
“Creo que no será un viaje fácil, pero será uno realmente apasionado”, dijo Parolin.