Algunas de las imágenes más crudas de la pandemia han llegado desde Guayaquil. Los cadáveres en las calles han sumergido a esta ciudad ecuatoriana en el miedo.
Según los datos oficiales, en ese país hay 7.161 contagiados. De ellos, 5.281 (el 74%) pertenecen a la provincia de Guayas, donde está Guayaquil.
Sin embargo, se especula que el número de contagios es mucho mayor.
A comienzos de mes, Jorge Wated, funcionario del gobierno encargado del levantamiento de cadáveres, dijo que los fallecidos pueden llegar a 3.500 solo en esa provincia.
Pero al parecer ya se piensa en una cifra más alta: Guayaquil anunció esta semana que construirá dos nuevos cementerios para víctimas del covid-19.
“Serán 12 hectáreas en total y habrá alrededor de 12.000 tumbas entre los dos cementerios.
Ambos serán gratuitos y se convertirán en camposantos, en honor a quienes cayeron durante esta tragedia para que todos sus seres queridos puedan honrarlos”, dijo la alcaldesa Cynthia Viteri.
El periodista José Carlos Alvarado (26) dice que lo que vive hoy su ciudad es “surreal”.
Trabajando, le tocó ser testigo de realidades desgarradoras, como la de familias que tenían que convivir cinco días con un fallecido porque no podían llevárselo.
“Es una situación que no tiene distinción: desde las zonas más deprimidas hasta las urbanizaciones privadas de clase media y alta, no hay cambio en la desatención de levantamiento de cadáveres”.
Según explica, muchas funerarias se negaban a enterrar a personas con coronavirus por miedo al contagio.
“Muchas cerraron, por eso el gobierno ha instado a que las funerarias salgan a dar apoyo para realizar los entierros”.
A esto se suma, dice, la escasez de ataúdes y el aumento de sus precios. A José Carlos le ha tocado saber de familiares, amigos y compañeros de trabajo que se han contagiado.
“Me tocó experimentar el fallecimiento de un colega, es una situación muy dura. Nos ha tocado muy de cerca, la enfermedad no tiene distinción de nada. El temor está”.
Rocío Estupiñan (44) reconoce que desde el 14 de marzo solo ha salido dos veces de su casa. Ambas para ir a comprar. La última vez no encontró frutas, solo algunas manzanas.
“No había verduras, no había carnes, no había embutidos. Conseguí pollo, arroz, aceite, atún”, enumera esta ingeniera en minas que vive junto a su hijo y una tía mayor.
“Tengo a alguien muy querido que falleció el sábado. Y está muy complicado conseguir féretros. Gracias a Dios la hija de este señor pudo conseguir. Pero un pariente de mi mamá había fallecido, estuvo tres o cuatro días en la casa mientras la policía autorizaba que lo sacaran. La familia lo tenía en formol, pero no lo podían enterrar ni nada”.
El día a día, asegura, no es fácil: “Llega un momento en que uno se siente abrumada”.
En Guayaquil, al igual que en el resto del país, el toque de queda comienza a las 14 horas y dura hasta las 5 AM.
Rodolfo Rodríguez (35) es doctor al igual que su esposa. Por eso, cuando llegan a la casa, tienen un ritual: se duchan en el jardín, desinfectan sus zapatos con cloro, se cambian la ropa y, aunque sea difícil, no abrazan a su hija de cuatro años.
“Alrededor del 40% de los infectados es personal sanitario”, afirma. Por eso, dice, el resguardo es necesario.
A pesar de las imágenes en los noticieros y periódicos, dice que no le ha tocado ver fallecidos en las calles.
Pero reconoce que desde que comenzó la emergencia sanitaria ha recibido la solicitud de al menos una veintena de cercanos, amigos y pacientes, pidiéndole que les haga certificados de defunción.
“No me pasaba antes, no tengo memoria. Antes la gente se moría e iba el sistema que hace el levantamiento de cadáveres. Ahora eso no sucede. Y yo no puedo hacerlo, porque para eso hay que estar inscrito en un registro”.
Y agrega: “Cuando me formé como médico, nunca pensé que viviría una pandemia como esta. Ves pacientes con VIH, con neumonía, pero esta magnitud nunca la pensé”.
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