Saná. Hace cinco años, cuando los rebeldes hutíes se apoderaron de Amrán, a 50 kilómetros de la capital de Yemen, Mohamed al Najri estaba convencido, como muchos, de que sería por poco tiempo, pero el país acabó en guerra.
Amrán fue la primera gran ciudad en caer en manos de los hutíes, que luego tomaron el control de zonas extensas del territorio de este país, el más pobre de la península arábiga, durante una ofensiva relámpago lanzada el 8 de julio del 2014 desde su bastión de Saada, en el norte.
"Han pasado cinco años y sabemos que la guerra está lejos de haber terminado", declara Najri. "Nuestra situación no ha dejado de empeorar. Hemos tocado fondo. Todo está en ruinas".
Este funcionario del Ministerio de Educación lleva sin percibir un sueldo desde hace casi dos años.
La mayor parte de los funcionarios han perdido el empleo. No cobran desde que Adén, la gran ciudad del sur, se ha convertido en la capital “provisional” de Yemen tras la caída de Saná y el gobierno reconocido por la comunidad internacional ha trasladado a ella el Banco Central.
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Mohamed Taha, un periodista de Amran de 48 años, ha perdido la esperanza de que la contienda bélica termine y asegura que en cinco años él y su familia se han adaptado "a esta nueva vida".
“Por supuesto que al comienzo nos ha afectado pero hemos sido capaces de vivir con esto. Hoy no me intriga tanto me da saber si va a continuar o no”, afirma, desanimado.
La guerra en Yemen ha causado decenas de miles de muertos, en su mayoría civiles, según distintas fuentes de organizaciones humanitarias.
La peor crisis humanitaria
Alrededor de 3,3 millones de personas siguen desplazadas y 24,1 millones, o sea el 80% de la población, necesitan ayuda, según la ONU, que lo tilda de peor crisis humanitaria en el mundo a día de hoy. Los niños padecen "desnutrición aguda".
El servicio de salud está hecho añicos. Muchos hospitales están destruidos o han sufrido destrozos y una epidemia de cólera causa estragos. La educación y la economía van igual de mal.
La situación se ha deteriorado mucho desde el comienzo, en marzo del 2015, de la intervención de la coalición internacional liderada por Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos para frenar el avance de los insurgentes.
En Amrán, rebeldes armados vigilan noche y día el barrio histórico, cuyos edificios de color ocre están cubiertos de lemas revolucionarios.
"Muerte a Estados Unidos. Muerte a Israel, malditos sean los judíos y victoria al islam", se lee en un muro.
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Cuando Amrán cayó al cabo de dos meses de asedio, nadie era consciente de "las peligrosas" intenciones de los hutíes, afirman funcionarios locales.
La ciudad, conocida por su riqueza arqueológica como el espectacular puente Shahara, es paso obligado entre el bastión rebelde de Saada y la capital, Saná.
Cinco años después del inicio de las escaramuzas, los hutíes, apoyados por Irán, siguen controlando buena parte del territorio pese a las operaciones de las fuerzas gubernamentales y los bombardeos de la coalición árabe.
Estos combatientes avezados controlan Saná y muchas ciudades del norte, del centro y del oeste de Yemen, incluida Hodeida, una localidad portuaria a orillas del mar Rojo, principal punto de entrada de la ayuda humanitaria.
"La guerra ha fragmentado al país con fracturas identitarias, geográficas e ideológicas de una forma casi inimaginable antes de que estallara", estima Peter Salisbury, analista del centro de reflexión International Crisis Group (ICG).
"En el caso de que fuera posible, harían falta mucho más que cinco años para volver al grado de cohesión interna del 2014", añade.
Los rebeldes y el gobierno han participado en rondas de negociaciones auspiciadas por la ONU (las últimas en diciembre) sin que se vislumbre una salida al conflicto.
“El país no está al borde del derrumbe. Ya se ha derrumbado”, afirmó el jueves en Ginebra Fabrizio Carboni, director del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) para Oriente Medio.