Tokyo. Japón volvió a pedir perdón a los países de Asia en el 54 aniversario de su rendición incondicional al final de la Segunda Guerra Mundial, mientras ciertos vestigios de su pasado militarista vuelven a recibir reconocimiento oficial.
Con la bandera nacional, o "Hinomaru", y el himno nacional, oficializados recientemente, miembros del gobierno son partidarios de convertir el templo de Yasukuni, donde se reza por los caídos, en un cementerio ordinario y separar así política y religión.
Unos 6.000 familiares de los caídos japoneses durante la Segunda Guerra Mundial y cientos de políticos se congregaron ayer en el Nippon Budokan para celebrar como cada año, junto al emperador Akihito, el aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial.
En un breve discurso el emperador presentó sus condolencias a las familias de los difuntos de la guerra, unos 2,4 millones de soldados y 800.000 civiles.
Las palabras del sucesor de Hirohito estuvieron acompañadas por primera vez desde el fin de la guerra por el nuevo himno nacional japonés o "Kimigayo" (El Reino de su Majestad) que cantaron los asistentes.
El primer ministro, Keizo Obuchi, expresó su "profundo dolor" por el sufrimiento de varios países de Asia como Corea, China, Filipinas, Malasia, Taiwán, Indonesia y Tailandia, víctimas todos ellos de los actos bélicos perpetrados por un Japón colonialista.
"Tenemos la importante obligación de mirar al pasado con sinceridad para transmitir a las generaciones más jóvenes el conocimiento de los sacrificios de los difuntos, y para construir una Paz permanente con la que evitar el desastre de una guerra terrible", añadió Obuchi.
Pero una vez concluida la ceremonia varios ministros del gabinete acudieron a visitar el templo de Yasukuni en las proximidades del Nippon Budokan, donde se venera desde 1853 a los caídos japoneses, incluidos siete criminales de guerra ahorcados tras el dictamen del Tribunal de Tokio.
Las visitas de políticos a este lugar han sido todos los años criticadas con dureza en diversos países de Asia, contrarios a cualquier ensalzamiento del pasado militarista por los políticos japoneses.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial sólo un primer ministro, Yasuhiro Nakasone, en 1985, ha visitado de manera oficial el templo, acto que desencadenó encendidas protestas por toda Asia.
Ayer, Obuchi y otros nueve ministros rehusaron entrar en el recinto para prevenir "un innecesario malentendido", explicó el portavoz del gabinete.