América Central recibió en dos ocasiones al papa Juan Pablo II. Fueron dos momentos separados no solo por 13 años, sino por circunstancias políticas diferentes.
En la primera, en 1983, se halló con una Centroamérica en plena ebullición político-militar: guerras civiles en Guatemala, Nicaragua y El Salvador, y efervescencia también en Costa Rica y Honduras por los roces y desconfianza de estas con el régimen sandinista.
La visita a Nicaragua no estuvo exenta de tensión. El Gobierno intentó manipularla y pretendió que el Papa se alineara en su conflicto con la administración Reagan.
Turbas afines al sandinismo interrumpieron la misa con gritos y consignas, al punto de que prácticamente no pudo concluirla.
Juan Pablo II regresó en la noche a Costa Rica, sin ocultar el dolor por lo sucedido en el país vecino. Para reconfortarlo, centenares de costarricenses le ofrecieron serenata frente a la Nunciatura.
Luego visitó Panamá. El domingo 6 de marzo abandonó Costa Rica -a las 7:18 a. m-, para continuar con su gira por Centroamérica.
Otro momento difícil fue su paso por Guatemala, gobernada por el general Efraín Ríos Montt, quien había emprendido una cruenta ofensiva de tierra arrasada contra la guerrilla izquierdista.
Además, poco antes varias personas fueron ejecutadas, pese a que el Papa había pedido clemencia.
Reconciliación y unidad. De nuevo, en febrero de 1996, Juan Pablo II vino al área, específicamente a Nicaragua, El Salvador y Guatemala.
En un ambiente más distendido, Karol Wojtyla volvió con un mensaje de reconciliación, unidad y paz para un área que curaba las heridas de las guerras civiles y la represión de los años 80.
En sus homilías, puso énfasis en la necesidad de luchar contra las desigualdades y el irrespeto a los derechos humanos, en clara alusión a dos de las causas fundamentales de aquella violencia.
Su segunda presencia en Managua trajo a la memoria la accidentada misa de marzo de 1983.
Pero esta vez fue distinto. Una multitud lo acogió en la plaza El Malecón -junto al lago de Managua- y lo aclamó. Fue la oportunidad de ofrecerle un desagravio al mensajero de la paz.