Bogotá. Ungido por Hugo Chávez como su sucesor, Nicolás Maduro gobierna en Venezuela con mano de hierro por más de una década. Acusado de violar derechos humanos, insiste en mostrar una imagen de hombre común, de “presidente obrero”.
Según el Comité Electoral, copado por el chavismo, Maduro se impuso en las presidenciales de este domingo con el 51,2% de los votos al opositor Edmundo González Urrutia (44,2%), quien antes de los comicios lideraba las encuestas. En principio, el líder chavista, que asumió el cargo en 2013, asumirá un tercer mandato de seis años en enero, hasta 2031.
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De cumplirse este tercer mandato, Maduro acumularía 18 años en el poder, un tiempo solo superado en Venezuela por el dictador Juan Vicente Gómez, que estuvo 27 años (1908-1935).
Alto, con un espeso bigote que luce con orgullo, este exchofer de bus y dirigente sindical de 61 años explota los estereotipos de “hombre de pueblo”, de “presidente obrero”, como se hace llamar, para su beneficio político. Evoca un pasado de vida sencilla en largas veladas televisadas junto a Cilia Flores, su esposa y “primera combatiente”, dirigente muy poderosa tras bastidores.
Formado en Cuba, la educación de Maduro, que fue parlamentario, canciller y vicepresidente de Chávez (1999-2013), va mucho más allá del volante del bus que condujo en su juventud.
¡Indestructible!: Por las buenas y por las malas
Maduro, tildado de dictador por sus detractores, fue designado por Chávez como su heredero el 9 de diciembre de 2012, antes de que el entonces presidente viajara a Cuba para tratar un cáncer por el que murió tres meses después. Su “opinión firme, plena como la luna llena”, era que su entonces vicepresidente le sucediera.
Erróneamente subestimado desde todos los flancos, Maduro eliminó resistencias en el gobernante Partido Socialista de Venezuela (PSUV).
Durante su gobierno, masivas manifestaciones fueron duramente reprimidas en 2014 y en 2017 por militares y policías, con centenares de muertos. La Corte Penal Internacional abrió una investigación por crímenes de lesa humanidad en contra de su gobierno por las de 2017.
Supo también maniobrar entre una batería de sanciones internacionales tras su reelección en 2018, boicoteada por la oposición y desconocida por medio centenar de países. Se mantuvo en el cargo a pesar de una crisis económica sin precedentes en esta nación de casi 30 millones de habitantes, con un PIB que se redujo en 80% en una década y cuatro años seguidos de hiperinflación.
Escándalos de corrupción, supuestos atentados... y Maduro sigue y seguirá en la silla presidencial, “indestructible”, como reza el eslogan del dibujo animado de propaganda “Súper Bigote”, que lo muestra en la TV estatal como un superhéroe que combate monstruos y villanos enviados por Estados Unidos y la oposición venezolana.
El presidente dijo durante la campaña que las Fuerzas Armadas están de su lado y asomó la posibilidad de un alzamiento militar en caso de una victoria de la oposición.
“Realpolitik” en una Venezuela golpeada
Ostenta con firmeza el poder con el apoyo de los militares y los cuerpos de seguridad, entre denuncias de detenciones arbitrarias, juicios amañados, tortura y censura.
Maduro no tiene el carisma de Chávez, aunque lo emula con discursos de horas en los que mezcla asuntos políticos duros, beligerantes, con chistes y anécdotas personales.
“¡No volverán nunca más!”, repite el mandatario con frecuencia en referencia a la “ultraderecha”. En ese bando ubica a todos los opositores, a los que tacha de lacayos del “imperio estadounidense” y responsabiliza de todos los males.
Más allá de lo retórico, ha sabido hacer “realpolitik”: recortó el gasto público, eliminó aranceles para impulsar importaciones que acabaran con el desabastecimiento y permitió el uso informal del dólar, que hoy reina en un país donde tiendas y restaurantes de lujo reaparecieron, aunque solo para el disfrute de unos pocos.
“Es el capitalismo más desigual de América Latina”, dice Rodrigo Cabezas, exministro de Finanzas de Chávez y crítico de Maduro.
Maduro: “Marxista”, “cristiano” y “bolivariano”
Intransigente en su discurso “antiyanqui”, Maduro ha sabido negociar con Washington. Obtuvo el levantamiento parcial de sanciones estadounidenses, revertido tras la ratificación en enero de la inhabilitación de Machado en la corte suprema.
Consiguió que Estados Unidos excarcelara a dos sobrinos de su esposa condenados por narcotráfico, así como al empresario Alex Saab, acusado de ser su testaferro y enjuiciado en Florida por lavado de dinero.
Lejos del ateísmo que por definición acompaña al marxismo, Maduro buscó acercamientos religiosos, sobre todo con la Iglesia evangélica, que maneja un valioso bloque electoral.
“¡No han podido conmigo ni con ustedes porque Cristo está con nosotros”, dijo el presidente, que se define como “marxista”, “cristiano” y “bolivariano”.