La noche del 13 al 14 de octubre, entraron por la parte trasera del patio unos camiones pesados. “Durante los siguiente dos días, a todas horas se oyeron los ruidos estridentes de los martillos y las sierras que alcanzaban las celdas a través de las galerías”, narra el historiador Fernando Paz, en el epílogo de su libro Núremberg.
“Los ruidos procedían del gimnasio del Palacio de Justicia, en donde los electricistas estaban colocando bombillas de gran potencia y reemplazando los cristales rotos. Pronto comenzaron a oírse los sonidos sordos de los clavos enterrándose en la madera. Se estaban erigiendo tres horcas. Había once hombres que colgar”.
El castigo nazi
La ciudad todavía apestaba a muerte. La guerra había concluido hace apenas seis meses y bajo los escombros, aún yacían cadáveres en descomposición cuando dio inicio “el juicio de la historia”.
Las heridas seguían aún abiertas y las cicatrices no habían empezado a cellar. Adolf Hitler y los líderes Joseph Goebbels y Heinrich Himmler se habían suicidado en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, pero cientos de crímenes nazis continuaban impunes.
Estados Unidos, la Unión Soviética, Francia y Gran Bretaña, las cuatro potencias vencedoras de la guerra, se negaban a olvidar. Para su suerte, habían capturado a los mayores miembros de la cúpula dirigente del Tercer Reich. La guerra había terminado, pero el rencor seguía ahí.
“Habían cientos de miles de soldados de infantería nazis que habían realizado ejecuciones masivas, accionado las cámaras de gas y fusilado a los rehenes”, le dijo a History Joseph E. Persico, autor de Núremberg: infamia en juicio . “Pero, ¿y los líderes? ¿Cómo enjuiciarlos? Ninguno disparó, torturó o participó directamente en las ejecuciones. Sus manos estaban limpias. No existía una corte internacional para ese entonces, no había un marco jurídico. Tenían que empezar de cero”.
Hace 70 años –el 1.° de octubre de 1946– se dio a conocer el veredicto del Juicio de Núremberg, un proceso legal que puso en el banquillo a los más grandes líderes del régimen nazi de Alemania, capturados tras la Segunda Guerra Mundial.
Reporteros de todo el mundo corrían para anunciar la noticia de las sentencias. En la sala de audiencias número 600 del Palacio de Justicia de Núremberg, se marcó la historia y se asentaron los pilares de una nueva era del derecho. Por primera vez, los derechos humanos tenían cabida en un juicio que condenaría crímenes contra la humanidad.
Naturalmente, los acusados eran los peces más gordos. Entre ellos, figuraban Herman Göring (comandante supremo de la Luftwaffe y considerado el número dos del régimen), Rudolf Hess (secretario de Hitler), Joachim Von Ribbentrop (ministro de Asuntos Exteriores), Wilhelm Keitel (comandante del Estado mayor que coordinaba a las fuerzas armadas) y Julius Streicher (editor del diario antisemita Der Stürmer ).
También se procesaron seis “organizaciones criminales”: el Gobierno del Reich, la cúpula del partido nazi, las SS, las SA, el estado mayor y el alto mando de la Wehrmacht y la Gestapo.
Durante los 218 días de juicio, declararon 236 testigos, se estudiaron más de 300.000 declaraciones escritas y más de 3.000 documentos.
“Esos hombres a veces parecían desconcertados ante las pruebas que se les mostraban; algunos admitían haber oído hablar de esto, pero no de aquello (a propósito de la evidencia)”, recuerda el estadounidense Moritz Fuchs, soldado que ejercía de guardaespaldas del fiscal jefe.
“Cuando se proyectó una película de Auschwitz, algunos exclamaban ‘¡Oh!’, como si estuvieran sorprendidos”, cuenta en una nota publicada por La Vanguardia .
La defensa era la misma: muchos negaban tener conocimiento de los crímenes y todos argumentaban que obedecían órdenes, pero las imágenes de los campos de concentración y las espantosas pruebas para demostrar la barbarie de una guerra sin precedentes pesaron más. Un frasco con jabones hechos con seres humanos y la cabeza de un prisionero asesinado utilizada como pisapapeles fueron algunas.
El proceso
La lectura de la sentencia inició el 30 de setiembre y se prolongó durante dos días. Para el mediodía del 1.° de octubre ya se sabía quién moriría en la horca, quién pasaría el resto de su vida en prisión y quién, milagrosamente, quedaría en libertad.
La sala estaba repleta. El silencio era sepulcral. “Hasta el punto de que se podía oír el rasgar de las plumas sobre el papel y el rebobinado de las películas en las cámaras”, narra el mismo historiador que abrió esta nota. “La lectura de cada sentencia se extendió por unos cuatro minutos, pasados los cuales, cada uno de los condenados fue bajado de nuevo a su celda en el ascensor”.
Los cargos a los que se enfrentaban eran de conspiración, crímenes contra la paz, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad.
“Que cuatro grandes naciones, eufóricas por la victoria y laceradas por la afrenta, refrenen su venganza y entreguen voluntariamente a sus enemigos cautivos para ser juzgados por la ley, significa uno de los tributos más significativos que el poder haya rendido jamás a la razón”, aseguró el fiscal jefe de Estados Unidos, Robert H. Jackson, el año pasado.
El tribunal había dejado claro que asumiría el punto de vista de la fiscalía y que no admitiría ni las más importantes objeciones de la defensa.
“Los acusados repararon en que, cuando se pronunció el veredicto, las luces habían sido considerablemente atenuadas. El tribunal no quería que la prensa fotografiase a los acusados en el momento de oír la sentencia”, escribe Paz.
“Ese hecho, que los acusados interpretaron correctamente como una muestra de piedad del tribunal, que se pronunciasen primero las condenas acerca de las organizaciones y que el veredicto fuera considerablemente benévolo, llevó algo de esperanza a los imputados”.
El Tribunal Militar Internacional habló. Los horrores del Holocausto no se perdonarían, ni tampoco a sus principales perpetradores.
Doce penas de muerte (una in absentia ), tres cadenas perpetuas, dos condenas de veinte años de prisión, una de quince y otra de diez, un acusado fue declarado incapaz de soportar el proceso y, sorpresivamente, tres absoluciones.
Unos días después del veredicto, la una crónica de la agencia Efe detallaba las reacciones: “Rudolf Hess (cadena perpetua) tenía la mirada fija hacia adelante, sin mover un solo músculo de la cara; Von Ribbentrop (muerte en la horca) contemplaba la pared, mientras Göring (muerte en la horca) miraba al suelo y Von Papen (absuelto) trataba de comportarse como si no le afectasen a él para nada las acusaciones que se leían”.
Nunca arrepentirse
Siegfried Ramler lo recuerda. A sus 22 años, tenía uno de los trabajos más importantes. El judío de origen austríaco era intérprete de los exjerarcas. Cuenta que, a excepción de un par de los 24 hombres acusados, ninguno mostró señales de arrepentimiento. El antisemitismo les impedía ver a sus víctimas como personas.
“Se trataba de decir: yo no tenía nada que ver, no era mi competencia, no firmé eso, y si lo firmé, entonces lo hice de forma automática”, dijo al medio Der Standard en el 2010. Las víctimas no fueron vistas como seres humanos. Eso cambió las perspectivas. Matar a seres inferiores era algo diferente”.
A Göring, considerado como posible sucesor de Hitler, lo recuerda como un hombre “orgulloso y vanidoso”. No mostró emoción al ser acusado de ser una de las cabezas de la guerra.
“Göring se veía como el líder del banquillo de los acusados. Escribía notas a todos los defensores diciéndoles a quién tenían que citar como testigos, algo que luego se le prohibió hacer”, escribe Ramler.
Para Joseph E. Persico, su postura fue desafiante. “La filosofía de Göring era: esta gente no nos va a exonerar. Esto es una venganza. Nosotros estamos en el banquillo, podemos humillarnos –algo que no haré–, o podemos mantener en alto el saludo a la esvástica. Esa fue su actitud. Su influencia de líder del Tercer Reich aún tenía efecto en algunos de estos acusados. Podía dominarlos, atemorizarlos, intimidarlos y controlar una parte importante del juicio”.
Göring le huyó a la muerte en la horca, una ejecución deshonrosa. Fue hallado muerto en su celda horas antes de ser ejecutado. Había ingerido una píldora de cianuro que –se dice–, ingresó a su celda gracias a un exsoldado estadounidense. Dejó escrita una nota en la que alardeaba de haber sido dueño de su propio destino.
Fieles a la esvástica
Ramler no tenía tiempo para verse afectado por los horrores que escuchaba; estaba preocupado por hacer un buen trabajo con vocabulario desconocido. En una visita a Inglaterra contó que estaban allí para traducir, no para juzgar. A pesar de que las cosas que vieron en el juicio fueron impactantes, no podía convertirlas en sentimientos.
“¿Cómo es posible que estas cosas sucedieran en un país que produce músicos, un Goethe, Schiller, ¿cómo era posible que una cultura de este tipo podría hundirse en el abismo en el que habían caído bajo los nazis?”, se pregunta Ramler.
“Creo que cuando se vive en una sociedad con nulas revisiones de comportamiento, sin la aceptación de cualquier estado de derecho, sin respeto a las normas de procedimiento, entonces esas cosas puede suceder en cualquier país”. Hace una pausa y mira arriba. “No es sólo un problema alemán, es un problema humano”.
Para el mundo, el Juicio de Núremberg fijó jurídicamente la derrota del fascismo. Después del juicio, en Alemania y otros países se realizaron procesos judiciales en los que se sentenciaron a unos 70.000 nazis y colaboradores.
La Alemania nacionalsocialista había caído, las heridas del Holocausto tomarían tiempo para sanar, pero el orgullo de su régimen seguía con ellos... con la esvástica bien cerca de su pecho.
Rudolf Hess (condenado a cadena perpetua) quiso que esto quedara claro con sus últimas palabras en el juicio. “Por muchos años de mi vida pude trabajar bajo las órdenes del mayor hijo que haya producido mi pueblo en su historia de mil años. Ni aún queriéndolo podría yo borrar ese período de mi existencia. Me siento feliz de saber que he cumplido con mi deber para con mi pueblo, mi deber como alemán, como nacionalsocialista, como leal seguidor de mi Führer. No me arrepiento de nada”, dijo.
“Si tuviera que comenzar de cero, actuaría tal como he actuado, incluso si supiera que al final me esperase una muerte en la hoguera. No importa lo que me hagan los hombres, algún día estaré ante el trono del Juez Eterno. Sólo ante Él responderé por mis actos y se que Él me declarará inocente”.