El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, inició setiembre con un viaje de tres días a Alaska y un discurso dirigido a inspirar la acción global contra el cambio climático.
El objetivo es impulsar un acuerdo para intentar limitar el alza de la temperatura planetaria en dos grados Celsius, en la Conferencia de Cambio Climático en París, en diciembre.
Para ello, pintó un panorama apocalíptico bastante real: naciones enteras sumergidas bajo el agua, ciudades abandonadas y fuga masiva de refugiados mientras estallan conflictos en todo el mundo.
Pero había algo más que preocupación ambiental. También había intereses políticos.
Pocas semanas antes de esa gira, Obama autorizó a la compañía Shell a iniciar exploraciones petroleras en ese estado, actividad que contribuye al temido calentamiento global.
El Ártico es hoy ejemplo no solo de esa amenaza al ambiente, sino también área de conflictos, sobre todo entre Rusia y Estados Unidos, por una región considerada estratégica merced a sus recursos y su posición geográfica.
La zona más pacífica del planeta es una enorme reserva de petróleo, gas natural y minerales sobre los cuales ocho países reclaman derechos. El derretimiento del hielo los hace accesibles para la explotación.
“Realmente a ningún Gobierno le interesa la parte ambiental más allá de su discurso. El deshielo del Ártico no le preocupa a Estados Unidos ni a Rusia”, afirma Carlos Murillo, especialista en Relaciones Internacionales.
La zona está delimitada por el Círculo Polar Ártico y comprende el océano glacial Ártico y las áreas de tierra que lo circundan, pertenecientes a Dinamarca (Groenlandia), Islandia, Finlandia, Noruega, Suecia, Rusia, Canadá y Estados Unidos.
El problema es que estos países han hecho su propia delimitación por separado, según explicó Murillo, y no por medio de tratados. Así, por ejemplo, Rusia planteó en agosto ante Naciones Unidas su reclamo de un millón de km² en el Ártico, mientras Dinamarca demanda 900.000 km². Por su parte, Canadá está mapeando el lecho marino para poder reivindicar 1,2 millones de km².
La mayoría de tales naciones reclama que el cerro Lomonósov, un sistema montañoso submarino, es una extensión de su plataforma continental. Habrá que demostrar científicamente a quién o a quiénes pertenece la elevación, donde se supone que hay enormes recursos naturales.
“Cuando cada país comience a explotar los recursos, se producirán las demandas entre ellos, que se acusarán de estar explotando recursos que le corresponden al otro”, agregó Murillo.
El deshielo introduce cambios en el escenario internacional de consecuencias económicas importantes: ha abierto dos rutas de navegación, la del norte y la del noreste.
La primera, y más importante, recorre las costas del norte de Rusia para unir el Atlántico y el Pacífico. Es la vía más corta entre Europa, el Lejano Oriente, el resto de Asia y la costa oeste de EE. UU.
Por esta ruta circulan ya 4 millones de toneladas métricas anuales de mercancías. El Gobierno ruso estima en 80 millones de toneladas el potencial de crecimiento para el 2030, según ABC .
El diario español señala que desde la ciudad rusa de Murmansk (en el mar de Barents, cerca de la frontera con Noruega y Finlandia) al puerto chino de Shanghái, la ruta ártica comprende 10.600 km; por el canal de Suez es de 17.700 km.
El mayor perjudicado por la apertura de esta ruta será, entonces, Egipto, administrador de esa vía interoceánica, que obtiene unos 2.200 millones de euros al año con el paso de 17.000 barcos.
Ese tránsito se reducirá porque China, que mueve el 90% de su comercio por mar, tiene interés en la ruta del Ártico por dos razones claras: acorta en dos semanas la travesía hacia Europa, es más segura y, además, tiene grandes inversiones en minería en Groenlandia.
Y ¿quién cobrará derechos sobre esta ruta? Según Murillo, al tratarse de una ruta natural, ningún país puede hacerlo. Sin embargo, el uso de puertos y la garantía de navegación favorecerán a Rusia.
La Meca rusa. El Ártico es, según lo declaró –el 25 de mayo– Dimitry Rogozín, viceprimer ministro de Rusia, la Meca rusa.
Moscú, con una economía basada en la energía, tiene en el Ártico el grueso de sus reservas en petróleo y gas natural. La explotación de esas fuentes podría convertir a Rusia en la potencia energética número uno, de la cual Europa depende fuertemente.
El Kremlin pretende reforzar su presencia militar en la región ártica con 6.000 soldados y restablecer las bases que tenía la Unión Soviética.
Para Dinamarca, Islandia, Suecia, Finlandia y Noruega, la actitud de Rusia en el Ártico es “el más grande desafío para la seguridad europea”.
Rusia es consciente de que, en un eventual conflicto mundial, el Ártico será su primera línea de defensa porque, desde posiciones submarinas en el mar de Barents, se pueden alcanzar la mayoría de blancos importantes.
Ante la fuerte presencia de Rusia y China en la región, Washington aumenta la inteligencia, construye rompehielos, esenciales para transitar por el Ártico y su Ejército trabaja con Noruega y Canadá. No obstante, analistas militares consideran que el país no tiene, como Rusia, una flota de aguas frías y puertos de aguas profundas. Para ellos, EE. UU. ya perdió la guerra por el Ártico.