El primer papa que tomó el nombre de Francisco, el primer pontífice americano, el primer jesuita y el primero que hablaba español, la lengua de cerca más de 300 millones de fieles. Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, marcó incontables hitos en la Iglesia católica en una de las épocas más críticas para la fe y, como Su Santidad recalcó con firmeza, para la humanidad.
Este lunes 21 de abril, Francisco falleció a los 88 años en la Casa Santa Marta, en Roma. De joven, en Argentina ya había sufrido problemas de salud y le habían removido parte del pulmón. En los últimos años de su papado, su salud se complicó reiteradamente, aunque el líder del Vaticano declinó reducir su ritmo y frenar su intensa agenda.
En semanas recientes, Francisco continuó profundizando su tendencia a la reforma de la Iglesia. Nombró a una monja como gobernadora del Vaticano por primera vez; criticó duramente al vicepresidente estadounidense, J. D. Vance, católico converso que ha cuestionado el concepto del “amor universal” que pregona la Iglesia, pues abarcaría a los migrantes; y extendió el nombramiento del cardenal que se encargará del cónclave para elegir a su sucesor.
Francisco deja así hondos cambios en marcha, pero también fue blanco de ácidas críticas dentro de la misma Iglesia, donde algunas agrupaciones y figuras influyentes lo consideraban demasiado “progresista”. Cómo se diriman tales divisiones ideológicas decidirán la valoración que se haga sobre el legado de Francisco.
De Argentina al Vaticano: el viaje de Jorge Mario Bergoglio
Jorge Mario Bergoglio nació en 1936 en Buenos Aires, Argentina, hijo de migrantes italianos. Estudió para químico y trabajó en la industria hasta que, en 1958 y tras serios problemas de salud, se unió a los jesuitas. Once años después, sería ordenado sacerdote. Ascendió pronto en la jerarquía jesuita: fue superior provincial de Buenos Aires de 1973 a 1979, años iniciales de la brutal dictadura militar.
Justamente, de aquel entonces datan algunas de sus primeras controversias. Dos hermanos jesuitas que trabajaban con comunidades pobres desaparecieron en 1976 por cinco meses, y ya entonces se cuestionaba si Bergoglio había colaborado con el régimen o si su esfuerzo por proteger a los religiosos había sido insuficiente. No obstante, Bergoglio siguió escalando en la Iglesia local, hasta alcanzar el arzobispado de Buenos Aires en 1998.
En esos años, la popularidad de Juan Pablo II era incuestionable. Al polaco le había tocado la era mediática y se prestó como nadie al juego. En vez de una hermética figura religiosa, se convirtió en un jugador político de primer orden, desde su inspiración a los católicos europeos en el ocaso de la Unión Soviética hasta la visita constante a cuanto país albergarse católicos a lo largo del mundo.
Apenas murió Juan Pablo, se empezó a escuchar “santo súbito”. No cabía duda entonces de sus méritos como el santo que el siglo XX había requerido. Pero el gran escándalo de la Iglesia católica, por los abusos sexuales extendidos y a menudo ocultos, abrieron grietas en la bonachona figura de Karol Wojtyla.
Bergoglio asumió el papado en el 2013 tras la inusitada renuncia de Benedicto XVI (Joseph Ratzinger), el primero en apartarse del trono de San Pedro desde la Edad Media. Benedicto era más intelectual que una figura pública, y reforzó muchos elementos de la Iglesia tendientes al conservadurismo, algo natural en una institución con más de 2.000 años de consolidación.
Criticado por ser reacio al cambio, e incluso por ser demasiado conservador en un mundo cambiante, Benedicto dejó el papado por problemas de salud y se convirtió en un “Papa emérito”. Se debatió mucho quién debería suceder al alemán, considerando cuánta presión había para despojarse de la imagen de hermetismo de la Iglesia.
El papa Francisco, crisis mundiales y cuestionamientos al ‘progresismo’
Bergoglio fue recibido como papa con entusiasmo a lo largo del mundo católico, que agrupa a cerca de 1.400 millones de fieles. En primer lugar, por su carácter jovial y su proveniencia: América Latina es hogar de casi 40% de los católicos del mundo. Por otra parte, prometía un acercamiento a fuerzas progresistas dentro de la Iglesia, la cual venía recibiendo críticas de opacidad y desconexión de apremiantes problemas sociales.
Fue el primer papa en tomar el nombre de Francisco. “Francisco de Asís es para mí el hombre de la pobreza, el hombre de paz, el hombre que ama y protege la Creación”, dijo en su primera conferencia de prensa tras la elección.
En el contexto de la crisis climática, el Papa llevó esa inspiración franciscana a la fe. En su encíclica Laudato si’ (2015), presentó una visión de la Iglesia preocupada por el daño que le hacemos a la Tierra. “Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla”, reclamaba el Pontífice.
Más que eso, reclamaba una unión más estrecha entre los seres humanos, lo cual apuntaba ya a declaraciones controversiales que haría pronto. “Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad”, expresaba en la carta.
Pronto esa actitud provocaría críticas. Se abrió a acoger a las personas homosexuales en la Iglesia católica, sin dejar de considerar que cometían pecado. Cuestionó la falta de cuidado por los migrantes y refugiados en Europa y Centroamérica. Lamentó el auge del populismo de derecha que predomina al cierre de su papado.
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Abrió más espacios a mujeres dentro de la estructura católica y reprochó con dureza tendencias ultraconservadoras que abogan por revertir incluso los avances del Concilio Vaticano II, que a mediados del siglo XX buscó modernizar la Iglesia. Una de las más rudas controversias continúa: cómo recibe la comunidad de religiosos la batalla de Francisco contra la corrupción en la Iglesia.
La destitución de un obispo muy crítico de su gestión, Joseph E. Strickland (de Texas), evidenció ese distanciamiento con sectores de la Iglesia reticentes a aceptar influencia de ciertas “agendas”. Francisco también reprendió a Raymond Burke, otro cardenal, porque estaba “sembrando desunión” en el Vaticano.
La disputa con el vicepresidente J. D. Vance ejemplifica algunas de esas hendiduras en la Iglesia católica. La cercanía de ciertos católicos estadounidenses con sectores ultraconservadores ha provocado agrios debates, que ellos mismos sienten que Francisco minimiza.
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¿Qué sigue tras el fallecimiento de Francisco?
“Once años después de su elección, el papa Francisco enfrenta una revuelta dispersa, con críticos que lo acusan de autoritarismo y atacan decisiones importantes como la bendición de parejas homosexuales, la restricción de la liturgia pre-Vaticano II o la reforma de la Curia Romana”, resumía el periódico católico La Croix International, en 2024.
El medio Politico también informaba el 17 de febrero que Francisco buscaba preservar sus movidas más progresistas y, claro, hablaba de la intensa lucha política que se trasladará al cónclave una vez sea convocado. Para diciembre del 2024, Francisco había nombrado a casi el 80% de los 140 cardenales que participarían en el próximo cónclave.
En sus últimos días, el Pontífice conservaba algunos de esos gestos que provocaron controversia a lo largo de su papado. Pese a su agravada salud, según el Vaticano, seguía llamando casi a diario a la parroquia de Gaza, asediada por Israel. Hablaba con la única iglesia en la franja por videollamada, y rezaba con ellos.
En el 2022, en un viaje a Canadá donde pidió perdón por los abusos cometidos contra comunidades indígenas, Francisco reflexionaba sobre la necesidad de reconciliación y balance entre modernidad y tradición:
“Todos podemos tomar de Cristo, fuente de agua viva, la Gracia que sana nuestras heridas: a Él, que encarna la cercanía, la compasión y la ternura del Padre, hemos llevado los traumas y las violencias sufridas por los pueblos indígenas de Canadá y del mundo entero; hemos llevado las heridas de todos los pobres y los excluidos de nuestras sociedades; y también las heridas de las comunidades cristianas, que siempre necesitan dejarse resanar por el Señor”.
Cuánto se podría extender esa invitación a los caminos del siguiente obispo de Roma está por verse. ¿Lo aceptarán igualmente los fieles? ¿Se profundizarán las divisiones en la Iglesia católica? Como a Juan Pablo y a Benedicto antes que él, le tocó a Francisco confrontar estas luchas en una luz muy pública, siempre bajo escrutinio, y donde cada palabra desataba controversia y reflexión. Lo vimos pensarlo casi en directo, en una década convulsa e incierta.