El Ejército retomó el viernes el control del ayuntamiento de Andizan, ocupado por un grupo de hombres armados, en un asalto durante el cual disparó indiscriminadamente contra miles de civiles que se manifestaban para reclamar la salida del régimen del presidente Islam Karimov.
Uzbekistán, con 26 millones de habitantes, es uno de los países más pobres de Centroasia, y Andizan está en su zona más explosiva, el valle de Ferganá, compartido por Uzbekistán, Kirguizistán y Tayikistán, en donde pululan grupos integristas y de mafias de la droga.
Karimov afirmó que la rebelión fue tramada por akramitas, una corriente radical del movimiento islámico proscrito Hizb-ut-Tahrir, que pretenden "derrocar el régimen constitucional" y "crear un califato islámico" en toda Asia Central.
Sin embargo, el líder del Partido Democrático uzbeko Erk, Muhamed Salij, afirmó que la rebelión armada marcó el comienzo de una revolución democrática, y no islámica.
"En Uzbekistán comenzó una insurrección contra la dictadura", dijo Salij sobre el régimen de Karimov, quien gobierna su país con mano dura desde hace 16 años y es acusado de reprimir a la oposición so pretexto de la lucha contra el integrismo islámico.
El partido Erk denunció que "la represión sistemática de la disidencia y la intransigencia religiosa de las autoridades derivaron en una rebelión espontánea de la población".