Bogotá. El expresidente Álvaro Uribe nunca se resignó a perder el poder en Colombia. El hombre que más cuestiona la paz con la guerrilla a la que acusa de haber matado a su padre, quiere recuperar las riendas del país para la derecha.
Tan popular como controversial, Uribe debió dejar la Presidencia en el 2010 luego de un fallo que frustró el referendo que le hubiera permitido competir por un tercer mandato consecutivo.
Las encuestas daban por sentada su reelección. Uribe parecía inmune a los escándalos de corrupción que aún envuelven a varios de sus cercanos.
Sin embargo, el dirigente de 65 años, que se precia de no saber bailar ni cantar, ni contar chistes y ser ante todo un adicto al trabajo, nunca pasó a retiro.
Después de romper con su sucesor Juan Manuel Santos, Uribe se convirtió en el primer expresidente colombiano que llegó al Senado con más de dos millones de votos.
Desde entonces ha concitado creciente apoyo con el rechazo al acuerdo que a la postre condujo al desarme de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y su transformación en partido político.
Aún cuando el pacto ha evitado la muerte de casi 3.000 personas al año, Uribe alega que el arreglo que aceptó Santos “incita a más violencia” al dejar sin cárcel los crímenes atroces cometidos por los rebeldes.
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Y todo apunta a que con ese discurso no solo podría convertirse en el líder de la bancada mayoritaria del futuro Congreso, sino que además llevaría a la presidencia a Iván Duque, un dirigente de 41 años, sin experiencia pública, que encabeza las preferencias electorales junto a su antítesis, el exguerrillero Gustavo Petro.
Con la reelección asegurada en el Senado, Uribe espera que Duque salga vencedor en la consulta partidaria que se llevará a cabo junto con las legislativas del domingo, y de la que saldrá el aspirante de la coalición de derecha.
“La solidez de su obra de gobierno y de su pensamiento está muy por encima de la temporalidad que generalmente tienen los liderazgos”, señala el senador José Obdulio Gaviria, hombre cercano al exjefe de Estado.
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A Uribe los colombianos lo quieren o lo detestan, aunque son mayoría sus seguidores. Hasta los más críticos ven en este hombre de baja estatura, con aire de seminarista, un orador convincente y un administrador obsesivo.
Él es “un político muy inteligente, con la capacidad de interpretar lo que necesita o siente la gente, incluso para decir cosas que no son ciertas y volverlas verdades”, señala el escritor Jorge Rojas, coautor del libro “A las puertas del Ubérrimo”.
El libro, que denuncia la presunta complicidad de Uribe con los paramilitares de ultraderecha que combatieron clandestinamente a la guerrilla, hace alusión a la finca homónima del exmandatario.
Tras desempeñarse como alcalde, gobernador y parlamentario, este político de origen liberal, formado en Derecho, con estudios en Harvard, y que fue con el tiempo radicalizando su discurso, asumió el poder en horas bajas.
En el 2002 el conflicto en Colombia estaba al rojo vivo. Cuatro décadas de enfrentamiento habían entrado en un período crítico por cuenta del fracaso del proceso de paz con las FARC, la arremetida paramilitar y un boyante negocio del narcotráfico que financiaba a todos por igual.
Uribe alcanzó la Presidencia en una inédita primera vuelta. El día de su juramentación la exguerrilla atacó con cohetes la sede presidencial.
La respuesta fue contundente: las FARC comenzaron a ser golpeadas como nunca antes, mientras el grueso de los paramilitares dejaron las armas tras un polémico proceso de negociación.
Los colombianos sintieron que habían recobrado la seguridad.
Sin embargo, también Uribe quedó en la mira de la Justicia colombiana y de las organizaciones internacionales por múltiples asesinatos extrajudiciales cometidos por militares.
Durante sus ocho años de mandato se produjeron el 40% de las ocho millones de víctimas de la conflagración.
Uribe, que a lo largo de su carrera pública ha enfrentado 15 atentados, pareció convertir la revancha contra la guerrilla en un propósito de vida.
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En 1983 su padre fue asesinado de dos disparos durante un intento de secuestro en una finca familiar. Uribe culpó a las FARC, aunque el ahora partido de izquierda pone en duda esa versión. Hasta hoy el senador habla de ese episodio. “La impunidad no ayuda. Olvido nunca hay”.
Devoto católico, con dos hijos y tres nietos, Uribe se ha mantenido en los titulares gracias a su rechazo al gobierno de Nicolás Maduro. Incluso, ha llamado a los militares a sublevarse contra lo que considera una dictadura y ha propagado el temor frente al “castrochavismo”.
”¿Qué país queremos, un país de odio de clases, una segunda Venezuela? ¿O queremos un país solidario con una economía de visión cristiana. Lo nuestro es lo segundo”, suele afirmar en tarima.
No obstante, también su nombre está presente en algunas investigaciones judiciales por corrupción, interceptación ilegal de comunicaciones, vínculos con paramilitares y una reciente pesquisa sobre manipulación de testigos contra un opositor.
Aunque nada parece suficiente para evitar que Uribe retome el poder en Colombia, esta vez desde el Congreso y bajo la figura de su elegido.