Ciudad de México. Mujer, científica, criada en la antigua Alemania comunista, Angela Dorothea Merkel sabe muy bien lo que significa ser subestimada. Nadie creía que ella podía dirigir el destino de Alemania, pero durante 16 años le dio la estabilidad que necesitaba y se convirtió no solo en la figura más poderosa del país, sino en una de las más influyentes en el mundo.
Todos esos rasgos que la convertían en la “canciller improbable” impulsaron su ascenso en la política alemana. Angela Dorothea Kasner, hija de un pastor luterano, nació en Hamburgo el 17 de julio de 1954, pero siendo apenas una bebé se mudó con su familia a la ciudad de Templin, en lo que era la República Democrática Alemana, donde creció y pasó su juventud. Esa etapa la marcó y le dejó la autodisciplina y fuerza de voluntad que la caracterizan.
Militante de la Juventud Libre Alemana, se casó en 1977 con el físico Ulrich Merkel, de quien se divorció cinco años después, manteniendo el apellido, aun después de contraer segundas nupcias, en 1998, con su actual esposo, Joachim Sauer, catedrático en química.
Amante de la ciencia, lo mismo que de la música de Richard Wagner, Merkel estudió física en la Universidad de Leipzig y obtuvo un doctorado en química cuántica en Berlín. De ahí viene la meticulosidad con que actúa. “Soy del tipo de persona que primero suele observar una situación para evaluarla mejor. Ser reservado en determinados momentos es importante”, diría Merkel en 1991, cuando recién había sido nombrada ministra de Mujeres y Juventud en el gobierno de Helmut Kohl, considerado “padre de la reunificación alemana”.
Separada de su mentor
Kohl se convirtió en el mentor de Merkel en el mundo de la política en Berlín. “La pequeña niña de Kohl”, solían llamarle, pero no a manera de elogio, sino en una muestra de que no se la tomaba demasiado en serio. Su aspecto físico despreocupado también era motivo de burlas. No pareció preocuparle. “Siempre sé más de lo que aparentas ser y nunca aparentes más de lo que eres”, ha sido uno de sus lemas.
En 1994, fue nombrada ministra de Medio Ambiente. Las pruebas para el temple de una mujer discurso monótono, no dada a dejarse llevar por el momento o el impulso, comenzaron pronto.
En 1998, la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Kohl sufrió una dura derrota, y él fue sustituido por Gerhard Schroeder. Un año después, Kohl se vio sumido en un escándalo de financiación del partido.
Merkel tuvo que decidir entre la lealtad a Kohl y salvar a la CDU de la crisis en la que se encontraba. Optó por el pragmatismo aun si eso implicaba que algunos la tacharan de “traición”. Publicó un artículo en el periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung, titulado “Kohl ha dañado al partido”. En él, Merkel aseguraba que era hora de seguir sin el excanciller.
Sin más salida, la CDU aceptó. Unos meses después, en abril de 2000, Merkel se convirtió en la primera mujer en liderar al partido.
Su siguiente oportunidad vendría en 2005, cuando Schroeder convocó a elecciones anticipadas. La CDU y su equivalente en Baviera, la Unión Social Cristiana (CSU), se impusieron por un punto porcentual. Y ante la incredulidad de muchos, Merkel se convirtió en noviembre en canciller.
Ella sabía que ganó por la mínima, y aprendió la lección: “Seré todas las cosas para toda la gente”. Principalmente, pondría al pueblo alemán por delante de cualquier cosa.
Un sello difícil de copiar
“Calmada, pragmática, consistente, motivada por la ayuda, orientada por los valores”, Merkel ha imprimido su sello a lo largo de 16 años de gobierno, dice al Grupo de Diarios América (GDA) Joyce Mushaben, autora del libro “Becoming Madam Chancellor: Angela Merkel and the Berlin Republic” (Convirtiéndose en Madam Canciller: Angela Merkel y la República de Berlín).
“De su vida en Alemania Oriental aprendió a guardar silencio, a esperar y procesar las cosas”. De su vida como hija de un pastor luterano, “a tener valores”; de su carrera como física, a evaluar cada problema, separarlo en partes, explica Mushaben. Por eso, asegura, “nadie puede copiar su estilo”.
Poco a poco, Merkel, fanática del fútbol y del trabajo, se fue ganando la confianza del pueblo alemán. Incluso su forma de vestir, siempre con blazers, la postura clásica de sus manos, en forma de rombo, se convirtieron de algún modo en una señal de estabilidad. Y pasó de ser “la niña de Kohl” a “mutter Angela”, o madre Angela, la que cuida, la que protege. Así consiguió la reelección en 2009.
“El estilo frío, prudente y gradual de Merkel era tan característico que se convirtió en un verbo. Cuando estaba en su mejor momento, Merkel llegó a significar la capacidad de gestionar la evolución de la Alemania unida de una manera que tranquilizaba a otros países sobre Alemania y tranquilizaba a los alemanes sobre sí mismos. Ese es, quizás, su mayor legado”, señala al GDA Daniel S. Hamilton, experto en Europa y director del Global Europe Program en el Wilson Center entre 2020 y 2021.
En 2011, volvería a dar muestra de pragmatismo cuando, tras ser una defensora de la energía nuclear, se comprometió a ponerle fin tras el desastre de la planta de Fukushima, en Japón. A decir de Mushaben, ese sería el legado “práctico” más importante de Merkel. “Aunque la gente dice que no ha hecho suficiente contra los combustibles, lo cierto es que ha enfatizado la lucha contra el cambio climático. Hizo un cambio paradigmático, aunque no en términos de implementación. Despertó al mundo, lo hizo consciente del cambio climático y sus consecuencias”.
‘Si el euro cae, Europa cae’
Entre 2010 y 2011, se enfrentó a una de las crisis más fuertes que ha vivido Europa y por la que ha sido más cuestionada: la del euro. Grecia, en particular, estaba hundida económicamente, y la canciller alemana exigía grandes reformas económicas que representaban una carga que los griegos no podían soportar. Bajo la presión de otros líderes europeos, Merkel aceptó aprobar medidas para salvar a Grecia de la bancarrota. “Si el euro cae, Europa cae”, argumentó.
En 2013, Merkel obtendría la mayor victoria parlamentaria electoral en sus años como canciller, casi 42% de voto. Formó gobierno en alianza con el SPD.
Si la de 2011 ha sido la gestión quizá más cuestionada de Merkel, en 2015 la crisis migratoria impulsó una imagen más humana de la canciller: mientras otros líderes europeos clamaban que había que cerrar las puertas, Merkel las abrió a miles de sirios que huían de la guerra en su país.
Una frase que pronunció entonces se volvería simbólica hasta hoy de la política de brazos abiertos: “Wir schaffen das” (Podemos manejar esto), y fue equiparada con el “Sí se puede” del presidente Barack Obama, en Estados Unidos. La revista Time la nombraría en diciembre la “Persona del Año” y la consideró la líder de facto de la Unión Europea (UE).
“La canciller Merkel tomó una decisión valiente y políticamente arriesgada en 2015 al permitir la entrada de más de un millón de refugiados en el país”, declaró a GDA Michael Werz, analista del Center for American Progress.
Sin embargo, agregó, “nunca consiguió que los alemanes aceptaran la inmigración, abordaran los desafíos e iniciaran una conversación seria sobre la diversidad”. Además, “llegó a un acuerdo sobre los refugiados con el presidente turco (Recep Tayyip) Erdogan, pagando a su régimen corrupto para que mantuviera a los refugiados sirios en Turquía, un acuerdo que socavó la autoridad moral de Alemania y de Europa”.
La apertura migratoria le costaría caro a Merkel: la oposición, junto con un sector importante de la población, se mostró en contra, y la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) aprovechó la oportunidad. El reflejo del disgusto se hizo evidente en las elecciones de 2017, cuando la CDU obtuvo su peor resultado desde 1949 y la AfD se convirtió en la tercera fuerza en el Bundestag (Parlamento).
Para algunos, aquella decisión de Merkel también fue clave para que los británicos decidieran, en junio de 2016, separarse de la UE.
Sobresalir en un mundo de hombres
Durante estos 16 años, Merkel se consolidó no solo como una líder europea, sino también como una mujer que no se deja doblegar. No lo hizo con el presidente Donald Trump, con quien aparece en una de las fotos más icónicas de su mandato: la de la cumbre del G7, en 2018, donde se le ve encarándolo.
Tampoco se dejó intimidar por Vladimir Putin, de quien llegó a decir que “teme su propia debilidad”.
Por su forma de encarar ese tipo de liderazgos se le declaró “líder del mundo libre”.
Hamilton lo pone en estos términos: “Merkel trabajó con Putin, pero evitó su abrazo. Se relacionó con sus homólogos franceses, pero evitó su sombra. Esquivó la tempestad de Trump”.
Para Werz, uno de los legados más importantes de Merkel, además del de “tener una Alemania sólidamente establecida en Europa”, es justamente el “haber sido una de las pocas líderes occidentales en haber cuestionado y desafiado a líderes como Trump y Vladimir Putin.
¿Feminista?
Aunque por muchos años evitó declararse feminista, recientemente cambió de opinión. “Esencialmente, ser feminista tiene que ver con el hecho de que hombres y mujeres son iguales, en el sentido de la participación en la sociedad y en la vida, en general. Y en ese sentido, puedo decir: “Sí, soy una feminista. Todos deberíamos serlo”.
Merkel, opina Mushaben, “ha demostrado que las mujeres pueden mantenerse firmes, defender sus posiciones en el escenario internacional. Al hacerlo, ha abierto las puertas para otras mujeres, quizá no para que estén en el poder 16 años, pero sí para ser tomadas muy en serio a nivel internacional”.
Si bien falta mucho para lograr la paridad, Mushaben recordó que “en la oficina de la Cancillería, por ejemplo, 50% de los jefes de departamento son mujeres”. Desde enero de 2016 se instauró una cuota de género de 30% en los consejos de administración de las empresas.
En 16 años, la popularidad de Merkel se ha mantenido por encima del 70%, pero con su partido no sucedió lo mismo. Tras los resultados negativos en las regionales de 2018, Merkel decidió que era suficiente. “Una vez dije que no nací canciller, y nunca lo he olvidado”, señaló en algún momento. Y anunció su decisión de no buscar la reelección como líder de la CDU, ni como canciller.
Para Werz, Merkel tardó demasiado en retirarse: “Alemania necesitaba un cambio antes de 2021, y la debilidad de su partido conservador es un daño colateral de su década y media de gobierno. La política alemana hacia Europa no cambiará; si acaso, será más proeuropea”.
Mushaben difiere. Desde su punto de vista, con la partida de Merkel habrá un “vacío de poder…”. Con ella, indica, había un “equilibrio” con Reino Unido, con Francia… Ahora, cree, veremos una “verdadera división entre Este y Oeste. Solo hay que ver a Polonia, Hungría, cómo se están comportando, y una división entre Norte y Sur. ¿Quién los va a mantener despiertos, toda la noche, negociando? Merkel hacía eso. Nadie va a ser esa clase de líder”.
Sobre el futuro de Alemania sin ella, no es optimista: “La vamos a extrañar mucho. Solo ver el caos alrededor de esta coalición, va a ser un problema para todos. Los próximos cuatro años, aunque la gente dijo que quería un cambio, la van a extrañar y no van a estar contentos con el cambio que obtuvieron”.
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