Seúl. El sorpresivo anuncio de una futura cumbre entre el presidente estadounidense Donald Trump y el líder norcoreano Kim Jong Un es el último, y más impresionante, avance diplomático registrado en la crisis de la península coreana.
Estados Unidos y Corea del Norte, con sus respectivos aliados, se enfrentaron en la Guerra de Corea (1950-1953), que culminó con un armisticio sin que nunca se firmara un acuerdo de paz.
A continuación algunas interrogantes que se abren tras el anuncio de la cumbre:
Por el momento lo único que se ha confirmado es que la reunión tendrá lugar a finales de mayo.
Si se celebra en Pionyang, es casi seguro que Kim monte un gran espectáculo para ofrecer al visitante, pero en este caso Estados Unidos corre el riesgo de parecer que está allí para expresarle su respecto.
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La Zona Desmilitarizada que divide las dos Coreas, donde está previsto que se reúnan Kim y el presidente surcoreano, Moon Jae-in, a finales de abril, es el lugar más probable, ya que ofrece un acceso fácil para ambas partes y ofrece garantías de seguridad.
Este escenario también cumpliría con la solemnidad y el drama del cual ambos líderes son adeptos.
Otros lugares neutrales y con menos peso simbólico son Pekín o Ginebra, siendo Suiza un país conocido para Kim que estudió allí. En este caso los tres actores deberían entrar a coordinarse con el país anfitrión.
Esta opción implicaría que ambos viajen y Kim no ha salido de Corea del Norte desde que heredó el poder de su padre en el 2011.
Para Pionyang un desplazamiento a Seúl es impensable y a Washington menos aún, pero por otro lado nadie hubiera podido predecir hace tres meses que la hermana de Kim iba a visitar la capital de Corea del Sur.
La sede de la ONU en Nueva York, donde Trump vivió, implicaría que Kim viajara a territorio estadounidense.
Los acontecimientos han avanzado tan rápido y han llegado tan lejos, que ninguna opción puede ser descartada sin más.
El anuncio en la Casa Blanca se produjo casi 24 horas después de que el secretario de Estado, Rex Tillerson, dijera que Estados Unidos “estaba lejos de negociar” con el Norte.
Los diplomáticos de Pionyang son conocidos por ser duros y arteros. Un experto los describió como “muy maquiavélicos”.
Sin embargo, con la llegada al poder de Trump, el Departamento de Estado ha perdido mucho especialista en Corea y todavía tiene que nombrar a su embajador en Seúl.
El delegado especial de Estados Unidos en asuntos de Corea del Norte, Joseph Yun, se jubiló la semana pasada y no ha habido el trabajo diplomático que habitualmente antecede a una cumbre.
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“Las cumbres habitualmente se producen al final de una larga serie de negociaciones de bajo nivel, en las cuales se liman los detalles”, contó Robert Kelly, profesor asociado en la Universidad Nacional de Pusan, en Corea del Sur.
Los dos líderes son personas radicalmente diferentes, pero en algunos aspectos se parecen.
Kim fue ungido para heredar el poder de su padre y fue criado para ello. Trump, por su parte, es el presidente estadounidense cuya elección fue más sorpresiva, después que llegó a la Casa Blanca tras una carrera como hombre de negocios y estrella de la televisión.
Kim tiene más experiencia en el gobierno, lleva más de seis años como líder de su país, y espera poder gobernar durante décadas, por lo que piensa en el largo plazo y no le interesan los titulares del día siguiente, ya que controla los medios de comunicación.
No obstante, ambos hombres valoran la lealtad personal, tienen a miembros cercanos de su familia como asesores de confianza y también ambos cultivan un gusto por el teatro, Trump convocando un desfile militar en Washington y Kim con las paradas habituales en Pionyang.
El año pasado se enfrascaron en un intercambio de insultos y amenazas, en el que Trump denigró a Kim llamándolo little Rocket Man (pequeño hombre cohete, en referencia a los lanzamientos de misil) y después lo amenazó prometiendo “fuego y furia” sobre Pionyang.
Kim respondió calificando a Trump de “trastornado mental”.
Sin embargo, Trump es conocido por sus súbitos cambios de opinión y en noviembre lanzó en Twitter: “Yo intenté con tanta fuerza ser su amigo y quizás algún día lo consiga”.
Sorprendentemente, todos los anuncios clave de los últimos días han salido de Corea del Sur.
Fueron sus enviados los que revelaron la disposición de Corea del Norte a poner en la mesa de negociación el tema nuclear, en la Casa Blanca, sin la presencia de ningún funcionario estadounidense.
En los primeros meses de la presidencia de Donald Trump, el mandatario se centró en China, para intentar que fuera Pekín quien influenciara a su vecino y desarrolló un vínculo muy estrecho con Japón y con el primer ministro, Shinzo Abe.
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Tras los temores iniciales por los celos en Seúl, que fueron reforzados por las críticas contra su presidente, Moon Jae-in, ahora el líder surcoreano mostró que aprovechó la oportunidad que le brindaron los Juegos de Invierno celebrados en Pyeongchang en febrero.
Durante décadas, Pekín ha sido el aliado clave de Pionyang y su protector. Su principal fuente de comercio y de ayuda, pero la relación se ha debilitado en los últimos años.
Kim no ha viajado a Pekín para expresarle sus respeto al presidente Xi Jinping y Pekín comienza a estar cada vez más frustrado con el comportamiento de su vecino, mostrando su disposición a aplicar sanciones contra Pionyang e incluso a reforzarlas.
Al mismo tiempo, Pekín teme que un colapso del régimen de Pionyang envía a olas de refugiados a su territorio y también disfruta imaginando a tropas estadounidenses estacionadas en una Corea unificada.
De todas formas, China ha urgido durante años para que se retome el Diálogo de los Seis y esta semana Pekín celebró el anunció de Seúl.
Cualquier acuerdo que lleve a una reducción de las tropas estadounidenses en Corea del Sur también implicaría implícitamente el equilibrio de poder a favor de Pekín, en una región que China ve cada vez más como su patio trasero.