Riad. Un año después del asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi, Arabia Saudí intenta pasar página a una crisis política y diplomática que debilitó su posición internacional y lastró las promesas de modernización del príncipe heredero, según los analistas.
El príncipe Mohamed bin Salmán, autoproclamado reformista que dice haber sacado al reino ultraconservador de su anacronismo, fue acogido con elogios en todo el mundo... hasta el asesinato el 2 de octubre pasado, en el consulado saudí en Estambul, del periodista disidente.
Las consecuencias de este asesinato, perpetrado en condiciones brutales y sórdidas, han sido enormes.
Han convertido al heredero del trono del más poderoso de los países árabes en un personaje poco presentable, y lanzado dudas sobre sus reformas, además de atraer la atención sobre la situación de los derechos humanos en el reino wahabita y quebrar sus alianzas con las potencias occidentales.
Desde entonces, el príncipe trata de restablecer su reputación, lanzando campañas de relaciones públicas, y acelerando lo que los analistas llaman "la orientación al Este", en dirección de aliados menos críticos como China o India.
Pero el éxito de la operación es limitado.
“El espectro de Jamal Khashoggi planea siempre sobre el reino”, declaró Bruce Riedel, exfuncionario de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y autor de un libro sobre Arabia Saudí titulado Reyes y presidentes.
El príncipe heredero parece haber asumido la responsabilidad del asesinato, aunque afirmó en un reciente documental en la televisión estadounidense PBS, que solamente se enteró de él después de que se produjeron los hechos.
Según informaciones de prensa, la CIA cree que el asesinato fue encargado probablemente por el propio príncipe heredero.
Régimen en entredicho
Por su lado, una experta de Naciones Unidas, Agnès Callamard, llegó a la conclusión en junio de que había pruebas suficientes para abrir una investigación sobre la responsabilidad de Bin Salmán en el caso Khashoggi.
Estas revelaciones han alimentado presiones sobre los aliados occidentales de Arabia Saudí para que dejen de venderle armas.
Estas presiones se producen en un contexto de crecientes tensiones con su rival Irán, acusado por Washington de haber atacado el 14 de setiembre instalaciones petroleras saudíes.
Estados Unidos, un aliado clave de Riad, anunció tras esos golpes el despliegue de 200 soldados, así como de misiles Patriot, en Arabia Saudí.
El presidente Donald Trump ha subrayado la importancia del reino como cliente de armas norteamericanas y como muralla contra el enemigo común iraní, pero varios legisladores estadounidenses no parecen dispuestos a perdonar al príncipe heredero.
“En cierta medida, el asesinato de Khashoggi ha sumido en el aislamiento a Arabia Saudí a nivel global”, afirmó Quentin de Pimodan, experto del Instituto de Investigación de Estudios Europeos y Estadounidenses, con sede en Grecia.
“En apariencia, Trump ha dado su apoyo a Riad, pero Estados Unidos insiste en el hecho de que ya no es tan dependiente del petróleo saudí como antes. Arabia Saudí está sola frente a la amenaza de Irán y en el conflicto del vecino Yemen” agregó.
El asesinato del periodista ha enfriado los ánimos de los inversores extranjeros, que acudían en gran número al país.
Para compensar esta situación, Riad anunció el viernes el lanzamiento de visados turísticos, en el marco de sus esfuerzos para diversificar la economía, muy centrada en la producción de petroleo.
El proyecto de salida a bolsa del gigante petrolero estatal Aramco, piedra angular del programa de reformas del príncipe Mohamed, inicialmente previsto para el 2018, también ha sido retrasado.
“Desde el asesinato de Khashoggi, Arabia Saudí ha contratado a expertos occidentales para promover al reino y mejorar su reputación en las redes sociales”, subrayó Pimodan. “Pero será difícil borrar el estigma del asesinato”, añadió.