Base Aérea Ilopango. AFP. Soldados provistos de chalecos antibalas, pistolas y fusiles simulan el rescate de rehenes en una zona urbana; otro grupo ensaya un desembarco aerotransportado, mientras francotiradores afinan su puntería disparando contra botellas o siluetas humanas ubicadas a distancia.
El escenario es un campo de entrenamiento en El Salvador, donde pareciera que el Ejército se prepara para una nueva guerra. Y de algún modo lo hace.
Tres batallones especiales, de 200 efectivos cada uno, están concluyendo la instrucción para lanzarse a combatir a las pandillas que extorsionan a la población y que, en lo que va del año, han asesinado a unos 40 policías y soldados.
Para constituir esta nueva unidad, denominada Fuerzas Especiales de Reacción (FER) , los soldados fueron escogidos con rigor de las filas de un comando antiterrorista.
Disparar con rapidez y precisión en forma discriminada y la capacidad de actuar en cualquier terreno, son las características principales de estos batallones que reciben un entrenamiento permanente en la base aérea de Ilopango, en el sector este de San Salvador.
“Nosotros estamos listos las 24 horas del día. Estamos todo el tiempo preparados”, dice el comandante de las FER, quien (al igual que los otros integrantes) no revela su nombre ni expone su rostro en público.
Efectivos del Ejército acompañan a la Policía en labores de seguridad desde hace más de una década, pero fue el presidente izquierdista Salvador Sánchez Cerén quien ordenó, en abril, la creación de batallones élite para enfrentar a las pandillas.
Este tipo de batallones trae amargos recuerdos a los salvadoreños, pues durante la guerra civil (1980-1992) fueron responsables de masivas violaciones a los derechos humanos, al punto de que luego de que acabó el conflicto, fueron disueltos. No obstante, el Gobierno afirma que estas nuevas estructuras no se relacionan con las del pasado y están al servicio de la sociedad.
Anticipo. La violencia impuesta por las bandas para ejercer “control territorial” hizo que las FER anticiparan su despliegue en distintas misiones por solicitud de la Policía, que también dispone de una unidad antipandillas.
En El Salvador, las pandillas más letales son la Mara Salvatrucha y Barrio 18 que, según las autoridades, tienen unos 10.000 miembros encarcelados y 60.000 en las calles, y que también operan en Guatemala y Honduras.
Ambas estructuras, que surgieron en los años 80 en Estados Unidos y se trasladaron a Centroamérica en masivas deportaciones, alimentan su membrecía con jóvenes de los barrios pobres donde operan, a los que reclutan voluntariamente o por la fuerza, con amenazas a su integridad.
A los pandilleros se les atribuyen los elevados índices de homicidios del país: 2.865 de enero a junio de este año, por encima de los 1.840 registrados en el mismo periodo durante el 2014.
Junio fue el mes más violento desde el fin de la guerra, con 677 asesinatos; es decir, 22 por día.
Para el analista en temas de seguridad y profesor universitario Juan Ramón Medrano, “la represión a las pandillas es más consistente ahora”.
Un día de entrenamiento se inicia con la charla de un experto en derechos humanos en uno de los salones de las FER.
“No podemos retener a una persona sin justificación”, dice el conferencista, quien insiste en que la misión fundamental del soldado es “garantizar la seguridad de toda persona”.
Poco después, en el escenario de entrenamiento a campo abierto, los soldados practican el descenso vertical desde una torre de alpinismo de unos 40 metros de altura, simulando un desembarco aerotransportado.
Provistos de cascos protectores, chalecos y traje de fatiga, los soldados bajan en pocos segundos deslizándose por una cuerda y al poner pie en tierra con destreza toman sus fusiles y adoptan posición de combate.
En el polígono de tiro, con fusiles Remington de mira telescópica, se preparan los francotiradores, quienes después de 14 semanas de riguroso entrenamiento están aptos para disparar con precisión y desde diferentes distancias para neutralizar a grupos criminales.
El entrenamiento incluye la lucha cuerpo a cuerpo, defensa con distintas armas, control de vehículos en carreteras y el desplazamiento de un convoy de tanquetas y camiones con el personal de seguridad.
“Al chocar con el enemigo, mate, no dude. La ley es matar o morir”, reza uno de los puntos de un decálogo colocado en una pared del centro de entrenamiento.