En su discurso del pasado martes 16 de junio, Donald Trump subió a un podio al frente de un grupo de simpatizantes con camisetas que decían: “no más políticos profesionales”.
Primero habló sobre la escasez de victorias en su país; y continuó expresando que Estados Unidos es un basurero al que llegan los problemas de otros. Para justificar su argumento, se inmortalizó así:
“México manda a su gente, pero no manda lo mejor. Está enviando a gente con un montón de problemas (...) Están trayendo drogas, el crimen, a los violadores. Asumo que hay algunos que son buenos”
Y fue así como un discurso político se convirtió en lo que parece ser una expresión de insolente xenofobia.
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Un 21 de junio de 1999, Elizabeth Trump leía para su padre, en una reunión familiar, un poema llamado Don’t Quit . Cuatro días después, él murió.
El día del funeral, Donald Trump, su cuarto hijo, quiso dejar muy claro para quienes escuchaban cuál fue el acto más heroico que su padre, Fred Trump hizo en vida: creer siempre en él.
El acto era en homenaje a Fred pero Donald, como suele suceder, terminó hablando de su personaje favorito: él mismo. Así lo recuerda Gwenda Blair; autora estadounidense de varios libros sobre los Trump.
Fred murió a los 93 años en Queens, Nueva York. El patriarca de los Trump metió a su familia en el negocio inmobiliario, aunque sería su hijo quien lo llevaría a la altura de los rascacielos.
En 1994, Donald y su socio multimillonario Hideki Yokoi, compraron el Empire State Building por unos $ 42 millones. Para ese entonces, el Hotel Plaza, la Trump Tower y tres casinos de Atlantic City ya eran de su propiedad.
Según Sam Lefrak , magnate estadounidense y amigo de la familia, Fred era un hombre de carácter fuerte, pómulos pronunciados y con un bigote perfecto.
El imperio de Fred se consolidó junto a muchos apartamentos por las calles de Brooklyn. Las casas no eran elegantes ni pretenciosas, pero estaban construidas con materiales resistentes.
Fred traía en la sangre la necesidad por lo propio. El carácter fuerte y la disciplina no le dieron permiso de fracasar y esta misión, se extendió hasta Donald.
En los comienzos, él trabajó juntó a su papá en las oficinas de la Organización Trump, situadas en Coney Island. Ahí sacó colmillo.
Donald continúo ayudando a su padre hasta que la vena cargada con ambición, comenzó a palpitar muy fuerte y no pudo ignorarla.
Se mudó a Nueva York; a pesar de que a su padre le asustaba la idea, era hora del heredero para salir del anonimato.
Lo resolvió nombrando con su apellido, cada propiedad que conseguía gracias a un poco de ayuda económica que Fred le dio sólo en los inicios. Hoteles, apartamentos, edificios, casinos, juegos de mesa. Todo se compra.
Para finales de la década de los ochenta, Donald Trump era un multimillonario y para 1990, ocupaba el puesto decimonoveno en las lista de Forbes , con un patrimonio valorado en más de $1.000 millones.
Construyó casinos y hoteles; y como una epidemia feroz, el masivo letrero Trump se expandió hasta Panamá, Brasil, el Caribe y Dubai.
En 1996, la Corporación Miss Universo estuvo a punto de irse a la quiebra; por lo que él magnate neoyorquino la compró, creando así la Organización Miss Universo.
El 7 de abril de 1977, se casó con Ivana Marie Zelnícková; en 1986 el empresario comenzó una relación paralela Marla Maples estando casado y cinco años después, Ivanna se topó con Maples, quien le confesó la vida secreta de su rubio marido.
El divorcio le costó a Donald $25 millones, una mansión familiar de 41 habitaciones, y el pago anual de una pensión de $5 millones.
Yo, la celebridad
Al contrario de otros millonarios que resguardan su intimidad y manejan perfiles bajos, Donald siempre ha disfrutado el ponerse delante de las cámaras... y los micrófonos. La modestia no es parte de su genética y pronto se valió de su chequera para abrirse paso, a codazos, entre famosos y farsantes.
Su perfil mediático alcanzó su pináculo en el 2004, con el estreno de la serie de competencia empresarial El Aprendiz , creada a su imagen y semejanza.
En este programa Donald juzgaba a un desventurado grupo de aspirantes a incorporarse a la planilla del imperio Trump. Aquel grosero jefe se dio gusto por años gritándole al final de cada episodio al perdedor del reto que estaba despedido. Aquello se tornó en su sello.
Para el 2010 fue un secreto a voces que Donald quería optar por una candidatura republicana para la presidencia de Estados Unidos; pero nunca se concretó.
En el 2012 se lanzó con todo sobre el presidente Barack Obama, cuestionando la validez de su certificado de nacimiento. El mandatario no dejó pasar la oportunidad y humilló a Trump en varias ediciones de la cena de corresponsales de la Casa Blanca, usualmente con Donald como parte de la audiencia. Y lo mismo hicieron todos los comediantes de la televisión nocturna.
“Obama es el presidente menos transparente en la historia de este país”, afirmó Trump en su cuenta de Twitter, red donde suele descargar, sin contemplaciones, sus incendiarias opiniones.
“Lo siento, perdedores y haters , pero mi cociente intelectual es uno de los más altos – ¡Y lo sabes!– Por favor, no se sientan estúpidos e inseguros, no es su culpa”, se dejó decir por esa vía.
Aún así, Trump era una figura de altísima popularidad entre un buen segmento de la población estadounidense... hasta el 16 de junio.
Aquel poco articulado anuncio de sus aspiraciones presidenciales le ganó a Trump no solo el desprecio de millones de latinos, sino de autoridades, personalidades e incluso de sus socios.
Estar hoy ligado a Trump o hacer negocios con él es mal visto. Tildado de racista, el empresario ha sido despreciado por firmas como NBC, Univisión, Televisa y Macy’s; Nueva York revisará sus negocios con él, y cada día más países se alejan de sus desprestigiados certámenes de belleza.
Hoy Donald Trump es el niño rico y malcriado con elque nadie quiere jugar; ese al que nadie desea en su equipo. Sobran razones para ello.