Brasilia. El vendaval electoral que dejó a Jair Bolsonaro a las puertas de la Presidencia de Brasil impactó también en el Congreso, donde la pequeña fuerza del líder ultraderechista se convirtió en la segunda bancada de la Cámara de Diputados, en detrimento de otros partidos tradicionales.
“Estos últimos días hubo una ola pro-Bolsonaro muy fuerte, un tsunami que afectó a la elección de mucha gente y ha dejado un Congreso más de derechas, más polarizado, más tenso”, manifestó Sylvio Costa, fundador de la consultora política Congresso em Foco.
Bolsonaro (46% de los votos en la primera vuelta del domingo), quedó en una buena posición para disputar el balotaje del 28 de octubre frente a Fernando Haddad (29%), del izquierdista partido de los Trabajadores (PT).
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El Partido Social Liberal (PSL), al que Bolsonaro se afilió en marzo, pasó de 8 a 52 diputados (de un total de 513), entre ellos su hijo Eduardo Bolsonaro, superando las expectativas de los ‘bolsonaristas’ más optimistas.
Además, irrumpió con 4 escaños (de un total de 81) en el Senado, entre ellos el obtenido por otro de sus hijos, Flávio Bolsonaro.
Los resultados contrarían todas las previsiones de los analistas, que pronosticaban muy pocos cambios y una dificilísima gobernabilidad si Bolsonaro, un excapitán del Ejército nostálgico de la dictadura militar (1964-1985) y que fue un poco prolífico diputado durante 27 años, ganase la Presidencia.
El PT de Haddad y del ahora encarcelado expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, prosigue su erosión, aunque se mantiene como principal fuerza de la Cámara. En la elección de 2014 logró 69 escaños, las deserciones lo dejaron al final de la legislatura con 61 y ahora tiene 56.
En la Cámara Alta, perdió 7 de sus 13 senadores.
Sin embargo, la onda expansiva del controvertido exmilitar arrasó con las otras dos fuerzas históricas del Congreso.
El centroderechista Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), del expresidente Fernando Henrique Cardoso (1995-2002), pasó de 49 a 29 diputados.
En tanto, el Movimiento Democrático Brasileño (MDB), del impopular presidente saliente Michel Temer, cayó de 51 a 33 diputados.
MDB y PSDB siguen siendo, sin embargo, la primera y la segunda fuerza del Senado, donde la caída fue de menor amplitud que en la Cámara, probablemente porque solo renovaba dos tercios de sus escaños.
Muchos de los diputados y senadores investigados por la Operación Lava Jato, que desde 2014 reveló un entramado de corrupción centrado en la estatal Petrobras, no han logrado renovar sus cargos. Solo fueron reelectos un 46% de los diputados, mucho menos que lo esperado.
La lógica indica que Bolsonaro tendría ahora, en caso de ser electo, un escenario más propicio para impulsar sus reformas promercado o del sistema político que prometió durante la campaña.
Un respaldo reforzado además por el apoyo que obtuvo de la bancada conocida como ‘BBB’ (Buey, Bala y Biblia), que reúne transversalmente a los parlamentarios del agronegocio, los partidarios de la liberalización del porte de armas y los evangélicos.
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Su discurso de mano dura contra la violencia, que en 2017 dejó un récord de 63.000 asesinatos, y contra el aborto, así como sus gestos hacia los poderosos propietarios rurales, le hicieron ganarse el favor de los sectores más conservadores del Congreso.
“Bolsonaro va a gobernar con los lobbys parlamentarios. Esa es la verdad. Va más allá de los partidos”, declaró la semana pasada el influyente pastor evangélico Silas Malafaia, durante una transmisión en directo por Facebook junto a Bolsonaro.
En Brasil, para gobernar con un Legislativo atomizado en unos 30 partidos, el presidente suele recurrir a la atribución de cargos ministeriales o en los altos escalones del Estado a cambio de votos en el Congreso, una práctica enquistada que para muchos explica la extendida corrupción en el país.
Eso será un problema para Bolsonaro, que prometió reducir drásticamente el número de ministerios, poner militares en el gobierno y terminar con los viejos vicios del Congreso.
Sin embargo, también se le auguraría difícil la gobernabilidad para Haddad, que debería lidiar con un Legislativo más conservador y con un gran sentimiento ‘antipetista’, que asocia al partido de Lula con la corrupción y a su sucesora Dilma Rousseff (destituida por el Congreso en 2016) con el mal manejo económico.