Los estadounidenses definen este martes 3 de noviembre quién será su próximo presidente en unas elecciones históricas: agitadas por la pandemia del coronavirus, con cifras récord de voto anticipado y enmarcadas en una inédita polarización.
El mandatario republicano Donald Trump, de 74 años, y el exvicepresidente y aspirante demócrata, Joe Biden, se miden en un duelo sin precedentes en un ambiente enrarecido por temor a episodios de violencia y el fin de una campaña hostil.
El candidato que alcance el número mágico de 270 votos electorales resultará ganador de la contienda, aunque probablemente esta noche no habrá claridad en los resultados.
Para añadir más tensión al proceso, los republicanos están listos para cuestionar el conteo de votos. Incluso, Trump ha puesto en duda en varias ocasiones la legitimidad de las elecciones.
Las encuestas de intención de voto registran una ventaja de Biden, quien pronto cumplirá 78 años. Según un modelo de predicción elaborado a partir de mediciones de FiveThirtyEight, el demócrata tiene más posibilidades de ganar que su partidaria Hillary Clinton hace cuatro años. Sin embargo, el mandatario ha acortado la distancia en las últimas semanas. Por ello, cualquier sorpresa es posible.
La última encuesta realizada por The New York Times y Siena College, publicada el domingo, muestra que Biden supera a Trump en cuatro estados clave: Pensilvania, Florida, Arizona y Wisconsin.
Estos comicios registran la mayor participación electoral de los últimos años. Hasta este lunes casi 100 millones de personas ya habían votado, una cifra que representa más de la mitad de los electores que asistieron a las urnas en el 2016.
Según el diario The Washington Post, la masiva votación temprana garantizó que, por primera vez en la historia, la mayoría de los sufragios se emitieran antes del día de la elección.
Sin duda, el temor a la covid-19 influyó en la inclinación hacia el voto anticipado o por correo, pero además hay otros factores que pesaron en esta escogencia. Por ejemplo, que este martes es un día laboral en Estados Unidos y a muchas personas se les dificulta contar con tiempo para llegar hasta el lugar de votación y hacer fila durante horas.
Aunque el elemento más insólito de la campaña lo marcó la influencia del coronavirus. Trump volvió la pandemia parte del juego electoral minimizando constantemente las consecuencias de la enfermedad que él mismo contrajo y por la que permaneció hospitalizado un fin de semana a finales de setiembre.
En la recta final del proceso, el mandatario llevó a cabo entre cuatro y seis mítines diarios, mientras que Biden mantuvo más restricciones en sus actividades políticas. La ausencia en el terreno es un aspecto que el gobernante espera que los electores le castiguen a su adversario.
Un invitado sorpresa
Estados Unidos es el país más golpeado por la covid-19 a nivel mundial. La nación norteamericana supera la cifra de 230.000 fallecidos y suma más de nueve millones de contagios desde que se presentó el primer caso en enero.
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Además, el coronavirus hizo estragos en una economía floreciente, quitando a Trump su mejor carta de presentación.
La agencia AFP señala que en nueve meses, Estados Unidos pasó del pleno empleo a tener una tasa de paro de 7,9% en setiembre, con un pico de 14,7% en abril.
En tanto, el Congreso no logra acordar un cuarto paquete de alivio tanto para las empresas como para los ciudadanos.
Otra situación que se le suma al mandatario es su respuesta a la pandemia. Sin duda, la gestión posiblemente hará perder votos al presidente, del mismo modo que la guerra de Irak le restó apoyo a George W. Bush y a los republicanos en las votaciones legislativas del 2006.
Amanda Mars, periodista del diario El País de España especializada en política estadounidense, considera que los electores no le están cobrando a Trump la debacle económica en las urnas, pero sí el manejo de la crisis sanitaria.
“En la erosión de Trump muchas personas se preguntan cuánto está pesando la crisis económica. Los votantes republicanos le reconocen al presidente la gran rebaja de impuestos de la que disfrutan desde el 2017 y el mérito del empuje económico que estaba viviendo el país hasta que estalló la pandemia. Entonces, esta crisis sobrevenida es algo que el votante no le está reprochando al presidente”, explicó la comunicadora en un podcast publicado en el diario.
“Por otro lado, todos los escándalos como el impeachment, el tema de Ucrania, los impuestos, al ciudadanos de a pie, que es pragmático, que quiere jueces conservadores en el Supremo, que le bajen los impuestos y cuanta menos regulación posible, a ese votante conservador no le hacen mella. Creo que esta pandemia en la que la gestión de Trump se ha demostrado tan errática, sí que es el factor que más le puede erosionar en la elección”, agregó Mars.
Otro récord de la actual campaña es que los gastos llegaron a los $6.600 millones entre ambos candidatos, $2.000 millones más que en el 2016, estima un estudio del Center for Responsive Politics.
País profundamente polarizado
La profunda polarización de Estados Unidos también se tornó excepcional en estas elecciones. El estilo excéntrico y disruptivo de Trump ha recalcado las divisiones estructurales propias del país.
La fragmentación se acentuó hace pocos días cuando el presidente logró reforzar una Corte Suprema de mayoría conservadora con la confirmación de la jueza Amy Coney Barrett tras la muerte de la magistrada progresista Ruth Bader Ginsburg.
“La elección de la jueza lo que hace es ampliar esas divisiones culturales entre personas que son proderechos al aborto, eutanasia, preferencia sexual, etnia con otras personas que son más conservadoras en esos temas, afirma Carlos Cascante, profesor de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional.
Asimismo, el académico señala que los factores estructurales de la sociedad estadounidense continuarán más allá de que Trump pierda o gane los comicios.
“La división estructural de Estados Unidos va a continuar por muchos años, porque se ha forjado a lo largo de casi cinco décadas. El país está profundamente polarizado en lo económico, ya que hay marcadas diferencias en el acceso a la salud y la educación. Además, es una sociedad dividida en torno al rol que deben realizar los Estados Unidos en el mundo. Hay quienes creen que el país debe entrar en un aislamiento, mientras otro grupo estima que debe tener una política de expansión”, comenta Cascante.
Para el politólogo Constantino Urcuyo, la nación se resquebrajó desde la llegada de Barack Obama al poder, el primer presidente afroestadounidense del país, pues su elección asustó a los sectores más derechistas.
Asimismo, estima que el triunfo de Trump en el voto electoral en los comicios del 2016, pero no el voto popular, también contribuyó a polarizar a la ciudadanía.
“La presidencia de los Estados Unidos se transformó en que una minoría gobierna sobre la mayoría, porque el voto popular lo ganó Hillary Clinton con una diferencia de tres millones de votos”, señala Urcuyo.
¿Y después de las elecciones?
Es difícil prever escenarios en unas elecciones que podrían resultar muy reñidas. Sin embargo, el analista Carlos Cascante estima que es posible garantizar algunos puntos tomando en cuenta que ambos candidatos han dibujado posturas completamente opuestas sobre Estados Unidos.
Uno de ellos es que en caso de que Trump resulte reelegido, pero pierda ambas cámaras del Congreso (la Cámara de Representantes y el Senado) liderará un gobierno sumamente conflictivo, con miras a profundizar aún más las divisiones en el país.
Cascante asegura que si Biden gana intentará reducir la fragmentación, ya que es un político centrista.
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“El asunto es si podrá, porque él cuenta con un partido dividido. En el momento en que Biden gane, la disputa dentro del Partido Demócrata va a ser muy fuerte por los puestos políticos, porque el ala más progresista va a querer tener mucha influencia en el gobierno y va a chocar con el ala tradicional que representan Biden y Nancy Pelosi. Por ahora lo que unifica al Partido Demócrata es la lucha contra Trump”, manifiesta el académico.
Con respecto al Congreso, Cascante apuesta a que el líder demócrata deberá batallar con los representantes progresistas de su partido y con otros más afines a su línea política, así como con miembros republicanos que van a hacer lo imposible para que haga un mal gobierno y que eso les permita llegar a la presidencia dentro de cuatro años.
“Es decir, en cualquiera de los dos casos el escenario no es nada gratificante”, añade.