Bogotá. Aterrizó como una alternativa de centro en una campaña polarizada, pero su discurso errático terminó minando su aspiración presidencial. La colombo—francesa Íngrid Betancourt, exrehén de las FARC, se tambalea en su regreso a la política en Colombia.
Veinte años después de su primer intento de dirigir el país y de haber sido secuestrada por la otrora guerrilla de las FARC, que la mantuvo cautiva desde el 2002 hasta el 2008, volvió al ruedo en enero. En menos de tres meses la candidata de 60 años, que figura en las encuestas con un modesto 1,5% de preferencias para las elecciones del 29 de mayo, sembró el caos en la coalición de centro para luego renunciar y decidir correr por su cuenta.
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Sus vaivenes no favorecieron su imagen en un escenario electoral dominado por la derecha, históricamente en el poder, y la izquierda, que por primera vez podría ocupar la presidencia. Después “del secuestro, de toda esa transformación espiritual, sus estudios de teología, su salida del país, su alejamiento de la política electoral (...) regresó y mostró otra vez a un personaje político confundido, quizás inseguro, que tiene que apelar a estas muestras de agresividad ante la ausencia de propuestas”, aseguró la analista Patricia Muñoz, profesora de la Universidad Javeriana.
En enero se presentó como mediadora de los candidatos de centro. Luego decidió que competiría contra ellos en las primarias para representar a esa fuerza en las elecciones presidenciales. Pero terminó dándoles un portazo para postularse con su partido Verde Oxígeno. Todo en medio de álgidas disputas televisadas, en las que señaló a sus entonces compañeros de equipo de ser complacientes con la corrupción.
“Sorprendió a todo el mundo pateando el tablero” pero su proceder “no es tan nuevo, la verdad, ella siempre ha tenido un discurso bastante disruptivo desde los años 90 (...) siempre ha hecho política a punta de escándalos”, comentó Yann Basset, experto de la Universidad del Rosario.
Depresión de Petro
De la voz conciliadora, Betancourt pasó a un discurso agresivo hacia sus adversarios. Durante un debate televisado, se ensañó contra su rival Gustavo Petro, favorito en todas las encuestas, al evocar un episodio del paso del senador y exguerrillero por Bélgica a mediados de los noventa cuando el gobierno le concedió un puesto diplomático por amenazas de muerte.
“Cuando fui a visitar a Gustavo, me acuerdo que él estaba en una gran depresión, tirado en el piso, sin poder moverse, pero no me voy a meter en tu vida privada”, contó en plena transmisión. Pese a la ola de críticas por sus comentarios, la candidata a la presidencia dijo más tarde no estar arrepentida y calificó los dardos de “machistas”.
Para Muñoz, es una muestra más de que Betancourt “poco está aportando al debate presidencial y (...) ha generado no solo confusión sino disputas”. Tras el histórico acuerdo con las Fuerzas Armadas Revolucionarios (FARC) en el 2016, Betancourt se había convertido en una de las voceras de la paz en el exterior.
Con arrojo planteaba discusiones sobre la reparación o el perdón. Pero quizás esa “lejanía” geográfica la desconectó del país que pretende gobernar y volvió “desinformada, desubicada”, según Muñoz.
‘Maquinarias’
Por delante de Betancourt están en las encuestas Petro; el exalcalde de Medellín Federico Gutiérrez; el matemático Sergio Fajardo y el empresario independiente Rodolfo Hernández. En el quinto lugar, la candidata se presenta como solución a la corrupción y las “maquinarias”, un concepto que repite como mantra.
“Es como un eslogan, esta palabra en sí no tiene un significado muy claro en su discurso”, apuntó Basset, sino que “la usa para designar a sus adversarios políticos en general, como sinónimo de lo que en otros discursos es la política tradicional”. Pero en una desafortunada intervención en televisión, Betancourt trastabilló al identificar aquellos presidenciables que se apoyan en maquinarias y desató más cuestionamientos y burlas.
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“Creo que todos están en contra de las maquinarias y la corrupción, pero el tema no es repetirlo y repetirlo sino aportar soluciones sólidas, coherentes, pensadas, estructuradas”, explicó Muñoz. Más tarde, Betancourt tendió puentes con el expresidente de derecha Álvaro Uribe (2002-2010), jefe del partido en el poder y enredado en líos judiciales, un acercamiento rechazado por sus adversarios.
Para justificar la alianza con fuerzas políticas tradicionales evocó su “gratitud” por el mandatario que la rescató de la selva. “Esto muestra que nunca cupo muy bien en esta distinción entre izquierda, derecha y centro. Su discurso es efectivamente populista y no cabe en estas grandes distinciones”, señala Basset.
Para el experto es una mujer “de amores y odios”. “En Francia todavía está el recuerdo de la Íngrid Betancourt víctima de la violencia (...) no tanto de la política”, advirtió. La política, estima, está anclada en una estrategia de “poner en escena la lucha de un pueblo bueno que ella representa, contra las élites malvadas y corruptas”.