Washington
El heredero de la dinastía Bush en Estados Unidos, Jeb, pasó en un año de ser el favorito en las primarias republicanas para la elección presidencial de 2016, al de candidato de segundo orden, fuera de sintonía con el estado de ánimo revolucionario del electorado de su partido.
"Todo el mundo debe pasar el examen, nadie es favorito", dijo Jeb Bush (62 años), en junio pasado en Miami, al confirmar su candidatura para la Casa Blanca.
Cuatro meses más tarde, "el examen" ciertamente no se ha terminado, pero el exgobernador de Florida (sureste) no va bien. El equipo de Bush anunció medidas de austeridad para reducir en un 40% su masa salarial y adaptarse a los tiempos difíciles, algo impensable en otra época.
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Bush también se sometió a la ola populista del magnate y verborrágico empresario Donald Trump, sostiene el analista Tim Malloy, del instituto de sondeos de la Universidad de Quinnipac, en referencia al arrasador comienzo de campaña de Trump, cuyo impulso la mayoría consideraba que se agotaría rápidamente, pero que aún sigue encabezando los sondeos para las primarias del Partido Republicano.
La última encuesta del instituto en el estado de Iowa, el primero en el que se votará, mostró que Jeb Bush tenía allí apenas un apoyo del 5%.
"Todo el mundo pensaba que (Bush) sería el mejor candidato republicano, pero se ha visto obligado a prescindir de varios colaboradores y ahora lucha por la supervivencia", acotó Malloy.
Dos cifras ilustran la indiferencia de los conservadores estadounidenses hacia el hermano menor del expresidente George W. Bush (2001-2009): su puntuación en las encuestas y las cantidades recaudadas para financiar su campaña.
Ahora está en el cuarto lugar de las encuestas con el 7% de las intenciones de voto entre los votantes republicanos, detrás de Donald Trump y el médico retirado Ben Carson. Incluso el senador cuarentón por Florida, Marco Rubio, está delante suyo, según los promedios calculados por el sitio RealClearPolitics.
En diciembre, mucho antes de la agitación por el efecto Trump, Bush dominó a sus otros rivales con entre 15% y 17% de las intenciones de voto.
Jeb Bush avivaba las esperanzas del partido, con ganas de borrar el fracaso de Mitt Romney en 2012, con su promesa de no coquetear con los ultraconservadores en las primarias, una táctica que obligó a los candidatos a hacer malabarismos para reciclarse en la elección presidencial.
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Lleno de seguridad, explicó que había que estar preparado para perder las primarias para poder ganar la Casa Blanca. El mensaje adhería a la autocrítica de los líderes republicanos que en 2013 pedían apertura a un partido encerrado en sí mismo.
Otro dato que preocupa en el equipo de campaña de Bush es el de las finanzas, otro barómetro de popularidad.
Los principales donantes —ricos, empresarios, lobistas, una red tejida durante 30 años desde Texas a Florida— siguen firmando cheques a nombre de Jeb Bush, de acuerdo con las cuentas declaradas al 15 de octubre.
Pero son casi los únicos: las pequeñas donaciones inferiores a $200 solo representan una fracción de sus ingresos totales (7%), mucho menos de lo que representan para la demócrata Hillary Clinton o Ben Carson (Donald Trump no recauda activamente fondos y dice autofinanciarse).
Este indicador es importante porque revela la brecha entre la personalidad por la que apuesta el establishment, y la preferencia de la base del partido, los electores que votarán en unos pocos meses.
Se trate o no de algo pasajero, la mayoría de los republicanos rechaza a los candidatos con experiencia, ya sean actuales o exgobernadores y senadores, miembros o no del grupo ultraconservador Tea Party. Ahora bien, Jeb Bush hizo de su experiencia como gobernador de Florida (desde 1999 hasta 2007) el eje central de su candidatura, para que no se lo presente únicamente como el heredero de la dinastía Bush al que ahora le llegó el turno, tras los mandatos de su padre y su hermano.
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Según el sitio especializado Politico, la duda se ha instalado entre los grandes donantes, reunidos en Houston el domingo y lunes. Uno de ellos, un lobista contactado por la AFP, confía en que la elección presidencial será un "triatlón", y que su candidato está todavía en la primera prueba, la de natación.
"Después del romance con Trump y la guiñada a Carson, estoy seguro de que los votantes volverán a Bush en las primarias", dijo.
A falta de mejores alternativas, Jeb Bush se aferra a su estrategia inicial: romper con el negativismo y el obstruccionismo de los republicanos, ser un candidato optimista, capaz de reconciliar a los estadounidenses.