Minsk. Alexánder Lukashenko nunca había sido tan cuestionado en los 26 años que lleva de gobernar Bielorrusia con mano de hierro. Fiel a su estilo implacable y caprichoso, permanece inflexible, asumiéndose como garante de la independencia de su país.
“Nunca haré nada bajo presión”, advirtió el presidente bielorruso el lunes, al encontrarse con trabajadores de una fábrica de vehículos pesados, que lo abuchearon.
Lukashenko, de 65 años, ya ha sido acusado de haber ordenado matar o encarcelar a muchos detractores. Pero ya no parece inspirar el terror en la antigua república soviética de 9,5 millones de habitantes.
Las primeras cuatro noches después de su cuestionada reelección del 9 de agosto a un sexto mandato con el 80% de los votos, que la oposición denuncia como fraudulenta, fueron reprimidas por las fuerzas antidisturbios, dejando dos muertos y decenas de heridos, y miles de detenidos.
Sin embargo, la movilización se fortaleció aún más y la oposición organizó el domingo la mayor concentración de su historia.
En las redes sociales y en mítines de cientos o incluso miles de personas, muchos se burlan de él, lo apodan “cucaracha bigotuda” por su bigote o “Sacha 3%”, diminutivo de su nombre asociado con la supuesta popularidad de la que goza, según sus detractores.
Lukashenko se presenta ahora como defensor de la independencia frente a los intentos de imponer, según él, "un gobierno desde el extranjero".
‘Padre’ de la nación
En un discurso antes de la votación, arremetió contra quienes lo critican, a los que considera niños desagradecidos. “¡Yo los he alimentado a todos con mi seno!”, proclamó, presentándose como el padre de la nación.
Durante mucho tiempo recibió el apodo de Batka (“padre”) y gozó de popularidad, sobre todo en las zonas rurales y entre las generaciones nostálgicas de la Unión Soviética.
En los años 1980 dirigió granjas colectivas y fue elegido presidente en 1994, después de la independencia, con un mensaje populista y anticorrupción.
Rechazó el giro capitalista, prefiriendo un sistema político y económico dominado por el Estado en el que mantuvo la simbología soviética. La oposición sufre acoso, la libertad de expresión está bajo vigilancia y la agencia de seguridad del Estado se llama KGB, un acrónimo que da escalofríos en muchos países.
Hoy en día Lukashenko sigue reivindicando este sistema y asegura que sin él el país se haría "pedazos".
Al presidente bielorruso le gusta posar en el campo, en uniforme militar o en una pista de hockey. Con su elocuencia típica, preconiza frente a la pandemia de nuevo coronavirus el trabajo agrícola, el sauna y un poco de vodka.
En julio, se jactó de haber sido infectado y de haber pasado por la enfermedad sin parar de trabajar.
En la elección, Lukashenko, padre de tres hijos que cultiva gustosamente una imagen macho, se enfrentó a un trío inesperado de mujeres, liderado por la candidata Svetlana Tijanóvskaya, a quien llama "pobre chica" o "poca cosa".
La Premio Nobel de Literatura bielorrusa Svetlana Alexievich estima que Lukashenko se equivocó creyendo que podía seguir "infundiendo miedo" en la sociedad.
"Una nueva generación se ha convertido en adulta y los mayores se han despertado. No es el mismo pueblo que hace 26 años", afirmó en una entrevista reciente con la radio estadounidense RFE/RL.
Lukashenko también se enfrenta a tensiones con el hermano mayor ruso, hasta el punto de acusar a Moscú antes de las elecciones de injerencia electoral.
En dificultad, cambió de tono: indicó durante el fin de semana que había recibido garantías del presidente ruso, Vladimir Putin, sobre una "ayuda" para garantizar la seguridad.
Lukashenko resistió a años de sanciones europeas, que finalmente consiguió levantar en el 2016 haciendo maniobras gracias a su posición entre la Unión Europea (UE) y Rusia.
Pero tras las elecciones, la Unión Europea ha aprobado sanciones contra funcionarios bielorrusos y el Reino Unido dice también querer sancionar a los responsables de la represión.