Santiago. La ola represiva en Nicaragua y el despojo de nacionalidad a más de 300 opositores ordenado por el gobierno de Daniel Ortega plantea una disyuntiva a gobiernos de izquierda en América Latina, varios de los cuales han vacilado a la hora de condenarlo.
Siguiendo pisada al presidente chileno Gabriel Boric, representante de una nueva generación de izquierda más frontalmente crítica con Ortega, otros países ofrecieron asilo y ciudadanía a opositores nicaragüenses acusados de “traición a la patria”.
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El 9 de febrero el gobierno de Nicaragua liberó a 222 presos políticos, los expulsó a Estados Unidos y les retiró la nacionalidad. Una semana después, Managua despojó de ciudadanía a 94 disidentes que en su mayoría ya están residiendo en el extranjero. A todos ellos España les ofreció la nacionalidad.
Entre los afectados figuran la exprecandidata presidencial Cristiana Chamorro, la excomandante guerrillera Dora María Téllez; el novelista y exvicepresidente del país Sergio Ramírez, así como la escritora Gioconda Belli.
La reacción de Boric, que llamó “dictador” a Ortega, fue la más enérgica y marcó una diferencia con sus pares.
La canciller chilena Antonia Urrejola, dijo que “cada día más” Nicaragua se convierte “en una dictadura totalitaria, donde se persigue cualquier tipo de disidencia”.
Según Michael Shifter, expresidente del Diálogo Interamericano con sede en Washington, Boric “asumió una postura contundente y ética ante la situación más dramática en América Latina en derechos humanos en los últimos 30 años”, mientras que a los “demás presidentes latinoamericanos de izquierda, la ideología les pesa más que la realidad”.
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“Para sus bases más radicales, condenar a Ortega podría ser interpretado como un alineamiento con Washington, lo cual sigue siendo una cuestión sensible”, apuntó Shifter.
Vacilaciones
México y Argentina, a pesar de su tradición de dar acogida a perseguidos políticos y refugiados de guerras, se mostraron dubitativos frente a los oprimidos de Nicaragua.
Argentina dio sin embargo un paso cuando su canciller Santiago Cafiero dijo que estaban “en condiciones de darles la ciudadanía” a los nicaragüenses afectados.
Más acotado fue el anuncio del gobierno colombiano de Gustavo Petro, un exguerrillero al igual que Ortega.
“Interpretando la solidaridad del país y el sentimiento del presidente Gustavo Petro, ofrecí la nacionalidad colombiana al político, intelectual y escritor nicaragüense Sergio Ramírez”, anunció también el canciller de Colombia, Álvaro Leyva.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, dijo el miércoles que ofrecía “asilo, nacionalidad, lo que ellos quieran”, a los disidentes nicaragüenses, pero también sin criticar al gobierno de Ortega.
Abogó por que Nicaragua resuelva sus problemas mediante el diálogo. “Siempre buscamos nosotros que se llegara a un acuerdo y que se liberara a los presos”, detalló.
El presidente mexicano “dice que no quiere entrar en una confrontación para mantener abiertas las puertas a un diálogo” político en Nicaragua y volver a lograr que México sea un mediador exitoso, como lo fue en los acuerdos de paz de Centroamérica, explicó Martín Íñiguez, profesor de ciencias políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Universidad Iberoamericana.
Lula callado, Mujica parco
Otros se han abstenido de pronunciarse, como el brasileño Luiz Inácio ‘Lula’ Da Silva. Sectores más a la izquierda de las distintas fuerzas políticas que lo ayudaron a volver al poder mantienen sólidos vínculos con el venezolano Nicolás Maduro, uno de los principales aliados de Ortega, junto con Cuba.
“El silencio es la mejor estrategia para Lula. Nicaragua es un tema en el que cualquier cosa que diga va a desagradar a sus electores más centristas, que lo votaron preocupado por la amenaza de (Jair) Bolsonaro a la democracia, o a una parte del PT, que defiende el silencio o la defensa de Ortega”, comentó Oliver Stuenkel, profesor de Relaciones Internacionales de la Fundación Getulio Vargas en Sao Paulo.
Otro exguerrillero, el expresidente de Uruguay José “Pepe” Mujica, amigo de Lula y patriarca de la izquierda regional, fue tal vez el más sintético, al admitir que a Ortega “hace rato que se le fue” la mano.