Caracas. Muchos vaticinaban que caería de un momento a otro. Durante su gobierno, Venezuela vivió una de las peores crisis de su historia. Pero Nicolás Maduro, reelegido este domingo, se aferra obstinadamente al poder sin importarle que le llamen “dictador”.
Este exchofer de bus de 55 años, corpulento y de tupido bigote negro, gobernará por otros seis años a partir de enero del 2019 tras imponerse con 68% de los votos, frente a 21,2% de su principal rival, Henri Falcón, quien desconoció los resultados.
“Volvimos a ganar (...), somos la fuerza de la historia convertida en victoria popular permanente”, dijo al proclamar su triunfo en unos cuestionados comicios adelantados por el oficialismo, cuyos resultados desconocen Estados Unidos, la Unión Europea y varios países latinoamericanos.
“Su autoridad nace heredada por Hugo Chávez (1999-2013). Pero ahora tenemos un Maduro que se sabe fuerte y es más agresivo”, dijo a AFP Félix Seijas, director de la encuestadora Delphos.
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Bajo su presidencia, Venezuela sufrió oleadas de protestas que dejaron unos 200 muertos, la debacle socioeconómica y el aislamiento internacional.
“Hace cinco años yo era un novato. Hoy soy un Maduro de pie, experimentado con la batalla, que ha enfrentado a la oligarquía y el imperialismo. Aquí estoy: más fuerte que nunca”, se describió durante la campaña.
Sus opositores, Estados Unidos y otros gobiernos lo acusan de empujar al país al abismo con medidas económicas disparatadas, de someter al hambre a la gente y de ser un “dictador” sostenido por los militares.
“Me resbala que digan que soy un dictador”, expresó este domingo.
Se dice un “presidente democrático” y “víctima” de Estados Unidos y la “guerra económica de la derecha”, a la que culpa de la hiperinflación y falta de alimentos.
Pese a su impopularidad de 75% según sondeos, venció a Falcón, quien enfrentó a la maquinaria oficial y los llamados a la abstención de los mayores partidos opositores que consideraron la elección una “farsa”.
Ungido por Chávez para liderar la “revolución bolivariana”, Maduro ganó la presidencia por muy poco, en abril del 2013, frente al opositor Henrique Capriles, inhabilitado políticamente en el 2017.
Dos años después, sufrió un duro golpe cuando la oposición arrasó en las parlamentarias. Pero revirtió la derrota y desde agosto del 2017 cuenta con una Asamblea Constituyente de poder absoluto.
Chávez, a quien conoció en 1993, lo consideraba un verdadero “revolucionario”. Pero adversarios y excamaradas lo acusan de enriquecer a empresarios amigos y a la cúpula militar. “Será madurista, pero no chavista”, comentó a la AFP Ana Elisa Osorio, exministra chavista.
“Fue subestimado por los opositores y por muchos chavistas. Pero ha sabido aprovechar los errores de unos y otros, anulando a adversarios dentro y fuera del chavismo”, dijo a AFP Andrés Cañizalez, investigador en comunicación política.
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Uno de ellos –anotó– es Rafael Ramírez, expresidente de la petrolera PDVSA muy cercano a Chávez y potencial aspirante presidencial, quien fue sacado de la embajada en la ONU acusado de corrupción.
“Maduro ha tenido una metamorfosis y estas elecciones culminan ese proceso: podríamos estar pasando del chavismo al ‘madurismo’. Sin duda está apuntando a consolidar un espacio de poder autónomo”, agregó Cañizalez.
Atribuyéndole astucia, Seijas cree que ha sido “un gran equilibrista que ha logrado mantener una distribución de las cuotas de poder” en el chavismo.
Sin el carisma de Chávez, Maduro intentó imitarlo con largas apariciones cotidianas en televisión, verbo populachero y retórica antiimperialista. Pero fue construyendo su propia imagen.
Se dice un “obrero”, conduce su camioneta, se burla de su mal inglés y de quienes lo llaman “Ma’burro” por sus frecuentes gazapos, baila salsa, bolero y reguetón, y es muy activo en las redes sociales.
Su discurso moderado y capacidad negociadora como sindicalista, canciller y vicepresidente de Chávez, mutó a agitadas arengas contra sus adversarios, a quienes remeda e insulta con desparpajo.
Se declara católico, es apasionado del béisbol y de adolescente fue guitarrista de una banda de rock. Sus opositores aseguran que nació en Colombia, pero él remarca que es caraqueño.
Está casado con la exprocuradora Cilia Flores, a la que llama “primera combatiente” y con quien baila en los mítines. Es padre de “Nicolasito”, miembro de la Asamblea Constituyente de 27 años, fruto de un matrimonio anterior.
Recibió formación comunista en Cuba en los años 1980 y con frecuencia viaja a la isla.
Buscando refrescar su imagen, el coro de “Vamos Nico” se impuso en su campaña, mientras bajaron las referencias a su mentor.
En el 2013, la canción de campaña decía: “Chávez para siempre, Maduro presidente. Chávez te lo juro, mi voto es por Maduro”.
Hoy, dice el estribillo de un pegagoso reguetón: “Todos con Maduro, lealtad y futuro. El pueblo manda con Maduro”.