Bogotá. Todavía a sus 62 años, Gustavo Petro se ve así mismo como un “revolucionario” de varias causas. De anteojos y verbo encendido, luchó primero contra el Estado y ahora busca, en democracia, derrotar a las élites e instalar por primera vez a la izquierda en el poder en Colombia.
Petro es un político obstinado que aspira en su tercer y definitivo intento llegar a la presidencia. Todas las encuestas lo dan como vencedor este domingo, aunque en principio deberá ir a un balotaje.
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El senador y exalcalde de Bogotá se siente llamado a cambiar nada menos que una “historia de 200 años”. Así lo ha repetido en la plaza pública. “Dar discursos es hoy en día parte de mi talante”, escribió en su autobiografía “Una vida, muchas vidas”.
Nacido en una familia de clase media, de padre conservador y madre liberal, y educado por sacerdotes lasallistas, levantó las banderas del cambio y de la ruptura con las fuerzas que tradicionalmente han gobernado Colombia.
Su ascenso asusta a sectores conservadores, a los ganaderos y a una parte del empresariado y los militares, que temen que su gobierno sea un “salto al vacío”.
A otros, más moderados, les repele su mesianismo. “Él se cree predestinado (...) la única persona que puede salvar a Colombia”, resumió una fuente próxima que habló bajo reserva al portal independiente La Silla Vacía.
Antisistema, Petro se describe como progresista antes que izquierdista, en un intento por evitar que lo asocien con una corriente que causa repudio en un país con las guerrillas marxistas en el centro de un conflicto de seis décadas.
Pero su pasado en la lucha armada lo persigue y es el caballo de batalla de sus adversarios. Por 12 años se rebeló contra el Estado que ahora pretende reformar de fondo. Hoy las armas oficiales lo protegen.
Varias veces amenazado de muerte y forzado a un exilio de tres años en Europa, Petro es el candidato más protegido en esta contienda. En los últimos mitines se le vio prácticamente blindado con chaleco antibalas y escudos a su alrededor, y al menos 20 guardaespaldas en tarima.
En febrero, este economista confesó su miedo de que lo mataran. No ha sido la primera vez que ha temido por su vida.
Guerrero mediocre
Petro militó en el M-19, una guerrilla nacionalista de origen urbano que firmó la paz en 1990.
Según él, se rebeló en rechazo al golpe militar en Chile de 1973 y un supuesto “fraude electoral” en Colombia por los mismos años contra un partido popular.
Ferviente admirador del nobel Gabriel García Márquez, en la clandestinidad adoptó el nombre de Aureliano, en homenaje al personaje de “Cien Años de Soledad”. Fue detenido y torturado por militares, y estuvo preso durante año y medio. Siempre fue un combatiente “mediocre”, según sus antiguos compañeros de armas.
En su libro lo resalta: “Nunca sentí, a diferencia de muchos de mis compañeros, una vocación militar (...) yo quería era hacer la revolución”.
Desde entonces se presenta como un “revolucionario” de varias causas pero alejado del marxismo. Su “opción preferencial por los pobres”, sostiene, proviene de la teología de la liberación.
El candidato por el Pacto Histórico ha hecho suya la defensa del medio ambiente. Plantea frenar la exploración del petróleo (cuyas ventas representan el 4% del PIB) en una “transición” hacia energías limpias, expandir la producción de alimentos, reformar las normas para los ascensos dentro de las Fuerzas Militares que considera clasistas, entre otros cambios.
De llegar al poder, los militares deberán jurar lealtad a este exguerrillero que se comprometió a reiniciar diálogos de paz con el Ejército de Liberación Nacional (ELN).
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Impetuoso
Después de firmar la paz, Petro llegó al Congreso y más adelante a la alcaldía de Bogotá en 2012-2015.
Como parlamentario se destacó por las denuncias sobre los nexos de políticos con los sangrientos paramilitares de ultraderecha, pero como alcalde ganó fama de autoritario y mal administrador por su caótico plan para que la empresa pública se ocupará de la recolección de basuras, entonces en manos de privados.
Daniel García-Peña, asesor de Petro en la época y quien se alejó de él por su “despotismo”, aún recuerda sus “dificultades para trabajar en equipo” si bien reconoce su conocimiento del país e inteligencia.
Tiene “un temperamento muy impetuoso y autoritario, y cuando se empeñaba en sacar adelante sus propuestas (...) no supo concitar y convocar a los diferentes sectores para ponerlos en práctica. Cazó muchas peleas al mismo tiempo y ese generó mucha frustración en las metas que él mismo se había trazado”, comentó el también profesor universitario.