Fuerza o debilidad; seguridad o anarquía; progreso o retroceso.
Donald Trump se ha dotado de un arsenal de palabras, dominado por la descalificación de sus adversarios demócratas y por la alabanza de sí mismo y de su gobierno, como parte de su estrategia para retener el control de la Casa Blanca durante cuatro años más.
Las convenciones nacionales de los partidos Demócrata y Republicano, que hubieron de celebrarse en un ambiente atípico, por causa de la pandemia de covid-19, marcaron el banderazo de salida para una campaña electoral que se anuncia ríspida y cargada de fuertes ataques.
Quedan 10 semanas para que los estadounidenses elijan su próximo presidente y vicepresidente, y renueven la totalidad de los 435 escaños de la Cámara de Representantes y 35 de los 100 del Senado
Estados Unidos se encamina a unas elecciones en un ambiente de fuerte polarización política, mayormente propiciado por un discurso confrontativo y con matices catastrofistas por parte de Trump y su entorno. Un enfrentamiento que no solo se limita a la arena política, sino que halla eco en las calles, sacudidas por protestas contra la violencia policial y el racismo de las autoridades.
El clima está enrarecido también por el impacto del nuevo coronavirus, muy menospreciado meses atrás por el mandatario y que constituye hoy un grave problema de salud, el cual también enfermó una economía que a principios de años mostraba una solidez como ninguna otra en el mundo.
Rezagado en las encuestas de intención de voto, el presidente republicano enfrenta la tarea de revertir esa desventaja, ahora sin el factor sorpresa que significó ser un outsider del establishment político. Además, como candidato a la reelección, Trump acusa ahora el costo del desgaste en el poder.
Trump al contraataque
La Convención Nacional Republicana, que tuvo lugar entre 24 y el 27 de agosto, escuchó varios mensajes que, sin duda, se seguirán repitiendo hasta el propio 3 de noviembre.
♦ Ley, orden y seguridad. Tanto Trump como su círculo de allegados apuntan a explotar el miedo como arma electoral.
El presidente soslaya la causa de manifestaciones callejeras en protesta por abusos policiales que, por ejemplo, causaron la muerte por asfixia de un afrodescendiente a manos de un policía blanco y el más reciente caso: otra persona negra atacada a balazos por la espalda por un agente blanco.
Frente a tales hechos, el gobernante ha reaccionado denunciando el caos, la violencia (ciertamente se han producido disturbios que han derivados en saqueos, quemas de vehículos y otros excesos) y ha respondido enviando fuerzas federales e inclusive amenazando con recurrir al Ejército. Ha sido tibio en denunciar el racismo y los abusos policiales, y más bien ha aprovechado esos enfrentamientos para culpar a gobernadores o alcaldes demócratas por su “debilidad”.
El énfasis en “la ley y el orden” frente al desasosiego social es una reminiscencia del mismo lema invocado por Richard Nixon en 1968, cuando buscaba la Presidencia. Eran tiempos de convulsión en Estados Unidos, alimentada por las protestas contra la Guerra de Vietnam y la lucha por los derechos civiles. Nixon, quien a diferencia de Trump no era el presidente, sacó provecho del lema y logró su objetivo.
El “republicanismo trompista” -como lo denomina Constantino Urcuyo, especialista en Ciencias Políticas- se ofrece al electorado como el defensor de la seguridad frente a una “izquierda radical”, según Trump, que amenaza con desbarrancar al país en el caos y la incertidumbre.
♦ Concatenado con lo anterior, el mensaje de campaña apunta a mostrar al Partido Demócrata como débil, timorato y carente de liderazgo, ya sea para hacer frente al descontento social, emprender la recuperación de la economía o conducir la política exterior, el comercio internacional o la defensa.
El vicepresidente Mike Pence, en su discurso en la Convención, recalcó la supuesta incompetencia del candidato presidencial demócrata, Joe Biden. Les dijo a los estadounidenses que “no van a estar a salvo en un Estados Unidos gobernado por” quien fue vicepresidente durante los ocho años de la administración de Barack Obama.
Y, siguiendo la línea de la ley y el orden pintó a Biden como “un caballo de Troya para la izquierda radical”.
Según Pence, lo que está en juego en noviembre es mucho más que una votación y lo expuso entono apocalíptico: “No se trata de saber (...) si Estados Unidos será republicano o demócrata. La elección es si Estados Unidos va a seguir siendo Estados Unidos”.
♦ Nacionalismo. Al igual que en la campaña de hace cuatro años, Trump juega la carta del nacionalismo para presentarse como campeón defensor de los intereses de Estados Unidos. En lo que va de su gestión, retiró al país del Acuerdo de Cambio Climático de París, de la Unesco, del convenio multilateral sobre el uso de la energía nuclear por parte de Irán y, últimamente, de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El conflicto con China por intercambio comercial y por asuntos de seguridad ha ocupado en los últimos meses gran atención por parte del mandatario, y se enmarca dentro de esa corriente nacionalista. De hecho, no solo se ha enfrascado en una guerra comercial con el gigante asiático, sino que la ofensiva apunta a debilitar a Pekín en el campo tecnológico (trabas a Huawei, TikTok y otras empresas).
Tampoco escapa a esa arremetida las disputas con China sobre navegación en el mar de China Meridional, donde a menudo aviones y buques militares de ambos países se marcan muy de cerca, lo cual no descarta un eventual enfrentamiento.
“Las posibilidades de una segunda guerra fría son mucho más altas hoy que hace apenas unos meses. Peor aún, las posibilidades de una guerra real, que resulte de un incidente que involucre a los Ejércitos de los países, también son mayores”, advirtió el exdiplomático estadounidense Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores.
Contra las cuerdas
El recurso a ese arsenal de palabras se explica, principalmente, porque Trump está a la defensiva, al contrario de hace cuatro años.
Por un lado, casi 6 millones de contagiados y más de 181.000 muertos por covid-19 están pasando una factura muy cara al mandatario, quien a principios de la pandemia menospreció el impacto en Estados Unidos y no dudó en calificar como una “gripe estacional”.
Aunque poco después reconoció la gravedad del nuevo coronavirus, Trump ha mostrado poca anuencia a admitir los errores en el combate y más bien su resistencia usar mascarilla envalentonó a gobernadores y grupos opuestos so defensa de la libertad.
De allí que el candidato republicano apuesta todo por una vacuna contra la covid-19 que le permita, por un lado, presentarla como un éxito de su gobierno y, por otro, conseguir una vía para atajar una crisis que hundió uno de los activos más importantes de su gobierno: la muy buena salud de la economía que, antes de la pandemia,podía mostrar un desempleo de 3,5%, envidia en el mundo desarrollado.
El jueves, en su mensaje a la Convención desde la Casa Blanca, el presidente se mostró muy seguro de conseguir esa inmunización. “Produciremos una vacuna antes de que finalice el año, ¡o tal vez incluso antes!”, anticipó. Un optimismo que la comunidad científica no necesariamente comparte.
Sin duda, Trump confía en una vacuna política que le ayude a recomponer su imagen frente a la pandemia y pueda contribuir a un espaldarazo -acaso decisivo- en la ruta final a noviembre. Por la misma razón, su gobierno no ha escatimado en firmar contratos millonarios con la industria farmacéutica para asegurarse, de primero, las dosis.
Pero hay algo más en en esa postura defensiva del gobernante y su entorno. Tres de los principales allegados de la campaña anterior están condenados o acusados.
Paul Manafort, quien fue jefe de la campaña, recibió en marzo una condena de casi cuatro años de cárcel por fraude bancario y fiscal (caso que no está relacionado con su papel en la lucha proselitista).
Roger Stone, aliado fiel del presidente, fue sentenciado a tres años y medio de prisión por mentir al Congreso, manipular un testigo y obstruir la investigación de la Cámara de Representantes sobre la presunta coordinación entre la campaña y Rusia en la elección del 2016. Trump le conmutó la pena en julio.
Y el ideólogo de la campaña, Steve Bannon, está arrestado y acusado de defraudar a ciudadanos que donaron dinero para construir un muro en la frontera con México.
Contra esos desafíos deberá combatir Trump si quiere gobernar cuatro años más.
Mientras, el presidente desarrolla una sistemática ofensiva de desprestigio del proceso electoral, anticipando un fraude por medio del voto por correo -una práctica común en Estados Unidos-, aunque sin aportar pruebas.
Fue mas allá al advertir de que, por la supuesta incapacidad del Servicio de Correos (USPS), la noche del 3 de noviembre no se sabrá quién venció y que la claridad puede llegar tras semanas o meses de espera.
Lo que hace prever que el magnate inmobiliario no aceptará fácilmente una derrota y podría llevar la batalla hasta los estrados judiciales, como ocurrió en la elección en la cual George W. Bush se impuso a Al Gore, hace 20 años.