Dos atentados terroristas con bombas que estallaron con una diferencia de cinco minutos dejaron ayer en ruinas las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania. El saldo preliminar es de 81 muertos y unos 2.000 heridos.
Las autoridades desconocen los motivos y autores. El Gobierno de Washington tenía con los gobiernos de ambas naciones buenas, aunque discretas, relaciones diplomáticas y no parecía existir mayor peligro para los intereses estadounidenses que el presentado por la delincuencia común.
Por lo menos 74 personas murieron y 1.643 resultaron heridas en Nairobi. Otras siete murieron y 72 quedaron heridas en Tanzania, según la policía y Cruz Roja.
En ambos atentados, solamente en Kenia hubo estadounidenses muertos. El Departamento de Estado dijo en Washington que murieron ocho estadounidenses y seis más estaban desaparecidos. La embajadora en Kenia figuraba entre los heridos.
"Para cuando hayamos terminado de remover los escombros, esperamos encontrar más muertos", dijo la vocera de la Cruz Roja Nina Galbe.
Diversos gobiernos, entre ellos el de Costa Rica, como también algunos organismos internacionales censuraron la acción.
El atentado, además, hizo desaparecer el escándalo Lewinsky e, incluso, los republicanos se olvidaron de ello para cerrar filas en torno al mandatario Bill Clinton a raíz de este nuevo golpe terrorista.
La acción, por otra parte, sacó, de nuevo a flote la vulnerabilidad de las embajadas estadounidenses. (Véase nota aparte.)
Nadie se atribuyó responsabilidad de los atentados por el momento. Pero el grupo Guerra Santa Islámica, sucesor del que había asesinado al mandatario egipcio, Anwar El Sadat, dijo la semana pasada que atacaría intereses norteamericanos porque algunos miembros del grupo fueron arrestados en Albania y entregados a Egipto, según dijo en su edición de ayer el diario en árabe Al-Hayat, publicado en Londres.
De inmediato, se ordenó un aumento en las medidas de seguridad de las sedes diplomáticas estadounidenses. Un vocero de la Embajada de Estados Unidos en Costa Rica, que pidió reserva de su nombre, dijo ayer por la tarde que ellos no habían recibo ninguna orden en ese sentido.
Calles de sangre
Primero una explosión ensordecedora y luego una densa columna de humo elevándose cientos de metros por el aire. Tras un momento de silencio, pedazos de cristal y de concreto cayeron del cielo.
Esa era ayer la escena en Nairobi, cuando un potente coche bomba dirigido contra la Embajada de Estados Unidos estalló a la hora de mayor actividad de la mañana.
Dos edificios soportaron toda la intensidad de la explosión: la legación de Estados Unidos y, detrás, la Casa Cooperativa Ufundi, en la que operaban una universidad secretarial y varias oficinas.
La casa Ufundi colapsó, piso por piso, y aplastó a gran parte de sus ocupantes. La estructura reforzada de cinco pisos de la embajada sobrevivió, pero sus habitaciones traseras fueron reducidas a una serie de conchas ennegrecidas.
Los disturbios civiles y políticos van de la mano, pero la consternación visible en los rostros de los empleados de oficina, mientras se alejaban de la explosión, tenían señales de una violencia de naturaleza muy distinta.
Seis autobuses, destruidos por el estallido, se detuvieron en la avenida Haile Selassie. El conductor de uno de los vehículos fue lanzado sin vida contra el parabrisas.
En la parte trasera de la legación, trabajadores de rescate comenzaron a reunir los restos de unas 15 personas que quedaron atrapadas en la parte más afectada por la explosión.
Un cuerpo chamuscado y ennegrecido se asemejaba más a pedazos de leña retirados de un incendio que al cadáver de una mujer de mediana edad.
A algunos de los cadáveres les faltaba el rostro, o las extremidades o la ropa. Otros parecían haberse hinchado más allá de sus proporciones usuales.
Los cuerpos eran colocados sobre pedazos de tela y luego apilados en las partes traseras de camionetas y retirados del lugar.
El esfuerzo de rescate comenzó en cuestión de minutos. Mientras funcionarios de la Embajada de Estados Unidos retiraban a las víctimas y trataban de hacer una lista de los desaparecidos, cientos de voluntarios llegaron en masa a la casa de Ufundi.
Miembros de la policía montada, de la policía antimotines, bomberos vestidos con trajes plateados contra el calor, helicópteros, ambulancias, la Cruz Roja, el Servicio de Fauna Silvestre, organismos de ayuda humanitaria, empresarios privados y, sobre todo, transeúntes, se lanzaron al rescate.
En medio de los escombros, en las afueras de la legación, había dos símbolos estadounidenses distintivos del desastre: la esquina de un billete de cinco dólares y una página de una revista.
Se trataba de un artículo de Time Magazine sobre cómo salvar vidas.