París. AFP. En el metro de París, los pasajeros van cabizbajos, como suele pasar los lunes, pero el silencio es abrumador. Con el dolor por los atentados muy presente, los parisinos retoman su rutina.
La angustia es latente, los ojos a veces enrojecidos, los rostros graves. Los que intercambian una frase no pueden evitar el tema. Dos actores de unos 60 años se preguntan qué va a decidir su teatro: “¿Vamos a actuar de todos modos? No hay que ceder al miedo”.
En un tren de las cercanías de la capital, Yvonne vuelve a trabajar “con un nudo en el estómago”. Dice que va a tratar de organizarse con sus colegas para trabajar de manera más continuada y evitar los trayectos de ida y vuelta lo más posible.
En la estación ferroviaria del Norte, Violette, quien espera un tren de alta velocidad apoyada en el estuche de su violoncelo, dice que “hubiera preferido quedar al abrigo en casa y no tener que tomar el tren”. La joven, de 25 años, desearía que “la gente se interese más en la música, en el arte en general” para “seguir viviendo”.
Ciertos parisinos optaron por evitar el transporte público. La multitud plantea el riesgo de estampida sobre todo con la psicosis existente, como el domingo por la tarde, cuando se produjo en el centro de París una ola de pánico tras una falsa alarma, y hubo gente que se tiró al agua en un canal o se encerró en los baños de los bares.
En vez del tren, Cédric, de 37 años, fue en moto a su trabajo, situado en la periferia cerca del Estadio de Francia.
Muchos por las calles. En las calles de la capital, muchos peatones circulan por las aceras, que habían quedado desiertas el fin de semana, sobre todo el sábado, salvo en los lugares de los atentados, adonde los parisinos siguen acudiendo para rendir homenaje a las víctimas o, simplemente, sentir que están junto a sus conciudadanos en estos momentos.
“Dimos un pequeño rodeo para venir aquí antes del trabajo”, dicen Marie-Ange y Richard, pues quieren “acercarse a lo ocurrido el viernes”.
Philippe, músico de 53 años, acompañó a su hijo al instituto secundario, lo que habitualmente no hace, y vino luego a la plaza de la República, símbolo de la resistencia cívica en la capital francesa. “La gente ha evaluado lo ocurrido, les quitaron la tranquilidad al quitarles a los jóvenes. Es para tener miedo”, afirma.
Mathilde, joven de unos 20 años, declara que trata “de no tener miedo”, pese a que “salir esta mañana no fue fácil”. Dice que es pariente de una víctima, sin dar más detalles. Espera a un amigo para ir con él a la célebre plaza. Cuando él llega, se abrazan.
“Hay muchas miradas de apoyo, de solidaridad, más vale salir que quedarse encerrado en casa”, afirma, en cambio, Pierre Raulet, pastelero de 25 años.
Cerca del teatro Bataclan, donde 89 personas fueron masacradas, mucha gente se detiene, sin hablar. Pierre, documentalista de 45 años, afirma que “hay que seguir de pie”.