Berlín
Revalidada para un cuarto mandato como canciller alemana y con una longevidad en el poder récord en Europa, Ángela Merkel ha protagonizado una carrera política tan destacada como inesperada, burlando a sus adversarios con su aparente humildad, digna de una hija de un pastor protestante.
"¿Por los siglos de los siglos, amén?", bromeaba a finales de mayo el diario Tageszeitung, cuando la dirigente de 63 años fue designada candidata por los conservadores.
La "canciller inamovible", que ganó este domingo las elecciones legislativas, ya ha coincidido con tres presidentes estadounidenses, cuatro franceses y tres primeros ministros británicos, y no parece sufrir el desgaste del poder.
El mal resultado que registró, combinado con la llegada de la derecha nacionalista al Bundestag, ensombreció -no obstante- el inicio de lo que se presagia como su último mandato.
"Madre Ángela", como la apodó la prensa alemana, no tiene rivales en su país porque, como afirmaba el filósofo Peter Sloterdijk en el 2015, encarna como nadie "el deseo ardiente de normalidad" de los alemanes, consecuencia de una historia convulsa y de una mirada circunspecta hacia el mundo.
La placidez de la dirigente, quien conservó el apellido de su primer marido, es tan solo una apariencia. Con el paso de las sucesivas crisis europeas, fue adquiriendo en el extranjero una imagen de verdugo de los países derrochadores, antes de ser presentada como la "líder del mundo libre" tras la elección de Donald Trump, cuyas decisiones acerca de cuestiones fundamentales, como el clima, no ha logrado cambiar hasta el momento.
Sólido liderazgo. ¿Quién habría apostado en 2005, tras su ajustada victoria contra el canciller socialdemócrata Gerhard Schröder, que esta poco carismática dirigente conservadora acabaría siendo ineludible?
Doce años después se ha impuesto como un animal político singular porque, a pesar de su longevidad, su lugar en la historia sigue siendo tan incierto como los principios por los que se guía.
Merkel heredó en gran medida la prosperidad económica impulsada por las impopulares reformas de Schröder, pero sus propios esfuerzos para preparar el futuro son cuestionables.
Además de su decisión de cerrar las centrales nucleares de su país tras la catástrofe de Fukushima (Japón) en el 2011, una medida para satisfacer a la opinión pública, la crisis migratoria fue el principal acontecimiento de sus tres mandatos y, tal vez, el único riesgo que asumió.
En setiembre del 2015, dejando a un lado su legendaria prudencia, Merkel decidió abrir su país a 900.000 solicitantes de asilo, una medida que le hizo perder mucha popularidad y provocó un auge de los populistas.
Pero la canciller supo reaccionar adoptando una serie de medidas, y negociando un acuerdo con Turquía para reducir de forma considerable la llegada de refugiados a Europa.
La apertura de sus fronteras a los migrantes supone, no obstante, un reto para Merkel tanto en Alemania, donde debe lidiar con la difícil integración de los refugiados, como en Europa del Este, donde algunos la acusan de haber creado un efecto llamada con su medida y se niegan a acoger a más inmigrantes.
Pero, con excepción de la crisis migratoria, Merkel ha sabido imponer su estilo atípico, que mezcla un gran conocimiento de las relaciones de poder, con un enorme pragmatismo -que suscita críticas sobre su supuesta falta de convicciones-, y una retórica muy sobria.
"Su forma de actuar recuerda el aikido", ese "arte marcial de los débiles", que consiste en "utilizar la energía de su adversario para dejarle caer por sí solo", analizaba hace poco el diario Handelsblatt.
Ella en sí misma. De su vida privada, se sabe que ocupa un piso sin florituras en el centro de Berlín y sus pocas pasiones conocidas son la ópera y las excursiones en el Tirol con su segundo esposo, un científico alérgico a la vida pública, Joachim Sauer.
Se le puede ver con frecuencia en un supermercado barato de Berlín, comprando queso y vino blanco.
Merkel tuvo una infancia austera en Alemania Oriental, adonde su padre se trasladó con toda su familia desde Alemania Occidental para contribuir a la evangelización del Estado comunista.
Esta alumna aventajada disfrutaba de las matemáticas y el ruso en la escuela, y años después obtuvo un doctorado en Física. Esperó a la caída del Muro de Berlín, a finales de 1989, para entrar en política, primero como portavoz del último gobierno germanooriental y luego como miembro de la conservadora Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Helmut Kohl.
Fue el entonces canciller, el "coloso", quien le dio sus primeras responsabilidades ministeriales. En aquella época, Kohl la llamaba con tono paternalista "la chiquilla".
Pero en el 2000, aprovechando un escándalo financiero en el seno de su partido, eliminaría a su padre político y a todos sus rivales masculinos para alcanzar la presidencia de la CDU. Todos habían subestimado a esta mujer.
Cinco años después, se convertía en la primera mujer canciller en Alemania, cargo que ya no abandonaría.