París
El domingo 28 de junio de 1914, en Sarajevo, el archiduque heredero de Austria y la duquesa de Hohenberg recorrían en automóvil las calles de la capital serbia cuando un hombre les disparó con una pistola. Los dos sucumbieron minutos después.
El presidente francés, Raymond Poincaré, seguía distraídamente el galope de los caballos en el hipódromo parisiense de Longchamp cuando un periodista de la Agencia Havas -ancestro de la AFP- le entregó el telegrama con la noticia.
En ese radiante domingo de verano los dirigentes europeos aprovechaban en todas partes para distraerse sin imaginar que el continente se encaminaba, con lo ocurrido en Sarajevo , hacia la mayor catástrofe de su historia.
El presidente Poincaré, que estaba en la tribuna oficial acompañado por numerosos embajadores, entre ellos el de Austria-Hungría, el conde Szecsen, le transmitió inmediatamente el mensaje a este último.
"No hacemos otra cosa que hablar de ese asesinato y de las complicaciones políticas que puede acarrear", escribe Poincaré en sus memorias.
Lo inimimaginable. Nadie parece imaginar la posibilidad de una guerra. Ni siquiera Poincaré, quien al regresar al palacio del Elíseo le envía un mensaje telegráfico de simpatía al emperador Francisco José.
En Viena, el viejo emperador no parece muy afectado por el anuncio del atentado.
En Alemania, el káiser Guillermo II se enteró del atentado cuando estaba supervisando los preparativos de su velero "Meteor" para competir en una regata en Kiel, en el Báltico.
En Peterhof, el palacio de los zares cerca de San Petersburgo, "hace un tiempo espléndido", escribe Nicolás II en su diario íntimo. Cuenta que se paseó con sus hijos, pero no menciona para nada el atentado de Sarajevo.
Las advertencias de los servicios secretos sobre el riesgo de escalada austriaca no inquietan a dirigentes civiles y militares, muchos de vacaciones. "Terminábamos nuestra cura termal en Kissingen cuando nos llegó la noticia del atentado", contará el general Brusilov, que será luego el más brillante de los estrategas rusos durante la guerra.
"Nadie pensó que ese asesinato iba a servir de pretexto para desencadenar una guerra mundial terrible", insiste el general.
El que parece más afectado al enterarse por un telegrama diplomático de la muerte del heredero del trono de Austria es Jorge V, que lo conoce personalmente.
El monarca inglés anula inmediatamente un baile previsto esa misma noche en el palacio de Buckingham y ordena una semana de duelo en la Corte. Unos días después, se celebra una misa de réquiem en la catedral de Westminster.
The Times dedica al día siguiente siete artículos, reportajes y comentarios al atentado, pero el público apenas se conmueve, "más preocupado por la situación en Irlanda", independiente unos años más tarde al término de una lucha sangrienta, explica a la AFP el historiador Thomas Otte.