Hace 10 años, ante los ojos de Europa, Recep Tayyip Erdogan era visto como un político fiable, de convicción democrática, moderno... El timonel que podía llevar a Turquía al seno de la Unión Europea (UE), el sueño muy acariciado en Ankara.
Un dirigente que encarnaba la realidad de que el islam moderado y la democracia no eran incompatibles, máxime en un país fundado en 1923 sobre la base de la separación entre el poder religioso y el político.
En el presente, ese Erdogan es otro. Lo que sigue inalterable es la aspiración turca de ser parte del club de Bruselas, si bien el ahora mandatario de Turquía ha dado suficientes muestras de vocación autoritaria.
Sus críticos, quienes rechazan que tuviese intención de ser un líder liberal, recuerdan una frase suya: “La democracia es como un bus: cuando usted llega a su destino, se baja”.
Primer ministro (2003- 2014) e inmediatamente elegido presidente –cargo ceremonial y sin potestades ejecutivas–, Erdogan tiene otra meta enfrente: reformar la Constitución para cambiar el régimen parlamentario por uno presidencialista , en el cual el jefe de Estado (también de Gobierno), no estaría expuesto a un voto de censura que lo derribe.
Mientras maniobra en tal sentido, el líder del Partido de Justicia y Desarrollo (AKP , islamista conservador) adopta pasos tendientes a consolidar su poder por medio de restricciones a la libertad de expresión, legislación punitiva, represión de protestas y control de posiciones en instituciones como Ejército, Policía y Poder Judicial.
De nada le valió a Davutoglu proclamar su “lealtad hasta el final” , inclusive después de ser despedido del cargo.
“El problema básico es que Erdogan busca eliminar a cualquiera en su partido que tenga ambiciones sobre su poder”, explica Svante E. Cornell, académico de The Central Asia-Caycasus Institute , un centro de investigación.
Vuelta a lo tradicional. En ese proceso por afianzarse, Erdogan recurre a un islam que “no es militante” (no impulsa la yihad), el cual promueve como “un valor esencial que el turco debe preservar”, explica el académico Antonio Barrios Oviedo, experto en conflictos internacionales.
En este sentido, el exalcalde de Estambul apunta a recuperar tradiciones del Imperio otoman o, sobre cuyas ruinas Mustafá Kemal Atatürk fundó la República de Turquía.
Así, autorizó a las mujeres a usar el velo (excepto en oficinas estatales) y resucitó la lengua otomana (sustituida por Atatürk por el turco contemporáneo) para uso obligatorio en escuelas religiosas y optativa en seculares.
El otomano, abolido en 1928, es un idioma predecesor del turco. Se escribía en árabe e incluía vocablos en árabe, turco y farsi.
Para Joseph Dana, analista de la cadena de televisión al-Yazira , Erdogan pretende mostrar que los valores del viejo imperio son “una fuente de orgullo para los turcos y un símbolo de inspiración para su política exterior”.
Presión a la UE. Un Erdogan decidido a mostrarse fuerte encara a los europeos con desplantes.
La crisis migratoria que agobia a Europa le permitió forjar un acuerdo con la UE para actuar como freno a esa ola, el cual contempla la expulsión a Turquía de todos los inmigrantes que entren ilegalmente en Grecia, ayuda financiera por 6.000 millones de euros a Ankara, el levantamiento en junio de los visados impuestos por la UE a los turcos y la aceleración de las discusiones para la adhesión de Turquía a la UE.
Aunque esta meta parece aún lejana, pues el sesgo autoritario de Erdogan contraviene principios claves sobre libertad, derechos humanos y democracia básicos en el bloque europeo, otro analista, Douglas Murray, escribió en The Spectator , de Londres: “Él ha hecho más progreso que cualquiera de sus predecesores. Usando una combinación de intimidación, amenazas y chantaje, ha tenido éxito en abrir las puertas de Europa”.
Erdogan sabe del apremio de la UE por frenar la ola migratoria, por lo cual rechaza de lleno las presiones tendientes a cambiar la legislación antiterrorista y poner fin a la represión interna, y le exige cumplir con el libre tránsito para los ciudadanos turcos en el espacio de Schengen .
De seguido, la amenaza: “Si la Unión Europea (...) no respeta sus compromisos, Turquía no aplicará el acuerdo”.
El presidente hace gala de confianza en la posición de su país. “La Unión Europea necesita a Turquía más que lo que Turquía necesita a la Unión Europea”, se jactó recientemente.