“No necesitó un segundo milagro porque su milagro fue el Concilio Vaticano II”.
Así lo dice Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio, y autor de varios libros sobre la historia de los papas, resumió en declaraciones el camino a la santidad de Juan XXIII.
Este papa, elegido para ser un pontífice de transición, se convirtió en un papa revolucionario para la Iglesia al convocar el Concilio Vaticano II y en el “papa bueno” venerado por los fieles.
El reconocimiento que muchos fieles llevaban pidiendo desde su muerte, el 3 de junio de 1963, de que fuera proclamado santo, llegó este 27 de abril, junto con el de Juan Pablo II (1978-2005), el papa que le beatificó el 3 de septiembre de 2000.
Como en el caso de Juan Pablo II, la muerte del papa Angelo Roncalli fue acompañado de un intenso fervor popular que pedía su proclamación como santo sin pasar por un proceso.
Sin embargo, su causa de canonización se fue quedando atascada en la llamada “fabrica de los santos” hasta la llegada del actual pontífice, el papa Francisco.
El 5 de julio de 2013, el sumo pontífice actual decidió aprobar la segunda curación milagrosa por la que subiría a los altares Juan Pablo II, pero también decidió canonizar a Juan XXIII, sin que se estudiase un segundo milagro por su intercesión, como contempla la normativa vaticana.
El milagro aprobado para la beatificación de Juan XIII fue la curación de una gastritis ulcerosa hemorrágica de la monja Caterina Capitani en el año 1966.
El sobrino del papa, Marco Roncalli, biógrafo y autor de varios libros sobre el pontífice, explicó cómo la decisión de Francisco no se puede considerar un “empujón” a la canonización ya que el mismo prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, el cardenal Angelo Amato, indicó que había muchos hechos de gran interés, pero que el papa argentino decidió solo “reducir los plazos”.
Marco Roncalli dijo que en una de sus conversaciones con el secretario de su tío-abuelo, el actual cardenal Loris Capovilla, éste le confió que para él esta canonización no era más que la confirmación de todo lo que vio durante todos esos años: una santidad cotidiana y en una total normalidad.
“Era un hombre capaz de transmitir paz, una paz natural, serena, cordial, una paz que con su elección se manifestó al mundo entero”, señaló Francisco al hablar de Roncalli, de quien también destacó su espíritu dialogante y diplomático
Roncalli fue representante pontificio en Bulgaria, Turquía, Grecia y Francia, antes de ser nombrado patriarca de Venecia y el 28 de octubre de 1958 elegido papa.
Son muchas las características que ahora hacen que nazcan comparaciones con el papa Francisco, pues tras su elección el 28 de octubre de 1958, con 77 años de edad, elegido para suceder a Pío XII (1939-1958), modernizó la vida en la corte vaticana, flexibilizando el protocolo y facilitando el contacto del papa con la realidad cotidiana.
También renovó el Colegio Cardenalicio al incluir representantes de zonas del mundo tradicionalmente ausentes e intensificó las relaciones diplomáticas del papado con los líderes políticos mundiales, incluyendo a los soviéticos, por lo que contribuyó a reducir la tensión entre comunistas y cristianos.
Los biógrafos destacan que Roncalli ayudó a no empeorar la situación de las relaciones entre la Iglesia cubana y el gobierno castrista.
Publicó ocho encíclicas, entre ellas Pacem in Terris (1963), la primera en la historia dirigida a “todos los hombres de buena voluntad”, y no sólo a los creyentes.
Dos meses después del inicio de su pontificado, Juan XXIII convocó a todos los obispos del mundo a la celebración del Concilio Vaticano II, con el objetivo de promover la adaptación de la Iglesia a los nuevos tiempos y el acercamiento a las restantes religiones cristianas.
Pero para los fieles católicos, el “papa bueno” fue aquel que se asomó por sorpresa el 11 de octubre de 1962, mientras se celebraba la apertura del Concilio y pronunció el famoso y poético “discurso de la luna”.
“Cuando volváis a vuestros hogares, vuestros niños estarán durmiendo: dadles una caricia sin despertarles y explicadles después que era la caricia del papa”, improvisó en un discurso que pasó a la historia.
El 3 de junio de 1963, poco después de iniciarse el Concilio, Juan XXIII moría tras una larga enfermedad, sin conocer los resultados de la asamblea que marcó el camino de la nueva Iglesia Católica.