Madrid. AFP. España, que tras la abdicación ayer del rey Juan Carlos I en favor de su hijo Felipe de Borbón hace frente a una sucesión monárquica, es un país que en los últimos siglos mostró un apoyo volátil a sus reyes, reemplazados en dos ocasiones por repúblicas vinculadas a reivindicaciones sociales.
“Más allá del rey Juan Carlos”, loado por su papel clave en la Transición tras la dictadura franquista (1939-1975), “en España no hay un sentimiento profundamente monárquico”, explicó José Antonio Zarzalejos, exdirector del diario conservador ABC.
Designado por el propio Franco para sucederlo, Juan Carlos, quien subió al trono el 22 de noviembre de 1975, instaló la democracia venciendo la resistencia de la derecha más conservadora. Conquistó así una legitimidad que le toca defender a su hijo.
Educado para ser rey, con instrucción militar, estudios de Derecho y un máster en Relaciones Internacionales en Estados Unidos, el futuro Felipe VI, quien habla fluidamente varios idiomas, deberá jugar bien estas bazas para ganarse a los españoles.
“La mayoría de la ciudadanía española no es ni monárquica ni republicana, considera que son formas de gobierno y de una manera pragmática le parece que si funciona una o la otra cualquiera de las dos está bien, afirma el historiador José Varela Ortega.
A diferencia de países como Gran Bretaña, donde “la Corona está dentro mismo de la idea de país, identificada a la nación”, en España “no hay un sentimiento monárquico” arraigado, precisa este nieto del gran filósofo español José Ortega y Gasset.
Las dinastías de los Trastámaras, los Austrias y los Borbones se sucedieron desde el siglo XIV, con los paréntesis de José Bonaparte, impuesto en el trono entre 1808 y 1813 por su hermano Napoleón, y un heredero de la casa de Saboya, Amadeo I, que reinó poco más de dos años hasta la proclamación de la I República en 1873.
“España ha tenido muchas monarquías, pero nunca han sido demasiado próximas a la población, fueron monarquías a la fuerza”, expresó Fermín Bouza, profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid.
Desde la llegada de los Borbones franceses en 1700 y la creación de un Estado centralizado, la popularidad de los reyes fue volátil.
Aunque algunos de ellos, como Carlos III (1759-1788), sí gozaron de un gran apoyo.
Así, Fernando VII fue apodado el Rey Deseado, cuando llegó en 1808 al trono, tras la abdicación de su padre Carlos IV, para reinar durante dos meses antes de ser hecho preso por Napoleón. Sin embargo, tras su regreso en 1813 se convirtió para los españoles en el “Rey Felón”, porque derogó la Constitución liberal de 1812 y restauró el absolutismo.
También su hija Isabel II (1833-1868) fue al principio considerada una reina liberal frente a los carlistas, conservadores partidarios de su tío Carlos, pero terminó enfrentada a un levantamiento revolucionario que la llevó al exilio en París y acabó provocando la breve e inestable I República, entre febrero de 1873 y diciembre de 1874.
Un ejemplo más, el de Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos, que se puso al país en contra cuando, tras “conducir muy bien la alternancia entre liberales y conservadores”en el gobierno durante años, apoyó en 1923 la dictadura del militar Miguel Primo de Rivera, explicó Zarzalejos.
Entonces, recordó Bouza, tuvo lugar una “explosión de republicanismo en las grandes ciudades” que dio pie en 1931 a la II República, finiquitada con la Guerra Civil (1936-1939).
“Era algo que estaba cantado, que se veía venir y que en cualquier momento puede volver a ocurrir” si crece el malestar social, advirtió el sociólogo, porque en España “la República siempre ha estado unida a reivindicaciones sociales”.
También los escándalos que marcaron los últimos años del reinado de Juan Carlos, como los problemas judiciales de su yerno Iñaki Urdangarin, pusieron en entredicho la legitimidad de la Corona.
Estas cuestiones provocaron “la reactivación de un debate que hace muchos años que no se daba realmente: el de la República, señaló Bouza.